10 Árboles del mundo que llaman la atención no solo por sus colores, sino también por sus asombrosas características

Curiosidades
hace 3 años

Los árboles son el pulmón del planeta, por lo que podemos encontrarlos en cualquier país o ciudad, en caminos, calles, selvas, jardines, parques y plazas. Sin embargo, como todos los seres vivos, cada especie tiene sus particularidades, y los árboles son diversos no solo en apariencia, sino también por cómo actúan, dónde se ubican, qué necesitan y qué historias esconden detrás de su apariencia dura y estática.

Genial.guru se propuso mirarlos un poco más de cerca y encontró verdaderas maravillas en estos árboles, los cuales son asombrosos tanto por lo que muestran como por lo que esconden. Obsérvalos, aprende más sobre ellos y asómbrate tanto como nosotros.

1. Eucalipto arcoíris, el árbol del paraíso

Lo que distingue a esta especie de eucalipto es más que evidente: su corteza de colores tan fuera de lo común en un árbol parece la obra de uno de aquellos artistas cuyo lienzo es la naturaleza. Pero no. La apariencia del Eucalyptus deglupta es absolutamente verdadera. Azul, púrpura, naranja y tonos granates son colores que no parecen propios de un árbol, sino más bien ajenos, como si hubieran sido puestos allí por un artista. Sin embargo, esta gama tiene una explicación: la corteza se cae de manera desigual, no toda junta, sino en diferentes momentos del año. En su interior, el árbol primero es verde. Después madura y se torna azul, púrpura, naranja y, más tarde, granate. Es decir, madura a destiempo, dejando a la vista, como un regalo para quien lo ve, todas las etapas de su vida. Un verdadero caleidoscopio viviente.

A diferencia de lo que podríamos suponer, esta especie no habita en el paraíso, sino en una zona tan real como precisa: Sudeste Asiático, especialmente en Indonesia, Papúa Nueva Guinea y Filipinas. A este árbol le gusta el agua, por lo que generalmente se lo puede encontrar en zonas mojadas o cerca de ríos.

El eucalipto arcoíris es alto y ancho. Llega a medir 75 metros, y su tronco puede alcanzar un diámetro de hasta 200 cm. Consigue su altura final a los 25 o 30 años, pero es en sus primeros tiempos cuando más crece: de dos a tres metros anualmente. Sus ramas son horizontales, pero sus raíces verticales y profundas llegan a alcanzar hasta un cuarto o un tercio del árbol. Como esas personas que se muestran frágiles y coloridas, pero por dentro son sólidas y profundas, este árbol tiene ramas quebradizas, pero raíces tan fuertes que incluso pueden llegar a romper casas y aceras cercanas. Por eso debe plantarse en un suelo profundo, húmedo y espacioso.

Y, por si no fuera suficiente con el espectáculo visual que esta maravilla nos regala, ¡también puede curarnos! Sus hojas contienen aceites con aroma esencial que se utilizan para distintos fines:

  • En aromaterapia, para ayudar a restablecer el equilibrio mental.

  • En un expectorante. Por sus propiedades antivirales, descongestiona las afecciones del aparato respiratorio.

  • Además, alivia dolores musculares y de las articulaciones, y hasta el herpes de los labios, siempre que sea usado solo en las superficies y nunca en las mucosas.

No hay dudas: esta especie cumple con todos los requisitos para ser la pieza central del Edén.

2. Wisteria, la glicina venenosa

Parecen fuegos artificiales en la mejor de las noches de Año Nuevo, pero no. Se trata de una glicina del género Wisteria, el cual abarca 10 especies de plantas trepadoras. Estas bellezas naturales son nativas del este de Australia y de países del este asiático, como China, Corea y Japón.

Además de su abrumadora belleza, esta trepadora tiene características distintivas. Sobre todo una, la cual es bastante perturbadora y particular: es venenosa. Sí, así como una villana de cómics cuyo atractivo irresistible envenena a quien la toque, lo mismo sucede con esta hermosa trepadora cuyas semillas y vainas son tóxicas. Cuesta no pensar en héroes y villanos, en superpoderes y trampas al toparse con tamaña tentación.

A pesar de ser de crecimiento enérgico (en condiciones óptimas, un ejemplar joven llega a crecer más de un metro por año), esta glicina puede tardar años en florecer, y hablamos de decenas de años. ¿Será que lo bueno se hace esperar? De esta hermosa planta cuelgan racimos de flores azuladas, blancas o violetas, que florecen directamente sobre las ramas desnudas. Una de las variedades más conocidas, la Wisteria sinensis, es utilizada para hacer bonsáis. Y, por ser plantas trepadoras, son ideales para pérgolas, rejas y paredes.

¿Su habilidad? La de usar sus ramas para treparse sobre otras plantas, enrollándose sobre ellas y utilizándolas como soporte. Llegan a escalar hasta 20 metros sobre el suelo y a extenderse hasta 10 metros de ancho. El tamaño de sus flores, a veces exquisitamente aromáticas, varía de 10 cm a un metro, según la especie.

Pero cuidado, ya que esta planta villana no es nada fácil de tratar. Sus ramas y raíces son muy poderosas, y hasta pueden llegar a romper estructuras. Es muy invasiva y llega a filtrarse por tejas y otros rincones, invadiendo por completo el lugar que en principio adornaba. Por esta característica destructiva no es aconsejable dejarla crecer sobre paredes de casas.

Algunos datos más sobre esta glicina-maravilla:

  • ¿Qué necesita? Mucho riego desde la primavera hasta el verano, un suelo bien drenado y mucho espacio, no solo a su alrededor, sino también bajo el suelo: sus raíces son muy vigorosas y, en sus ansias por crecer, puede destruir lo que esté a su paso. Es tan posesiva como acaparadora: difícilmente podrá haber otras plantas a su alrededor.

  • En el Ashikaga Flower Park, en Tochigi, Japón, podemos encontrar una Wisteria increíblemente hermosa. Ocupa más de 1 000 metros cuadrados, y es considerada un monumento nacional en ese lugar. La CNN también la comparó con el “Árbol de las Almas” que aparece en la película Avatar. A sus aproximados 150 años, sólidas vigas sostienen sus ramas que, floridas y ajenas al paso del tiempo, lucen una exótica y exuberante juventud.

3. Árbol de las 40 frutas, una obra de arte

Este árbol tiene una característica muy particular: es una obra de arte. Realizada por el escultor Sam Van Aken, forma parte de un proyecto llamado “El árbol de los 40 frutos”, emprendido por el propio artista. Se trata de una pieza única creada a partir de elementos naturales. Ya ha sido plantada en distintos lugares de Estados Unidos y tiene fines estéticos, de conservación y de investigación.

Ciruelas, melocotones, nectarinas, albaricoques, cerezas y almendras son los frutos que da este árbol híbrido, en el que el artista experimentó como si se tratara de un lienzo. Sí. En lugar de óleos y telas, aquí se usaron distintas plantas frutales y se fueron injertando una a otras. ¿El resultado? Un árbol diverso, capaz de dar más de 40 tipos diferentes de frutas de hueso o carozo, con múltiples hojas y colores, que da frutos rosas y púrpuras en primavera, y de todo tipo en verano. Un verdadero ejemplo de diversidad.

¿Cómo hizo Sam Van Aken para esculpir este árbol tan fructífero? Utilizó una técnica muy antigua que consiste en cortar una parte de una rama con un brote proveniente de una de las variedades que se pretende que la nueva creación dé e insertarla en una hendidura del denominado “árbol de trabajo” o “árbol base”. Esta unión, que en principio no es natural, se fuerza con cinta adhesiva hasta que tanta cercanía termina por mimetizar una rama con otra, formando una nueva (mezcla de ambas) desde donde surgen, como sus retoños, brotes que son el resultado específico de esta simbiosis.

El creador de este híbrido ha repetido el proceso en varias ocasiones durante años, agregando cada vez trozos de ramas de diferentes variedades. Al parecer, la clave para que el milagro ocurra estaría, más allá de la mano mágica del artista, en la poda, en insertar los injertos en zonas estratégicas y en trabajar de manera separada con el ciclo de crecimiento de cada una de las frutas injertadas. Además, algo imprescindible en esto es tener mucha paciencia.

Algunos datos más sobre esta especia armada por el hombre:

  • Van Aken ha cultivado ya más de 20 de estos árboles a través de injertos.

  • El artista planea cada una de sus creaciones de manera tal que tengan frutos durante todo el año. Para lograrlo, selecciona e injerta cada especie para que florezca en momentos distintos. Un verdadero trabajo artesanal.

  • La mayoría de estos árboles están exhibidos en lugares públicos, como jardines comunitarios y museos, o en colecciones privadas en Arkansas, Kentucky, Maine, Massachusetts, Nueva Jersey, Nueva York y Pensilvania. Otros incluso han trascendido la frontera de Estados Unidos y han llegado hasta lugares más lejanos, como China y Suecia.

Sin dudas, este artista superó con creces el objetivo tan popular de “plantar un árbol”. De hecho, lo creó él mismo.

4. Los árboles azules de Konstantin Dimopoulos, un llamado de atención

¿Árboles azules? Sí. Pintados, claro. Estos fueron elegidos para formar parte del proyecto Los árboles azules, una instalación artística creada por Konstantin Dimopoulos con el fin de provocar un efecto determinado. Pero ¿qué es una instalación artística? Una forma de arte experimental que se exhibe solo por un tiempo determinado y que puede presentarse en cualquier espacio. ¿Y quién es Konstantin Dimopoulos? Un escultor neozelandés de origen griego que, desde 2003, vive en Melbourne, Australia. ¿Qué quiere lograr? Que la comunidad reflexione acerca de la deforestación mundial. ¿Cómo lo hace? Junto a cientos de voluntarios, pintando el tronco de los árboles de un color artificial, distinto, que los hace notorios ante los ojos de quienes están acostumbrados a verlos (o a ya no hacerlo) de color marrón.

A simple vista, pareciera que estos árboles forman parte de un paisaje surrealista que pretende recrear un escenario de cuento de hadas. Sin embargo, tienen un fin tan real como preciso: manifestarse en contra de la tala de árboles e instar a la sociedad a tomar conciencia de ello. Al igual que el escultor Van Aken, este artista social mezcla el arte con la naturaleza, buscando llamar la atención sobre ella, poniéndole un traje distinto al acostumbrado y luchando por desnaturalizar la tala de árboles.

Sin duda, un árbol azul llamará la atención de quien se tope con él y provocará un efecto determinado. Esa persona comenzará a pensar en lo que vio, en el bosque azul, y eso es lo que busca este artista, quien elige la extrañeza como modo de entrar en una mente humana ocupada y distraída con los temas del día a día, con la normalidad, con lo cotidiano, con lo que se hace de modo automático. Por eso, para este singular artista, el arte público o callejero es un modo de entrar sin aviso en esas mentes un poco aletargadas y hacerles ver lo que, de otro modo, les resultaría simplemente invisible.

Más datos sobre los bosques azules:

  • Muy lejos de galerías comerciales de venta y exhibición de arte, el artista ha recorrido diversos países como Canadá, Australia, Estados Unidos, Inglaterra, Alemania y Japón para pintar los árboles de un color “ultra” azul.

  • Apoyado por las comunidades que visita, pinta los troncos con un pincel y utiliza un pigmento mezclado con agua que, por supuesto, de ningún modo es tóxico.

  • Este pigmento dura naturalmente de 12 a 18 meses, e incluso puede quitarse si se limpia con la mano. Su carácter efímero viene a evidenciar también que la naturaleza es efímera y frágil, y que cuidarla y conservarla está en las manos de todos los seres humanos que la habitan cada día.

5. Sakura, el árbol de lo efímero

Quizás, su color rosado pálido ya lo diga todo: las flores del sakura son tan hermosas como delicadas, frágiles, efímeras y fugaces. La característica que distingue a esta especie es la de ser un símbolo de la cultura japonesa. Para esta filosofía, la apariencia de estas flores viene a representar el carácter fugaz, frágil y transitorio de la vida, pero también la fortaleza. Es que los bellos pétalos que nacen de este árbol han simbolizado a los guerreros durante cientos de años.

¿Cómo relacionamos la fragilidad y lo efímero con el espíritu guerrero? Por un lado, la caída de estos pétalos representa a la sangre derramada por los samuráis, al sacrificio y a lo lábil de la vida. Además, según el antiguo código ético del guerrero en Japón, el ideal del samurái era vivir con pasión y belleza interior, aunque la vida fuera corta. Por ello, las flores del sakura vienen a ser el símbolo perfecto del estilo de vida del samurái. Actualmente, siguen siendo símbolo de inocencia, de sencillez y renacimiento.

En China, sin embargo, el sakura (palabra que se utiliza tanto para denominar al árbol como a la flor en sí) simboliza algo bastante diferente: su flor es asociada con el poder, la fortaleza, la belleza y la sexualidad femenina. El cerezo florece solo en primavera; el resto del año permanece forrado de hojas y queda completamente desnudo en invierno. Cuando esto ocurre, cuando sus flores se dibujan sobre las ramas, Japón lo festeja con una celebración particular, el festival Hanami.

Allí, familiares y amigos se juntan en parques y, bajo la sombra de este fantástico árbol, se reúnen para admirar este espectáculo y para reflexionar sobre el carácter transitorio de la vida. ¿Por qué? Porque sus pétalos duran relativamente poco: aproximadamente a la semana de alcanzar su esplendor, se vuelven muy frágiles y cualquier suave brisa los hace caer en una lluvia tan bella como irremediable. En Japón incluso existe una palabra para referirse a la lluvia de pétalos: hanafubuki.

Además de la celebración del Hanami, el florecimiento de los cerezos se utiliza en muchas ocasiones para delimitar tiempos, e incluso la misma palabra “sakura” adquiere significados distintos al de la planta, aunque sí asociados con los símbolos que esta connota.

  • El curso académico en Japón comienza inmediatamente después del festival Hanami.

  • Muchos campeonatos de yabusame, arte marcial que practicaban los antiguos samuráis, aún hoy se celebran durante el florecimiento de los cerezos.

  • Por cierto, un dato curioso: hace años, los jóvenes que se iban a estudiar a lugares alejados de sus hogares usaban esta palabra en los telegramas que enviaban a sus familias para avisarles si habían aprobado o no sus exámenes finales. Si aprobaban, escribían “sakura saku”, que significa los “cerezos florecen”; y, si no lo hacían, lo que leían sus padres cuando abrían el esperado telegrama era “sakura chiru”, es decir, “los cerezos se marchitan”. Es por eso que aún hoy podemos encontrar postales con la frase “sakura saku”.

6. Guayacán amarillo, el árbol de oro

Este árbol dorado llega a medir 35 metros de alto. Cuando pierde todas sus flores en épocas de sequía, pinta de dorado praderas enteras. También crece en Venezuela, Argentina, ColombiaMéxico. No siempre se llama guayacán, ya que, dependiendo del lugar donde crezca, también responde al nombre de araguaney (Venezuela), guayacán (Ecuador y Panamá), guayacán amarillo (Colombia), lapacho amarillo (Argentina y Paraguay), y tajibo (Bolivia). En Paraguay es donde podemos encontrar los más imponentes y antiguos. En su nombre científico, Handroanthus chrysanthus, lleva grabada la palabra “oro”, ya que chrysanthus es una combinación de vocablos griegos que significan “flor de oro”.

¿Apariencia? Sus ramas son escasas, gruesas y ascendentes; su corteza es áspera y, en algunos casos, de color café oscuro, lo que lo vuelve más atractivo, ya que resalta el amarillo de sus flores, las cuales que tienen forma de campana, son grandes y crecen agrupadas. Además, este árbol tiene un fruto que se abre en la madurez y muestra semillas plateadas. Su madera es una de las más duras, durable y resistente.

¿Qué necesita? Temperaturas cálidas y aire libre, mucho Sol, agua y suelos bien drenados y fuertes. Más allá de su evidente belleza, lo notorio de esta planta de oro son sus beneficios, sobre todo medicinales. Durante cientos de años, los nativos de Centroamérica utilizaron sus hojas, sus flores y su corteza para tratar una gran diversidad de afecciones, desde respiratorias hasta digestivas.

Se confió en ella para tratar la diabetes, el asma, la hidropesía, la gota, el reumatismo y el dolor de muelas, y hasta para adelgazar y limpiar la sangre. Y, cuando todavía no existía la penicilina, mezclado con mercurio se convirtió en el primer remedio conocido en América para curar la sífilis y otras enfermedades similares. Por ese motivo, los enfermos que lo utilizaban comenzaron a llamarlo “palo santo”. Cada parte de este árbol milagroso cura. Su corteza tiene múltiples propiedades: desde desinfectar heridas hasta reducir el colesterol, mientras que, si sus hojas son sumergidas en agua, pueden usarse para tratar el reumatismo. Por otro lado, con sus flores se hacen infusiones que calman la tos.

Más datos imprescindibles sobre este árbol casi mágico:

  • El crecimiento del guayacán es muy lento; algunos alcanzan los 3 metros de altura recién a los 25 años. Es una especie difícil, es decir, no todos los días ni en cualquier parte podemos toparnos con un árbol de estos.

  • La madera del guayacán es dura, perdurable, resistente e inalterable. Estas características lo convierten en un árbol ideal para ser usado en la construcción rural, en corrales, en cercas, postes, carrocerías, pisos de uso industrial y de viviendas. Sin embargo, estas mismas cualidades terminan perjudicando a este árbol tan noble que, además, es un excelente combustible, razón por la cual es utilizado como carbón.

  • Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, el guayacán está en la lista roja de árboles vulnerables, es decir, casi en peligro de extinción.

  • Antes de florecer, sus ramas quedan completamente desnudas. Claro ejemplo de que la noche es más oscura justo antes del amanecer.

7. Arce japonés, el tradicional bonsái

Parece la portada de un cuento de hadas, pero no. Es un árbol real, una especie de arce nativa de Japón y Corea del Sur. Su nombre científico es Acer palmatum, una planta de naturaleza delicada a la que tradicionalmente se la suele usar como bonsái. Se trata de un árbol o arbusto pequeño que crece de 6 a 10 metros de alto. El tamaño define sus años, y el color de sus hojas, la estación.

Cuando es joven, su forma es piramidal, y, cuando ya ha alcanzado su madurez, sus contornos se asemejan a los de un domo. Sus hojas pueden ser verdes, amarillas o rojo púrpura, según la variedad de la que se trate. Aunque en primavera, y luego en otoño, todas adquieren matices rojizos.

Por el tipo de hojas, sus colores, su tamaño y sus necesidades, este arbusto es muy elegido a la hora de decorar interiores, incluso para hacer bonsáis. ¿Qué necesita? En principio, media sombra, ya que el Sol directo deteriora sus hojas, y riego bastante continuo, sobre todo en verano (las hojas de este arbusto se caerán si no reciben agua regularmente). Su suelo debe estar siempre húmedo, aunque no encharcado.

Si el arbusto está plantado en una maceta, debe trasplantarse cada dos años y a finales del invierno. Si, en cambio, se plantará en un jardín, es mejor hacerlo en primavera, antes de que desarrolle sus hojas. Si se decide hacer de este bello arbusto un bonsái, es aconsejable que la poda de formación sea en otoño.

Algunas curiosidades sobre los arces:

  • Son uno de los árboles más cultivados para uso ornamental, en parques y jardines, y también para la industria maderera.

  • Los frutos de esta planta nacen en pareja, y vuelan juntos y a distancias sorprendentes cuando son soplados por el viento.

  • En épocas pasadas, sus hojas, mezcladas con otros vegetales, se utilizaban para darles de comer a vacas y cabras.

8. Cercis, el árbol del amor

Su verdadero nombre es Cercis siliquastrum, y se lo conoce como el árbol del amor, pero también como el árbol de Judas.

Pero ¿por qué se mezclan en esta planta de aspecto tan romántico el amor y la traición?

Vayamos primero a los “datos duros”. Se trata de un árbol pequeño que puede llegar a los 15 metros de altura, pero que, en general, no pasa los 10. En primavera se cubre de hermosas flores rosadas que salen antes que las hojas, lo que genera que a la vista parezca como si las flores estuvieran adheridas al tronco, directamente pegadas a él. Originario del continente asiático y de la zona norte del Mediterráneo, a este árbol le gusta nacer a orilla del río, y resiste el frío, pero no las heladas prolongadas. También tolera la sequía, aunque es reacio al encharcamiento de los suelos.

De crecimiento lento, alcanza el límite a los 20 años, y a los 3 comienza su floración. Esta planta también llama la atención por sus frutos, vainas colgantes de color rojo que, al madurar, se vuelven pardas y se mantienen durante todo el invierno adheridas a sus ramas. En general, estos árboles crecen en grupo y, por su belleza y resistencia, se utilizan con fines ornamentales y en las plazas, o como línea divisoria de pequeñas calles, lo que los vuelve verdaderamente encantadores.

Ahora, ¿a qué debe que esta planta tenga dos nombres tan aparentemente contradictorios? Se le dice “árbol del amor” por varias razones. Primero, por su color rosa, fiel y leal aliado de las evocaciones románticas, al igual que la primavera, momento en que la flor de este árbol nace. Y, como si eso no fuera ya suficiente, sus pétalos tienen forma de corazón.

Gracias a todas estas características es que surgió la tradición entre las parejas de plantar un árbol de estos el Día de San Valentín. Ahora, ¿a qué le debe esta planta tan amorosa el nombre de “árbol de Judas”? Hay aquí dos posibles razones: por un lado se le atribuye una leyenda según la cual fue en un árbol de esta especie que se ahorcó Judas Iscariote, el traidor de Jesús. El mismo relato habla sobre las vainas y flores que cuelgan de las ramas, lo que habría delatado este acto.

Sin embargo, la cara real de la historia argumenta que este nombre se debe solo a que el árbol es originario de las colinas de Judea, y posiblemente todo tenga que ver con un error de interpretación de su nombre común en francés: arbre de Judée, que significa “árbol de Judea”.

Algunos pocos datos más sobre esta rosada planta:

  • ¿Qué necesita? Luz natural, suelo profundo para poder estirar cómodamente sus raíces, riego periódico y evitar por todos los medios el encharcamiento (se dice que la medida es la clave del amor).

  • Sus flores más tiernas tienen un sabor agradable, de allí que puedan utilizarse dentro del mundo culinario para preparar escabeches y aderezar ensaladas.

  • Su corteza se utiliza en medicina popular para elaborar infusiones para curar catarros y dolores de cabeza.

9. Jacarandá, un árbol al que su belleza lo ha llevado muy lejos

Este bello árbol subtropical de origen sudamericano y vistosas flores de variados e indefinidos colores (de celeste y lila a un intenso azul violáceo) tiene una característica original y, por cierto, muy benéfica: combate la contaminación urbana.

Pero primero vayamos a los “datos duros”: pertenece a la familia Bignoniaceae, y se lo conoce científicamente como Jacarandá mimosifolia. De adulto alcanza 12 metros de altura y hasta puede llegar a 20 si crece en un ambiente favorable. Es un árbol bastante longevo, y llega a vivir más de 100 años. Su copa es liviana, y la forma que va tomando al crecer varía: puede adoptar una figura piramidal o de sombrilla, la cual, en condiciones naturales, alcanza un diámetro de 10 a 12 metros. Los pétalos de sus flores crecen unidos, formando corolas. Su brote más llamativo se da en primavera, cuando las flores de este árbol nacen incluso antes que sus hojas. Su tronco es fino.

Si bien crece naturalmente en Paraguay, Brasil, Perú, Bolivia, parte de Argentina y Uruguay, su belleza lo ha hecho llegar muy lejos: hasta España, Italia, Hawái, Australia y Sudáfrica. En Buenos Aires fue introducido por el paisajista Carlos Thays en el siglo XIX, y es común encontrarlo en varias avenidas típicas de la ciudad. En 2015, la legislatura de esa ciudad lo nombró “árbol distintivo”.

Sus corolas se desprenden completas desde la altura y, al ser livianas, quedan por unos segundos suspendidas en el aire para luego pintar el suelo de infinitos matices de azul. Un verdadero espectáculo. La belleza de este árbol y sus mágicos efectos lo han hecho viajar por el mundo y pasar de las profundidades de los bosques a habitar en las calles de distintas ciudades, donde las comunidades hacen de él parte de su identidad.

Así, en un pueblo muy lejano a su lugar de origen, esta planta maravillosa es toda una celebridad: hablamos de Grafton, una ciudad en Nueva Gales del Sur donde durante 10 días se celebra el Grafton Jacaranda Festival. Allí hay desfiles, música, exhibiciones de arte y hasta se elige a la “reina del jacarandá”. Y, en Buenos Aires, desde el 2008, la artista plástica Cristina Coroleu organiza el llamado “Hanami nativo”, una celebración similar a la que se festeja alrededor del sakura.

¿Qué necesitan? Sol pleno y un ambiente húmedo. ¿Qué los perjudica? Las bajas temperaturas. Son muy débiles ante los climas fríos, e incluso los más jóvenes pueden no sobrevivir a las heladas.

Dos datos verdaderamente llamativos de este árbol viajero:

  • Se le atribuyen propiedades antisépticas y las infusiones se utilizan en la medicina popular para combatir infecciones gastrointestinales agudas. Sin embargo, como sucede con la irresistible glicina japonesa, el consumo directo de esta planta es altamente tóxico y puede llegar a provocar alergias muy fuertes. Rara contradicción, ¿no?

  • Su follaje es un potente purificador de aire: diez árboles de este ejemplar son capaces de absorber el dióxido de carbono de hasta 1400 autos.

10. Lapacho rosado, la flor de invierno

Este hermoso árbol, cuyo nombre científico es Handroanthus impetiginosus, parece la versión rosada del jacarandá. Y hasta podría decirse que tienen en común algunas costumbres. Ambos son nativos de Sudamérica y comparten países, como México, Perú, Bolivia, Paraguay, Uruguay y Argentina; pero el lapacho está en otros más, como Costa Rica, Bolivia, Ecuador y Colombia. Además, ambos odian el frío y no resisten las heladas.

Sin embargo, la belleza del lapacho, que crece naturalmente en bosques y montañas, no lo ha hecho viajar por el mundo, como le ocurrió a su hermano celeste, aunque sí es elegido para embellecer calles y avenidas. No es viajero, pero adopta distintas identidades según el país donde crezca: en Costa Rica es cortez negro; en México, maculís; en Paraguay, tajy hu, y en Colombia, ocobo.

En Argentina, ya hace más de tres siglos que este hermoso árbol constituye uno de sus símbolos culturales. Aunque adorna, a la par del jacarandá, muchas avenidas de la ciudad de Buenos Aires, crece naturalmente en Salta, Jujuy, Tucumán y Catamarca. Incluso un grupo folklórico salteño eligió su nombre para bautizarse: “Lapachos”.

Su copa es semiglobosa y su follaje está concentrado en la parte más alta. ¿Qué lo distingue? Sin duda, sus hermosas flores rosadas, las cuales aparecen en invierno aún antes que sus hojas (otra coincidencia con su compañero, el jacarandá). Sin embargo, alcanza su esplendor durante la primavera y el verano. Crece lentamente y llega bastante alto: puede alcanzar los 30 metros. Sus flores son grandes, alcanzan los 4 cm, y también tienen forma de corola. Casi siempre son rosadas o moradas, a veces amarillas y, muy excepcionalmente, blancas. Como lo bueno se hace esperar, este árbol no florece hasta los siete años después de haber sido plantado. Su madera es muy resistente e impermeable, por eso se la requiere mucho en la construcción de piezas de exterior.

¿Qué necesita? Ser plantado en primavera, mucho Sol, suelo fértil y espacio para que pueda estirar cómodamente sus raíces.

Pero este árbol no es solo una cara bonita, ya que tiene una infinidad de propiedades muy benéficas y aplicables en áreas muy diversas. Esto se debe a sus componentes activos, el lapachol, la resina y la vitamina K, entre muchos otros que, combinados, se aplican en áreas tan disímiles como la medicina, la ingeniería y la industria manufacturera. Veamos:

  • Las infusiones hechas a partir de su corteza combaten la fiebre, los problemas intestinales y circulatorios. También sus hojas se mastican con el fin de combatir úlceras gástricas y algunas enfermedades de la piel. Sin embargo, ningún preparado que tenga el elemento activo “lapachol” debe ser ingerido por embarazadas ni por personas que estén tomando anticoagulantes.

  • Su madera, por ser resistente e impermeable, sirve como base en la construcción de vías férreas, postes, pisos de fábricas, instrumentos musicales y mangos de herramientas.

¿Conoces otro árbol tan maravilloso como estos que no hayamos mencionado? Si pudieras ir a visitar alguno, ¿cuál elegirías? ¿Hay alguno de estos en el lugar donde vives? Cuéntanos en la sección de comentarios.

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