20 Chismositos a los que les pudo la curiosidad, pero les salió gato por liebre

Historias
hace 1 año

La curiosidad es una característica innata de la mayoría de los seres humanos, por algo el chismecito mueve con tanta fuerza los portales de noticias de famosos. La verdad es que nuestro cerebro es difícil de contener cuando considera que hay por ahí algo que necesita descubrir; el problema llega cuando va por lana y sale trasquilado, porque lo que creía que había encontrado no tiene nada que ver con la amarga, y a veces salada, realidad.

  • Yo dejé una taza de leche materna en la mesa y cuando pregunté por ella, mi sobrino dijo que se la había tomado. Le dije que era leche materna y al momento casi vomita. Después, se acordó de que sabía muy rica, así que yo probé mi leche y, efectivamente, ¡sabía a leche evaporada! © Verónica Chávez González / Facebook
  • Mi papá comió alimento para tortugas pensando que era un producto naturista, como fibra, que normalmente tiene mi mamá. Y ella se tomó un agua para colibrís que estaba en el refrigerador de mi tía pensando que era jugo. © Lissette Martinez / Facebook
  • Una vez, vino un familiar del extranjero con una nueva pasta dental. La vi en el baño y quise probarla. Cuando me puse el cepillo en la boca, ¡¡se me pegaron todas las encías!! Era una especie de Corega. Eso me pasa por chismosa. © Cristy Treneman / Facebook
  • Una vez, yo dejé una bolsita de premios para mi perrita y se me olvidó dárselas. Un día fui a buscarlas y ya estaba a la mitad, entonces dije: “¿Quién se las dio?”. Resultó que el esposo de la empleada se las estaba comiendo. Pobre don Juanito, se rio tanto cuando se enteró. © Tina Ortiz Castro / Facebook

¡Cuántas historias divertidas gracias a la curiosidad!

  • Me puse a hornear un pastel y mi marido vio cuando abrí la lata de piña. Un rato después, abrió el refrigerador y vio algo que pensó que era el almíbar, así que se lo tomó. Resultaron ser las claras de huevo. Cada vez que se acuerda, me reclama a mí. © Marita Pérez / Facebook
  • Cuando era chico, mi papá hacía unos asados como nunca los volví a comer. Mi mamá guardaba la sal en un pote largo que era de la sal de fruta Heno, parecida al Uvasal. Mi papá le pidió la sal a mi mami y ella le pasó el pote equivocado. El asado empezó a soltar efervescencia. © Cesar Gaetán / Facebook
  • Donde yo trabajaba a veces pedían comida y muchos dejaban sobras. Una vez yo me llevé a la casa las sobras de pollo para mi gatito. Cuando se las iba a dar, miré a mi papá chupando los huesos y quitándoles toda la carne, entonces le dije que eran las sobras que habían dejado los compañeros de trabajo y que eran para los gatitos. Ahí me dijo: “No, espérate, tienen mucha carne”, y les dejó el puro hueso. © Cindy Madero / Facebook
  • Mi hermano se puso en la cara mi crema para la menopausia, una que solo se usa en el antebrazo, la ingle y los pechos, ¡jajajajaja! Me dijo: “Hermana, ¿dónde compraste esta crema? Deja la piel bien suavecita”. ¡Jajajajaja! Moría de la risa. © Sheba Castellanos / Facebook

A los animales también les corre su dosis de chisme en la sangre.

  • En casa de una amiga de mi mamá, tenían una gotera y pusieron un vaso para que allí cayera la gota. Un día que llovió, llegó el marido de la señora y le dio un trago al agua del vaso y le dijo: “¡Ay, vieja! Sabe muy rara el agua de tamarindo”. © MaryKrmen Garcia Jaramillo / Facebook
  • Mi hermana llegó de la escuela, vio algo sobre la estufa y se lo empezó a comer de la olla (muy mala costumbre). Cuando ya estaba satisfecha, preguntó: “¿Qué guisado era? Estaba muy rico”, entonces mi mamá le dijo: “Eso no es ningún guisado, es la comida del perro”. Ella le respondió: “Pues está muy sabrosa”. © Zara Gonzalez Gonzalez / Facebook
  • Unas primas mías hicieron ñoquis de yeso. Fueron al lavadero, vieron una bolsa con harina, según ellas, e hicieron los ñoquis. Cuando el yeso empezó a fraguar, cada vez estaban más duros los ñoquis. Su madre les preguntó de dónde habían sacado la harina y ahí se dieron cuenta de que era yeso blanco en vez de harina. Los ñoquis habrán quedado muy lindos, pero eran piedras, ¡jajaja! © Alicia Reggiardo / Facebook
  • Cuando mi marido era niño, se metió al refrigerador de su abuela y vio una fuente de sémola con leche. Cuál fue su sorpresa cuando, al ponerse una cucharada en la boca, resultó ser manteca, ¡jajaja! © Cynthia Norambuena Lemuñir / Facebook

No todo en la vida es chisme, hay quienes hicieron grandes hallazgos.

  • Un día, dejé sobre la estufa la comida de mi perrito. Llegó de visita una hermana, se adentró a la cocina y cuando salió me dijo: “¡Qué ricos te quedaron los chilaquiles! Casi me los acabé”. Yo le respondí: “Bruta, esa era la comida de Bongo”. Todos nos reímos. © Elsa Ortiz / Facebook
  • Una vez, en la secundaria, hice una maqueta de la célula. Utilicé fresas, uvas y también plastilina de colores. Lo puse todo así muy padre en una charola y lo cubrí con gelatina transparente. Obviamente, la había metido al refrigerador para que se cuajara más rápido, y mi papá se la comió. © Dayanne Schloss Mdz / Facebook
  • Mi abuela había dejado grasa de cerdo derretida en un bol en el refrigerador porque luego iba a usarla para freír pasteles de hojaldre caseros. Pero llegó mi papá y, creyendo que era un postre de gelatina de vainilla, le mandó una cucharada, ¡jaja! © Silvia Bataglia / Facebook

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