16 Situaciones divertidas que no hubieran sucedido si no fuera por las ocurrencias de los niños

Historias
hace 3 años

Seguramente, muchos estaremos de acuerdo en que la ingenuidad y espontaneidad del niño a menudo conduce a situaciones e historias divertidas. Y, a veces, los niños pueden decir o hacer algo que hace que un adulto se sonroje por completo.

En Genial.guru, inspirados por la sinceridad de algunos usuarios en las redes sociales, hemos creado para ti una selección de historias que demuestran una vez más que las frases más brillantes las han pronunciado los niños.

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Recogí a mi hijo de la guardería, lo llevaba de la mano a casa cuando me pregunta: "Mamá, ¿qué persona es la más bonita en tu oficina?". Le contesto, sonriendo: "Yo, por supuesto". Él me mira detenidamente y suelta: "¿Acaso eres la única que trabaja allí?". Ni siquiera fui capaz de darle una respuesta inmediata, pero en casa, mi esposo lloraba de la risa.

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Mi amiga tiene dos hijos en edad preescolar. Ella es una madre de pura cepa. Los niños comen sano durante todo el día, visitan a los médicos una vez por semana, aprenden idiomas extranjeros y asisten a distintas clases educativas. La primera vez que los dejó con su esposo durante cuatro días, estaba muy preocupada. Y esto es lo que sucedió en su ausencia: Levantarse: cuando cada uno quisiera. Desayuno: pidieron pizza para todos. Dibujos animados. Dibujos animados. Cena: pasta. Dormir: cuando cada uno quiera y, lo más importante, ¡por primera vez en su vida, sin lavarse los pies! En general, los niños disfrutaron mucho de la vida con su padre. Cuando su madre regresó, su hijo mayor le dijo: "Mamá, te quiero mucho, pero me lo pasé tan bien con papá...".

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Les contaré sobre la vena empresarial de mi hijo. Él tenía 4 años, viajábamos en un autobús cuando mi pequeño talento seguía de cerca lo que hacía el conductor. Captó lo principal: la gente le daba dinero y, a cambio, este les entregaba el boleto. Mi hijo me dijo que en casa dibujaría boletos y mañana subiríamos en el autobús para venderlos. Le mostré mi boleto a mi hijo: "Mira qué letras tan pequeñas y precisas, igual que los números. ¿Tú podrías dibujarlo de la misma manera?". El silencio reinó durante 5 minutos, en fin, creía que ya renunciaría a semejante idea. ¡Pero qué va! En ese momento él estaba trabajando en su nuevo plan. Luego, me dijo con total sinceridad: "Mamá, ¿y por qué no imprimes los boletos en tu oficina y yo te doy la mitad del dinero que gane?".

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Esto pasó hace mucho, a principios de los 90, en tiempos difíciles. Mi amigo Andrés tenía seis años y su hermana Marta, cuatro. Su madre les compró una pera para los dos. La pera fue entregada a Andrés bajo la premisa de dividirla en dos partes iguales. Unos minutos más tarde, tronó el llanto de Marta y su indignación: "¡Te has cortado más para ti!". La situación se aclaró enseguida: Andrés tomó una regla, midió la pera y la dividió exactamente por la mitad. Pero Marta no estaba muy feliz con esta división, porque le tocó la parte superior de la pera. Para darle una lección, la madre cambió las mitades, dándole a Andrés la parte superior.

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Nunca olvidaré mi profunda sorpresa cuando me preguntaron, a los cuatro años de edad, cómo se llamaba mi madre. Yo estaba aterrorizado. ¿Mi mamá tiene nombre? Durante cuatro años creí que "mamá" era su nombre.

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En una fiesta de primavera en la escuela de mi hija menor, a los niños les regalaron una memoria USB con la forma de Darth Vader, y a las niñas otro similar, pero con un pony o búho con piedrecitas brillantes. ¿Crees que los niños comenzaron a debatir sobre la igualdad luchando contra el sexismo y los estereotipos de género de sus superiores? Para nada. Ellos, simplemente, se los intercambiaron.

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Tenía alrededor de cuatro años. Llegamos a la casa de la abuela. Vivía en una bonita casa privada con un patio trasero cercado y jardín. A mí, como su primer nieto, me adoraba y siempre intentaba alegrarme la vida, "¿Qué te gustaría comer, mi vida?". Decidí que me gustaría un pollo asado, a lo que mi abuela contestó: "Bueno, quédate aquí jugando y yo voy a cumplir tu deseo". La abuela se fue al patio trasero, cerrando la puerta tras su paso. Me invadió la curiosidad: ¿dónde habrá ido, por qué? Caminé por el otro lado de la casa y en aquel mismo momento en que me asomé a la cerca, para ver entre las maderas, mi abuela presionó al pollo contra el tocón y profesionalmente alzó su hacha. El hacha se quedó en el tocón, la cabeza de pollo rodó hacia un lado, y el cuerpo, que todavía se movía, fue sujetado con firmeza por sus manos. Volví a rodear la casa, se abrió la puerta, y yo me lancé hacia mi abuela gritando: "¡¿Qué has hecho?! ¡¿Por qué le cortaste la cabeza?!". Mi abuela, sorprendida, respondió: "Pero... si tú mismo me pediste un pollo asado". Y así fue como descubrí que un pollo, antes de asarlo y comerlo, debe ser víctima de un asesinato.

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Entro a un supermercado. Veo a una mujer con una niña pequeña entre las filas. La niña:

- Mamá, mamá, ¡vamos a llevarnos otra barra de chocolate!

- No, cariño, en casa, aún quedan dos más.

- Mamá, en casa, solo, hay dos. ¡Y pueden agotarse en cualquier momento!

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Mi hija de 7 años, recientemente, me ofreció dinero para que no fuera a trabajar un día. ¡Me pagó 70 centavos!

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Llevo ya una semana encontrando en la mochila de mi escuela dinero que no metí ahí. Básicamente, eran monedas pequeñas. Por lo que me preocupé poco, pero hoy me di cuenta de que mi hermana de cinco años sacaba monedas de su hucha y las ponía en mi mochila. Resultó que ella solo quería que me comprara algo en la cafetería de la escuela y no tuviera nada de hambre. Esta es la razón por la que ponía ese dinero en mi mochila. Casi me muero de la emoción.

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A mi hijo le pidieron que escribiera un ensayo sobre qué es el amor. El tema es complejo e inusual, pero me resultaba muy interesante saber qué escribiría. Volvió a casa enojado y frustrado. Decía que había sacado una mala calificación por su composición y me ofrecía su cuaderno. Al abrirlo, pude ver lo que él escribió. Solo había dos líneas: "No sé, porque no he amado. ¡Y mi papá dice que eso es una tontería!".

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Era un hermoso día de verano. Volviendo del supermercado, ya cerca de mi casa, me encontré con un amigo y me paré a hablar con él. En este momento, al portal cerca del cual nos encontrábamos, se acerca un niño corriendo. Aparentaba unos 6, como mucho 7 años. Pulsa, insistiendo, el botón del portero electrónico, esperando una respuesta. Después de algunos pitidos, se oye una voz femenina:

- ¿Sí?

El niño con fuerza, de forma clara, como si quisiera que todo el mundo se enterase de la conversación, pregunta:

- ¡Mamá! ¿"Cabrón" es una mala palabra?

En el otro lado, la madre casi se ahoga:

- ¡Hi... Hijo... Hijo! ¡Esa es una palabra muy fea! No la vuelvas a repetir, ¿de acuerdo?

- ¡Está bieeeeen!

- Juan (insiste su madre), ¿me has entendido bien? ¡Nunca más vuelvas a decirla!

- Sí, mamá. ¡Ya lo he entendido, mamá! Me voy, ¡adiós!

La comunicación termina y el niño corre al parque infantil donde están sus compañeros caminando. Y desde allí pudo oírse su voz al unísono:

- ¡Cabrones! ¡Vamos a jugar al escondite!

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El compañero de clase de un amigo mío, en la escuela, escribió un ensayo sobre el tema "Qué quieres ser de mayor". Y su texto fue significativamente diferente de una gran cantidad de futbolistas y actores, por lo que el maestro lo leyó en voz alta: "Cuando sea mayor, quiero convertirme en un barrendero. Porque, por las mañanas, siempre encuentran carteras con dinero, y de día, ya están libres y pueden gastarlo". Afortunada o desafortunadamente, su sueño no se hizo realidad, ahora trabaja de neurocirujano.

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Tenía alrededor de 4 años cuando mi padre se acercó y me dijo: "ve y dile algo bonito a mamá". Acepté, me acerqué a ella y le dije: "Mamá, tienes unos ojos tan hermosos". Mi mamá comenzó a emocionarse, pero yo seguí: "¡Como los de un hipopótamo!".

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Mi primera maestra en la primera clase nos hizo la siguiente pregunta: "¿Qué quieren ser cuando sean mayores?". Era el año 1986, y por lo tanto, todos los niños querían ser policías, pilotos o bomberos, mientras que las niñas, maestras y doctoras. Y yo quería ser una lechera. En serio, una lechera en una granja. Se rieron de mí, por supuesto, pero no me desanimaron, citando al hecho de que todas las profesiones son importantes. Y yo, simplemente, justo el día antes, había visto la foto de una lechera en el periódico, donde se informaba de que había sido premiada con una medalla por su extraordinario trabajo. Yo, básicamente, también quería una medalla y aparecer en el periódico. Si en aquel periódico hubiera aparecido un cartero con una medalla, también habría querido serlo. A los siete años, yo personalmente, quería fama y una medalla.

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No soy un tipo muy escrupuloso. A veces, se me cae algo de comida al suelo, la recojo, soplo y me la como. Cuando tuve a mis hijos, comencé a controlarme, pero aun así recuerdo un incidente. Estábamos en la cocina, a mi hija se le cayó un trozo de empanada al suelo y cuando mi esposa lo quiso recoger, mi hija gritó: "¡Mamá, no lo toques, es de papá!".

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Iba al trabajo en un autobús y oí este diálogo entre una niña pequeña y su madre:
- Mamá, ¿cuánto tiempo más nos queda?
- Mucho.
- ¿Dos paradas?
- No, ni siquiera puedo contar cuántas paradas quedan.
- ¿Un kilo?
- Pues, sí, alrededor de un kilo.

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Por supuesto, cada uno de nosotros guarda en su memoria alguna situación graciosa o divertida de su infancia. ¡Estaremos encantados de leer tus historias nostálgicas en los comentarios!

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