Mi esposo no quería tener un perro, pero mis hijas lucharon por Luna, y ella les agradeció cambiando nuestras vidas

Historias
hace 5 años

Dicen que hasta que no ames a un animal, tu alma estará dormida. Soy Eva, y esta es la historia de cómo Luna llegó a nuestra casa para enseñarnos muchas cosas sobre la vida.

Ella es una Schnauzer miniatura de color negro y gris, que llegó a nuestras vidas hace 3 años. Después de mucho tiempo solos, decidimos llevar a casa a una mascota que nos hizo cambiar nuestra forma de pensar con respecto a los animales.

Especialmente para los lectores de Genial.guru, hoy contaré la historia de cómo una pequeña criatura puede cambiarle la vida a una familia entera.

Mis hijas querían tener una mascota desesperadamente. Tenían peces, pero según ellas, no podían considerarse como tal porque no podían jugar con ellos. Mi esposo odiaba a los animales desde que habíamos sido novios, y me había dado sus razones: la casa se llenaba de pelos y olían raro. Debido a eso, nunca quiso ni tuvo un compañero de este tipo en su niñez, y definitivamente no lo quería en ese momento, cuando ya era adulto. Además, una de nuestras hijas era alérgica al pelo de los perros y gatos, y había tenido varias crisis respiratorias en los últimos años por estar en contacto con animales.

Cuando las niñas crecieron y la más pequeña superó su alergia, empezaron a pedir que les obsequiáramos un perrito. Insistieron por eso durante todo un año, y lloraron sin parar. La mayor incluso nos culpó de arruinar su niñez y frustrar su vida por no permitirle tener un cachorro como los demás niños. Un día decidieron aliarse en contra de mi esposo y dejaron de hablarle como señal de protesta por no darles el perrito que querían. Para él, eso fue terrible, ya estaba acostumbrado a ser el consentido de la casa y a que sus princesas (que en ese tiempo tenían 10, 8 y 4 años) corrieran a abrazarlo cuando llegaba a casa después del trabajo. Así que esas 2 semanas fueron una completa tragedia. Hablé con las niñas y traté de explicarles que esas decisiones debían tomarlas los adultos, y que no siempre podríamos complacerlas en todo (no quería 3 niñas malcriadas que creyeran que podrían conseguir sus deseos de esa manera), pero sus argumentos fueron tan validos que terminaron por convencerme y hacer que apoyara su causa.

Estas fueron sus razones:

  1. “Nos vamos a hacer cargo del perrito. Ni papá ni tú tendrán que hacer nada” (lo cual ahora entiendo que no fue cierto, ya que me toca a mí llevarla al veterinario, pagar sus vacunas, cortes de pelo y comida).
  2. La mayor se tomó la molestia de entrar en Internet e investigar sobre los beneficios de crecer con perros, y me convenció con dos argumentos: los canes ayudan a superar miedos y tristezas, y los niños prefieren jugar con sus mascotas que con videojuegos.
  3. Me dijeron que me iban a amar por siempre y que sería su mamá favorita toda su vida (esta última me llegó al corazón).

Un día, mi esposo no soportó más la presión, y me pidió que investigara sobre algún perro pequeño que no perdiera pelo, que no oliera feo y que fuera lo suficientemente inteligente para aprender a hacer sus necesidades en un lugar destinado.

Así comenzó mi investigación, consultando al pediatra de nuestra hija menor para saber si había algún perrito “hipoalergénico”, preguntando sobre tamaños, colores, etc. Todo esto a escondidas de las niñas, que seguían ignorando a su papá 12 días después del comienzo del plan. Finalmente encontré una cachorrita que nos encantó a todos, y decidimos llevarla a casa. Escogimos un Schnauzer porque es una de las razas de perro que casi no pierde pelo. Además, es recomendado para personas con alergias. Queríamos un can pequeño, que fuera obediente y amoroso con las niñas, por lo que en realidad no nos importaba si era de raza o no.

El día que la llevamos a casa parecía un pequeño muñeco de peluche. Cuando mi esposo llamó a las niñas a la sala familiar para decirles que tenía que mostrarles algo, les entregó la perrita en sus manos. Mi hija menor, completamente incrédula, preguntó: “¿Es de verdad?”. La perrita, que recibió el nombre de “Luna”, es una fiel protectora de ellas. Duerme al pie de sus camas cuando están enfermas y le ladra a quien trate de acercarse a su habitación. Las cuida y protege, sobre todo a la menor. A veces las encuentro juntas en algún rincón de la casa jugando. Ella la disfraza, le lee cuentos y esconde sus juguetes para que Luna los busque. ¿Y las alergias? Pues nada, no ha tenido ninguna crisis importante desde que la perrita llegó a casa.

Luna les ha enseñado a ser responsables y más bondadosas y respetuosas con todos los animales. Ahora los aman y siempre quieren ayudar a otras criaturas. Ha despertado en ellas compasión, haciéndolas querer rescatar gatos y perros de la calle para buscarles un hogar.

Les enseñó a ser más pacientes, más cuidadosas y curiosas. La perrita es muy obediente: duerme en su camita, no destruye nada, no se sube a los muebles a menos que se lo pidas, hace caso si le dices que deje de ladrar, hace sus necesidades en el lugar en donde le enseñamos y sigue a mis hijas a todas partes. Pero más allá de lo que las niñas le enseñaron, amo todo lo que Luna despertó en ellas.

Pero la historia no termina ahí, porque el que más la ama es... ¡mi esposo! La cuida, y es el encargado de sacarla a caminar los fines de semana cuando las niñas aún están dormidas. Amamos a Luna por muchas cosas, pero sobre todo por hacer felices a nuestras hijas y por todo lo que les ha enseñado. ¡Nunca hubiéramos pensado que una criatura tan pequeñita podía hacer tanto por todos nosotros!

¿Tienes mascota? Nos encantaría saber qué es lo que más adoras de ellas. ¡Cuéntanos en la sección de comentarios!

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