Soy una mala madre, pero mi hijo es feliz

Historias
hace 5 años

“Tengo 2 hijos. El mayor llegó a los 18 años, como ahora entiendo, por casualidad. Fue a todos los cursos y clases habidos y por haber en la ciudad, estudió inglés de todas las maneras posibles, incluyendo la asistencia a escuelas bilingües”, cuenta la bloguera Galina Narozhnyaya.

“Mi hijo mayor viajó por todo el mundo, aprendiendo historia y geografía. Iba a teatros, a museos y a exposiciones al menos dos veces por semana. Era amigo de hijos decentes de padres no menos decorosos. Porque yo era una excelente madre, y soñaba que él fuera el mejor de todos, que se graduara de la universidad más genial y que construyera una carrera profesional impresionante.

Después de haber finalizado la escuela secundaria, él juntó sus cosas, me saludó con la mano y viajó a 1 000 km, a una pequeña ciudad provincial. Se matriculó en una escuela técnica vial y se mudó a una residencia estudiantil.

¿Hace falta explicar lo que experimenté entonces? Me salvó un año de psicoterapia semanal. Sollozando, me preguntaba una y otra vez: “¿Por qué me hace eso? Yo por él, y él... ¡Desagradecido!”.

Luego comenzó una profunda revalorización, larga y complicada. Era importante soltar la situación, dejar de buscar a los culpables y regresar a mi propia vida. Me deshice del control, de la ansiedad y de la sobreprotección, aprendí a aceptar a mis hijos tal y como eran, en vez de tratar de hacerlos felices por la fuerza.

Un año después, me jactaba ante mi psicólogo de que mi hijo era un buen estudiante en la escuela técnica y de que se había vuelto muy independiente. Que tenía amigos verdaderos y ahora sonreía mucho más que cuando vivía en la capital. Que después del instituto iría al ejército, y luego a la universidad. Y estaba muy orgullosa de él.

Dejé de culparme por no saber con cuánto dinero vive, qué comió hoy para cenar y si tiene un gorro y unas botas abrigadas. Por no haber visto nunca su libreta de notas, por llamarnos una vez al mes y vernos una vez cada seis. Qué horror, ¿no? No.

Tenemos una relación afectuosa, los encuentros nos traen verdadera alegría. Él fue el primero en apoyarme cuando le dije que dejaría mi negocio en la capital y me iría a vivir junto al mar. Me dijo: “Mamá, la vida es una sola. Haz lo que quieras”.

¿Cómo entendía mi tarea de ser madre antes? Creía que mi hijo debía:

  • Estudiar en una buena escuela integral, sacándose solo las mejores notas.
  • Tener una rutina diaria y de higiene, comer bien.
  • Estar ocupado todo el día (para no pasar tiempo en la calle con malas compañías y no jugar juegos de computadora durante mucho tiempo).
  • Desarrollarse en distintas áreas, estudiar música, hacer deportes, saber varios idiomas, robótica, etc.
  • Ver el mundo,

¿Parece categórico? Eso no es todo. Debe probar tantas cosas como pueda y decidir lo antes posible qué hará durante el resto de su vida. Y si no puede decidirlo, entonces lo decidiré yo. Porque es mi hijo, y sé mejor que nadie lo que necesita.

Ahora veo en mis acciones una sola cosa: manipulación. Porque decidir por el niño qué es bueno para él y asegurarse de que obtenga eso tan bueno, es una manipulación. El cuidado es otra cosa: darle a un hijo lo que él mismo quiere. Dándole a mi pequeño lo mejor, no tomé en cuenta lo más importante: él no me había pedido nada de eso.

¿Qué es lo que, en resumen, necesitan hacer los padres? Enseñarles a los niños a vivir sin nosotros. Eso significa amarlos, brindarles seguridad y, en ese espacio seguro, permitirles tomar sus propias decisiones y responsabilizarse de ellas.

¿Y qué solemos hacer? Vivimos la vida de nuestro propio hijo por él, obligándolo a cumplir nuestras expectativas y nuestros sueños.

Ahora mi hijo menor ha alcanzado la edad escolar. Lo observo y aprendo de él a disfrutar de la vida. Nuestra rutina está organizada de manera cómoda, lenta, sin prisas. Veo desconcierto en los ojos de las madres de sus compañeros de clase: siempre hay que hacer algo (deportes, idiomas, baile), el niño debe desarrollarse.

¿Debe qué? ¿A quién? ¿Y cuándo vivirá? ¿Quiere probar hacer boxeo? Vamos al gimnasio. ¿Quiere ver una película? Compramos entradas para el cine. Aprende inglés por su cuenta, por Internet, me enteré de eso hace un par de días, por casualidad.

El viernes faltamos a la escuela, el sábado paseamos todo el día por la costa, comiendo perritos calientes y donas. No tenemos nada planeado. Cada mañana, al despertar, decidimos cómo vamos a pasar ese día.

— Cariño, estoy escribiendo un artículo. Dime una cosa: ¿estás feliz hoy?

— Estoy un 101 % feliz.

— ¿Por qué?

— Porque me siento bien y estoy feliz. Me encanta cómo pasamos el día.

Por favor, ama a tus hijos y vive tu vida, no la de ellos".

Publicado con el permiso de la autora, Galina Narozhnyaya.

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