15 Historias de maestros que encontraron una manera diferente de dictar sus clases

Historias
hace 5 años

Pasamos la séptima parte de nuestra vida en la escuela, por eso no es de extrañar que casi todas las personas alberguen muchos recuerdos divertidos de esa época. Y algunas de esas historias nunca habrían sucedido si no fuera por los maestros.

En Genial.guru encontramos en las redes varios testimonios de antiguos alumnos y padres acerca de sus geniales profesores.

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Le tengo pánico a la maestra de matemáticas de mi hijo. Cuando me llama para ir a la escuela y me cuenta sobre sus problemas, siempre me pongo de acuerdo con ella para terminar cuanto antes la conversación. Y cuando salgo de la reunión, voy corriendo de inmediato a la cafetería para comerme un par de postres y relajarme. Mamá, 43 años.

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Cuando en el primer año nos enseñaron a escribir la letra “a” minúscula, la maestra nos dijo que, entre el círculo y el ganchillo, abajo, debería existir un espacio, como una casa para un pequeño enano. Todavía vigilo si la casita salió bien o no.

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Terminé la escuela hace un par de años, pero recuerdo los viejos tiempos con cariño. En una de las lecciones de música, la profesora tocó “Numb” de Linkin Park en el piano y todos cantamos juntos. ¡Fue la mejor maestra que tuve!

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En la escuela, un maestro eclesiástico nos visitaba una vez a la semana. Quería hablar utilizando el lenguaje propio de la juventud para ser más claro con nosotros. Pero, a la vez, usaba la jerga típica de los presos.

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Cuando era niña, a mi pregunta de “¿Por qué el mar Negro se llama así?”, mi mamá respondió que se debía a que las personas allí tomaban el sol y regresaban a casa morenas. ¿Hace falta mencionar que toda la clase, maestra incluida, se rio cuando solté eso sin más en clase de Geografía?

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Cuando llegamos por primera vez a la clase sobre Seguridad Vial, el maestro nos dijo: “Mi objetivo es que todos ustedes mueran... por muerte natural”.

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En mi escuela, el profesor de Física era creativo. La lección que versaba sobre la “Inercia” comenzó con el sonido del timbre, acompañado de una bola de metal estrellándose contra una pared del aula. Nuestro maestro entró y nos dijo a los estudiantes asustados: “¡Hoy vamos a estudiar la inercia!”. Recordaré el tema por el resto de mi vida...

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Recuerdo cómo la profesora de Física echaba perfume en un extremo de la clase y corría por la misma gritando: “¿Chicos, lo sienten, lo sienten? Esto es la difusión”.

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Mi profesora de Física les preguntaba a los niños constantemente (y creo que todavía lo hace) qué sucedería si ella saltase de un avión con un dinamómetro en la mano.

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En la escuela, el maestro de Seguridad Vial era tan astuto que una vez dijo: “Aquellos a los que no encontré haciendo trampa en el examen, tráiganmelo y les pondré una mejor nota”. Casi toda la clase se apresuró a devolverle las hojas. Escogió la más hermosa y cuidada, puso a su dueño un sobresaliente y al resto lo suspendió.

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Recuerdo a una maestra muy bien porque, cuando su gato cumplía años, nadie obtenía malas calificaciones. Nadie. Agradezco a su mascota por haber vivido en el momento en que yo estaba estudiando.

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Una vez, la profesora nos dijo que las cornejas se precipitan hacia todo lo brillante y que nuestros ojos también pueden brillar en ciertas ocasiones. Han pasado años desde entonces y todavía cierro los ojos cuando paso cerca de estas aves.

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En mi infancia tenía a una profesora de Lengua a la que todos le temían, tanto los estudiantes como otros profesores. Sus clases daban tanto miedo como risa al mismo tiempo: sin llegar a usar una sola palabra malsonante, podía poner a una persona en su lugar de manera irrevocable. Entonces: un niño desafortunado estaba sentado mordiéndose las uñas durante su clase (probablemente invadido por el miedo). Ella, al notar su debilidad, se puso cerca de él por casualidad y luego, de repente, subió su pie encima de su mesa para gritar: “¡¡¡MUERDE!!!”.

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En la escuela, la profesora de Historia comenzó con una nueva lección: “Chicos, todos los seres humanos evolucionaron de los monos... ¡Madre de Dios!”, y se santiguó. Después continuó con la materia.

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Cuando estaba en la escuela, uno de los maestros tenía de apellido Diosantos. Firmaba los cuadernos siempre como “Dios”.

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