12 Historias llenas de bondad que abrigan el alma

Historias
hace 5 años

Nuestro mundo es un lugar complejo. En el interminable flujo de noticias sobre los precios del petróleo, los movimientos de protesta y las reuniones de los jefes de estado que discuten la próxima crisis financiera, no siempre notamos las cosas luminosas y alegres que suceden a nuestro alrededor.

Genial.guru cree que a veces todos necesitamos descansar del ruido informático. En eso te ayudarán las historias bondadosas publicadas por los usuarios de “Pikabu”“Oído por ahí”.

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Hoy, durante el almuerzo, noté que uno de los preparadores de pedidos (un hombre barbudo de unos 40 años) estaba mirando la caricatura de Bob Esponja en una tableta. Eso no encajaba demasiado con la apariencia general y la edad del espectador. Así que le pregunté:

—¿Te gusta?

— Más o menos — hizo una mueca, pero siguió mirando con mucha atención.

— ¿Y por qué lo miras?

— Es para mi hija.

— ¿¿??

Al final resultó que el hombre tenía una hija de 7 años. Ciega de nacimiento. Así que su papá miraba “Bob Esponja” y luego todas las noches se lo contaba a ella a su manera, en forma de cuentos de hadas. Ya había visto “Masha y el oso” y otras caricaturas. Trató de ponerle audiolibros, pero a su hija le gustaba que se los contara su padre. Lo escuchábamos, y algunos tenían lágrimas en los ojos. El jefe de la empresa de mudanzas, un hombre alto y canoso, escondió su rostro en las manos y se quedó unos 10 minutos así. Fue interesante observar la reacción de todos los presentes. Nadie se quedó con una mirada indiferente. Todos fueron profundamente conmovidos. Privda/ pikabu

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Vivíamos en un pueblo turístico, cerca de la estación de trenes. En aquellos años, las ancianas se sentaban en la puerta de su casa y llamaban a los recién llegados, ofreciéndoles una habitación. Lo mismo hacía mi abuela, que tenía dos habitaciones para alquilar. Nuestra casa estaba situada justo al lado de la estación. Bueno, un día ella ve acercarse a una familia: dos mujeres y tres niños pequeños. Las mujeres parecían haber llorado recién. Solo caminaban, sin preguntarle nada a nadie. Mi abuela, como la persona amable y curiosa que era, los detuvo y les preguntó qué había pasado. “Pero vengan, entren, los niños tienen sed”. Resultó que la familia había venido desde una ciudad lejana y que les habían robado en el tren. Así que simplemente se pusieron a caminar sin rumbo. En resumen, mi abuela los amparó y vivieron con nosotros durante 2 semanas. No tenían dinero, pero eso no le importaba a nadie. Más tarde nos devolvieron todo. Pero mi abuela no lo esperaba. Les cocinaba el desayuno a todos los niños, les preparaba macarrones y papas a las mujeres (eran los 80, una época difícil para nuestra familia, compartíamos lo poco que teníamos). Por supuesto que esa familia volvió a nuestra casa, año tras año, durante más de 20 veranos. Y siempre contaban esta historia en la mesa. Aquel verano nos convertimos en una sola familia. porschik/ pikabu

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Muchas veces voy a los hogares de ancianos con ropa, cosas ricas, medicinas y les toco la guitarra. Una abuelita solitaria me conmovió más que otras: hacía varios años que no veía a su hijo, comenzó a encerrarse en sí misma por la tristeza, sintió en aquella casa que había llegado la etapa final de su vida. En resumen, ¡me la llevé a mi casa! Vivo sola, en un departamente de 3 ambientes, no tengo parientes. La cuido, la curo cuando se enferma, la llevo a las exposiciones y a las tiendas. La abuela cobró vida. Nadie me entiende. Pero ya la considero mi familia. Y a todos los conocidos nuevos les digo que es mi abuela.

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Me había retrasado en el trabajo, no había podido almorzar y tenía un hambre de locos. Llegué a mi casa y cuando entré al edificio, me envolvió un delicioso aroma a comida casera. Y en mi casa solo había medio paquete de fideos instantáneos y un trozo de pan. Y me puse tan triste, recordé las noches en familia de la lejana infancia, cuando mi madre cocinaba tortas fritas, y yo daba vueltas alrededor de ella tratando de robarme un par lo antes posible. Entré a mi casa, no llegué ni a quitarme el abrigo, cuando sonó el timbre de la puerta. En el umbral estaba mi vecina, doña María, con un plato de tortas fritas recién hechas. “Sé que ahora vives solo, no hay nadie que te cocine, ten, come”. Me conmovió hasta las lágrimas, la abracé y le di las gracias. Y debo decir que no había comido nada tan rico como esas tortas fritas en los últimos 20 años. DisneyKoenig/ pikabu

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Tengo un broche, no es nada especial, hasta se podría decir que es común. Un día, en el metro, una anciana de unos 70 años se sentó a mi lado y me pidió que se lo vendiera, ofreciéndome dinero. Me negué, pero ella me dio su número de teléfono y me pidió que lo pensara: si quería más, ella podía conseguirlo. Le pregunté sobre el broche a mi abuela, pero ella se encogió de hombros y me dijo que se lo habían regalado hacia mucho tiempo. Me dio curiosidad, y llamé a esa anciana. Resultó que era el broche de su madre, que ella había vendido 60 años antes para alimentar a su familia. Me mostró fotos antiguas para probarlo. Simplemente le regalé el broche.

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Tenía 24 años. Me había peleado con mi esposo y estaba sentada en un banco del parque completamente rota. En un momento, se me acercó él, se sentó y se presentó. Comenzamos una conversación simple, pero muy cálida, llena de bondad, y él sonreía tan maravillosamente. Luego tomó mi mano, dijo que yo era la más hermosa, la besó y se fue con su madre. Gracias, Dani de tres años, nunca te olvidaré.

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Una anciana bondadosa dejó pasar a nuestro edificio a un hombre sin hogar que estaba en la entrada. El hedor era terrible. Hablé con él, resultó que después de un accidente cerebrovascular, su esposa y su hijastra, tras recibir un poder notarial, vendieron su departamento y se fueron a otro país. Le di dinero para el viaje y para la comida, las llaves de la casa que yo tenía fuera de la ciudad y algo de mi ropa vieja. Ahora tengo un cuidador responsable en mi casa de campo. Todo está limpio y reparado. El invernadero y el huerto están llenos de cultivos. Y también se gana unos billetes ayudando a los vecinos. Y yo ahora solo voy a mi casa de campo a descansar.

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En los años 90, mi madre, mi abuela y yo vivíamos en la pobreza. Mamá trabajaba en un hospital y un día, en su turno llegó un hombre golpeado. Cuando fue dado de alta, comenzó a pedirles a todos un préstamo para poder llegar a su casa. De todo el equipo, solo mamá se compadeció y le dio dinero, sin esperar que él se lo devolviera nunca. Después de 3 meses, recibimos un paquete con comida, dulces y un monto de dinero que era 3 veces mayor de lo que mamá le había prestado. Vivimos con todo eso durante un mes entero.

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Mi mejor amigo finalmente presentó a todo nuestro grupo (todos ya con familia) a su elegida. Labios gruesos, pestañas hasta las cejas, selfies, en fin, el grupo no la aceptó. De repente, mi hija menor necesitó sangre donada, pedimos ayuda en las redes sociales, las personas con las que habíamos sido amigos durante años se evaporaron. Cuál fue mi sorpresa cuando vi a esa diva en el hospital. La joven venía a visitar a mi hija con regalos y comida todos los días, y hasta le ayudaba a mi esposa con la limpieza de la casa y con el cuidado de nuestra hija mayor.

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Era pleno invierno del 2000, estábamos en un auto viejo, con una estufa que funcionaba mal, en el medio de la ruta. Realmente necesitábamos llegar a casa. Cuando anocheció, de pronto se apagaron nuestras luces. No podíamos detenernos y esperar hasta la mañana: la gasolina se estaba agotando, podíamos congelarnos hasta morir, o alguien podía chocarnos, estábamos sin las luces. Nos arrastrábamos por la ruta a una velocidad de 10 a 20 km / h. Teníamos 20 años y estábamos asustados. Detrás de nosotros apareció un enorme camión, pero no nos pasó, redujo la velocidad, encendió los faros de larga distancia y se arrastró detrás de nosotros hasta el amanecer, iluminando el camino y protegiéndonos. Cuando amaneció, se adelantó, hizo sonar la bocina y se alejó.

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Tengo 40 años. Me ha ido bien en la vida y ha llegado el momento de cumplir un antiguo sueño: ¡poner una máquina con gancho en la que fuera casi imposible perder! Le pedí al ingeniero que la ajustara de tal forma que los juguetes se aferraran bien y no se cayeran cuando la “garra” subiera. Compré unos 2 mil juguetes pequeños y puse ese milagro en mi tienda. Para mí, esa máquina no es rentable, ¡pero no la quitaré! Veo la alegría de los niños, y me alegro con ellos.

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Cuando tenía 8 años, saqué del mar a un niño de un año que se estaba ahogando. Han pasado 15 años, ese chico me buscó y me pidió que fuera el padrino de su hijo, diciendo: “Me salvaste la vida, así que quiero confiarte lo más valioso que tengo”. Fue increíblemente agradable, especialmente cuando vi orgullo por mí en los ojos de mis padres y de mi esposa.

¿Qué historia te conmovió más?

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