Una historia sobre el hecho de que después de cualquier mala racha, la buena irrumpe con triunfo en la vida

Historias
hace 3 años

Una relación terminada, los planes arruinados y las esperanzas destrozadas lastiman a todas las personas. Pero pasan los años y muchos sucesos vividos se convierten en un paso importante en el camino hacia los nuevos giros del destino. Así, una ruptura difícil es reemplazada por un matrimonio sólido con una persona maravillosa, un despido desagradable se convierte en un despegue profesional, y el dolor y la decepción, en una fuerza interior que te recarga para seguir adelante.

Genial.guru no pudo ignorar la sincera historia de la psicólogabloguera Elena Pasternak sobre el hecho de que algunos momentos de nuestra vida pueden cambiarlo todo para mejor. Incluso cuando parece que el mundo ha sido destruido y uno está a punto de rendirse.

Si imaginamos nuestra vida como un mapa, tarde o temprano nos encontramos en un punto que, como en un juego de computadora, lo cambia todo. No importa lo que sea. Ese vestido, unos calcetines tejidos terminados, un examen para obtener la licencia de conducir, una noche de insomnio, un compañero de viaje casual, un secreto escuchado. Y a uno, tal vez, le gustaría volver atrás, pero es imposible. Ya no serás quien eras hasta ese momento. Y, a diferencia de un juego de computadora, no se puede “guardar” e “ingresar” nuevamente.

Noviembre. Salgo del registro civil con mi exmarido. Ya llevamos 12 minutos divorciados. Él está diciendo algo y yo me pregunto si podré llegar al trabajo a tiempo o si es mejor volver a casa. Y entonces entiendo lo que dice. Me pide que le devuelva el anillo de bodas y me avisa que pasará por el dinero a la noche. Guardé ese dinero como una anciana, envolviendo los billetes en un pañuelo y escondiéndolo en el entresuelo. No recuerdo para qué ahorrábamos. Para un auto o una casa de verano. El anillo no se quita, como en una mala película, me duele, lo giro alrededor de mi dedo, y de repente se resbala, se me sale de las manos, rebota en el asfalto y se detiene cerca de su zapatilla. Lo levanta y se lo guarda en el bolsillo. Me doy la vuelta.

Vino con su madre y su hermana. A dividir los bienes compartidos. Abrieron los armarios, sacudieron la manta de la funda nórdica (mi suegra nos había regalado la ropa de cama), quitaron la lámpara de araña. Esta es probablemente la escena más embarazosa de mi vida. Solo luché por el dinero. A la mitad. Su argumento: “Mi hijo ganaba más”. Nadie escuchó mis argumentos. Pero fui increíblemente tenaz. Contamos el dinero en la cocina. La madre metía las cosas en bolsas a cuadros en la sala de estar. Mi exmarido me entregó el último billete de 100 dólares, mirando de reojo la puerta y guiñando un ojo. Tal vez solo me pareció, pero había algo de conspirativo en ello, como si él también estuviera avergonzado.

Se fueron y yo me senté frente a un montón de billetes esparcidos y pensé en qué hacer. El departamento tenía reparaciones sin terminar y una deuda por las terminadas. Había un préstamo por los muebles. En el trabajo había un infierno, estaba a punto de ser despedida en los próximos días. Me senté en el suelo y puse el dinero en pilas. Y salían o muchas pilas pequeñas o una grande. Una grande me gustaba más que muchas pequeñas.

Ahorré ese dinero durante los 3 años de matrimonio. No me compraba nada. Nada en absoluto. Tenía un bonito traje burdeos, pero se lo encargué a una modista en la universidad, un par de blusas, una sudadera de cuello alto. Y eso es todo. Con ese traje fui a la fiesta corporativa de Año Nuevo. Con él fui a la boda de una amiga. Y hasta mi papá, que no entiende nada sobre estas cosas, una vez me preguntó: “¿Acaso no tienes nada más que ponerte?”.

Arrastré la manta del dormitorio al sofá de la sala de estar, preparé un poco de té, le eché coñac, saqué un cuaderno y escribí las 3 cosas que haría por la mañana:

1) Me pondré el pelo en orden.
2) Me compraré ropa nueva.
3) Encontraré una manera de verme diferente.

En ese momento tenía dos amigas: María y Daria. María me llevó a su peluquería y Daria me invitó a una conferencia en España. Mientras ella traduciría por la tarde los informes de los ingenieros eléctricos, yo me tumbaría junto a la piscina y por la noche saldríamos de fiesta. ¡Ole, Mallorca! Aquellos eran los tiempos en que Turquía y Egipto eran la “tierra prometida”. Solo unos pocos habían viajado a España, pronunciábamos sus nombres en un susurro y los considerábamos celestiales. Y los envidiábamos, por supuesto, terriblemente. Y luego todo se terminó acomodando por sí solo. Pude tramitar un pasaporte en poco tiempo, finalmente me despidieron del trabajo, la visa también se me otorgó rápido, mi cabello se veía genial y tenía un par de vestidos nuevos que eran económicos pero elegantes.

Y allí estaba Mallorca. El abismo gris en el que no había trabajo y no estaba claro qué debía hacer a continuación había quedado en mi ciudad. Pero aquí hay luces, música, bares y baile en todos los bares. Y bailo. Los escaparates atraen con la promesa de felicidad y de descuentos, y en uno de los callejones veo una pequeña tienda de ropa y, a juzgar por los coches que hay en la entrada, es una pequeña tienda muy cara. Y en la ventana hay un vestido. Ya conoces el dicho: “Y entonces vio el vestido de sus sueños”. Yo nunca soñé con un vestido así. Brigitte Bardot o Sophia Loren podrían haber soñado con un vestido así. Ese vestido estaba más allá de mis sueños. No era funcional: un corpiño abierto con aros, muy estrecho en la cintura y una falda ancha de susurrante tafetán. Definitivamente no podría aplicarlo en la vida cotidiana y no podría usarlo con una chaqueta en la oficina. No tenía adónde ir con ese vestido, no tenía dinero, no tenía trabajo, pero tenía una deuda por las reparaciones y un préstamo por los muebles.

Y entonces comenzó el misticismo. Dondequiera que fuera, terminaba frente a ese escaparate. “Está bien”, me decía, “mira qué chaqueta color mostaza tan versátil. Y esta falda, puedes usarla para un pícnic o para pasear con amigos. Y también están estos pantalones y una blusa blanca: para la oficina, necesitas buscar trabajo con urgencia”. Y el vestido brillaba como un bombón de chocolate entre un montón de caramelos. Absolutamente inútil. Con ese vestido tienes que huir con tu enamorado de los padres estrictos, correr hacia la noche en un convertible y dejar que el viento te quite el sombrero, volar en un jet privado y enamorarte de un contrabandista.

Lo compré. Me lo puse en la tienda. Me obsequiaron con unos zapatos dorados y una pulsera. Quería volver al hotel, comerme un sándwich, esperar a mi amiga y llorar por el dinero desperdiciado. Pero las estrellas decidieron que hoy todo sería como en una película. Me crucé a Daria en la calle con sus colegas, nos invitaron a un restaurante con vista al océano. Conocí a un irlandés o a un escocés. Nos besamos como locos, pasamos la noche en un yate y vi al pasar mi rostro en el reflejo de un cristal. Era hermoso.

Teníamos que irnos a la noche siguiente. Seguí intentando captar una nota de remordimiento, pero no. Todos esos billetes valieron la pena cuando me di cuenta de que puedo ser así. Puedo ser atrevida. Realmente atrevida. Puedo abrir cualquier puerta. Puedo permitirme muchas cosas. Amar a quien yo quiera. Sentirme libre de lucir bonita. No tener miedo de querer más. Esa misma noche, Daria me hizo un currículum. Escribí esta historia en mi LiveJournal y fue leída por la editora de una revista de moda, quien me propuso publicarla. Escribí para ellos durante otros 5 años, ya no por dinero, sino porque me gustaba.

Salimos del aeropuerto, sonó el teléfono y me llamaron para una entrevista. Y después de 3 semanas, me fui a hacer unas prácticas a la capital.

Pasarán unos años más, me casaré con Pasternak, iré a estudiar a la facultad de psicología, recorreré la mitad del mundo, habrá decenas de vestidos en mi armario, y la vida será completamente diferente, pero nunca olvidaré a mi yo de 25 años cerca del escaparate, contando en mi mente cuántos kilogramos de arroz podría comprar con el dinero que me quedaba. Y estoy muy feliz de haber empujado esa puerta.

Eso es todo lo que quería contarles hoy. Un abrazo.

¿Has tenido momentos en los que parecía que la mala racha nunca terminaría? ¿Qué te dio la fuerza para seguir adelante?

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