“¿No te da vergüenza?” La historia de una chica que un día se permitió dejar de dar explicaciones

Historias
hace 2 años

—¡Laura, explícate de inmediato!

Me quedé de pie con la cabeza baja, no porque me sentía culpable, sino porque temía que los dedos regordetes de mi primera profesora, los cuales agitaba delante de mí, estaban a punto de golpearme en la cara. Y yo no entendía lo que significaba “explicarme”. ¿Explicar que a mí, una niña de 7 años, me parecía que el barandal estaba perfectamente hecho para deslizarse por él?, ¿que era divertido y un poco emocionante? Intenté justificarme, pero no me creía a mí misma.

—¿No te da vergüenza? —, ella preguntó.

Sinceramente, no me sentía avergonzada, pero asentí con la cabeza y rompí a llorar. No por estar avergonzada, sino por la impotencia ante una mujer grande y formidable con el poder de exigirme una explicación.

Estaba delante de todos en la clase y la directora me regañaba.

—¿Tienes algo que decir a tu favor?

¿Qué podía decir? ¿Que me gustaba leer libros, contar historias, bailar, los mares y los océanos, y que no me gustaba Pedro, el chico malo de “familia problemática” con el que, por alguna razón, tenía que hacer los deberes porque él no progresaba? ¿Y que yo me iba tranquila a casa después de la escuela con mis libros y Pedro se iba con sus asuntos de travesuras, y que fuimos extremadamente felices por ello, hasta que fuimos delatados por alguien de la escuela?

Pero tenía que justificar de alguna manera que yo no tenía intereses en común con Pedro y que Pedro no tenía intereses en común conmigo y que teníamos muchos intereses por separado. Que a Pedro no le importaba la literatura, pero que podía dar en el blanco a cinco metros de distancia. Pero yo estaba callada y Pedro tampoco hablaba. Esto nos convertía en cómplices y así es como se establece el comienzo de una gran amistad. Era sorprendente que yo encontraba la fuerza para mantener la cabeza alta y mirar “desafiante”.

En un hermoso día de invierno, estaba parada frente a la puerta de mi casa, admirando los copos de nieve que parecían plumas de pájaros blancos, como si alguien en el cielo hubiera sacado una almohada gigante y la hubiera rasgado. Estaba comiendo helado. Y el mundo estaba lleno de luz y calidez. Mi vecina, que estaba paseando con sus nietos, me lanzó una mirada y me dijo:

—¿Cómo puedes comer helado con unas mejillas así? ¡Tus mejillas se pueden ver desde atrás!

Por mi cabeza pasaron un montón de palabras para justificarme: que medía 170 cm y pesaba solo 50 kg, que tenía un extravagante cóctel de sangre asiática y cosaca y que mi padre también tenía la cara redonda, aunque era delgado. Pero en lugar de eso, puse cara “desafiante” y le dije a la mujer que se cuidara a ella misma y que se ocupara de sus nietos mocosos. Me di la vuelta y me fui a casa. Oí atrás:

—¡Se lo diré a tu madre y te castigará!

Era extraño escuchar que se pueda castigar a una chica de 16 años, pero decidí no decir nada.

Llevo años trabajando en publicidad y estoy casada. Mi suegro, sentado en mi mesa, comiendo mis sándwiches, decidió de repente darme una lección. Comenzó la conversación diciendo: “Quiero regañarte por tu última campaña publicitaria. Explícame...”.

¿A mí qué? ¿Regañarme? La única persona que puede regañarme por mi trabajo es la que me paga. Eso es todo. Le ofrecí a mi suegro más sándwiches. Pero no funcionó. Y no volveré a invitarlo a casa.

Siempre tendrás que dar explicaciones. Por vivir de alguna manera “equivocada”, por ser feliz de alguna manera “diferente”, por amar de alguna manera “distinta”. Pero solo si tú mismo piensas que eso está mal de alguna manera tienes que dar explicaciones por ello.

Cuando alguien te exige explicaciones, significa que ese alguien es grande y tú eres pequeño. Y cuando eres realmente pequeño, es muy difícil resistirse a ello. No tienes la fuerza, la capacidad, la experiencia y los recursos. Cuando eres grande y tienes recursos, tienes derecho a hacer lo que crees que es correcto en ese momento. Y no deberías avergonzarte de ello. Tienes derecho a no hacerte pequeño solo para que alguien se sienta grande. Quien quiera ofenderse encontrará una manera de hacerlo. Quien quiera sentirse importante a tu costa, siempre encontrará algo por lo que “regañarte”.

Si soy realmente culpable e hice algo mal, digo: “Perdóname. ¿Qué puedo hacer para compensar las molestias que he causado?”

Si no soy culpable y no hice nada malo, pero mi bienestar depende de ello, no miento, ni pongo excusas, solo digo: “Discutamos la situación e intentemos llegar a un acuerdo”. Si alguien espera de mí excusas para aumentar su importancia, yo... no digo nada. Esta no es mi guerra. No tengo que ir a pelear.

De hecho, toma a mi madre como ejemplo. Cuando alguien le decía lo desagradable que era su hija, ella decía: “Pero ella nos gusta así, estamos orgullosos de ella, lo está haciendo muy bien, lo principal es que sea feliz”. Aprende a decirte a ti mismo en cualquier situación: “Yo me gusto, soy bueno, estoy orgulloso de mí mismo y lo más importante, soy feliz”. Sé grande. Y quiérete a ti mismo.

Eso es todo lo que quería contarte hoy. Abrazos.

Genial.guru publica este texto con el permiso de la autora Elena Pasternak.

Imagen de portada Depositphotos.com

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