10 Consejos para lidiar con esas situaciones en las que muchos padres desearían que se los tragara la tierra

Psicología
hace 2 años

Ser padres se trata, en resumen, de usar el sentido común y tener disciplinapaciencia, mucha paciencia. Hay muchos momentos, como los que vamos a analizar hoy, en los cuales los padres somos puestos a prueba, teniendo que elegir entre escuchar la opinión de los demás y la sabiduría popular o respetar las decisiones de nuestros hijos. En frío, tomar una decisión puede no ser tan difícil, pero in situ, con las miradas puestas en nosotros y nuestros niños, la cosa puede cambiar.

En Genial.guru no nos cansamos de investigar, y tras una intensa búsqueda, hoy te traemos una serie de consejos y recomendaciones para salir airosos de situaciones cotidianas que pueden acabar siendo un tanto difíciles.

1. “No quiere compartir sus cosas con otros niños”

Todos tenemos cosas personales que no nos gusta que nadie toque. Incluso en casa solemos tener normas sobre la propiedad personal de cada miembro de la familia: “Con los maquillajes de mamá no se juega”, “La computadora de papá no se toca”, “No desordenes los colores de tu hermana”. Así, los pequeños aprenden que las cosas tienen dueños, y que en el caso de sus juguetes, los dueños son ellos.

Si en determinado momento no quiere prestarlos a otros niños que no conoce, lo correcto sería respetar su decisión, y esto no significará que sea un pequeño egoísta ni mucho menos; está actuando de forma instintiva y natural, protegiendo sus cosas de los desconocidos. No obligues ni hagas sentir mal a tu hijo por no querer prestar sus cosas o, peor aún, por no quedar mal o porque te da pena el otro niño, no prestes tú las cosas de tu hijo si él ya expresó que no quiere hacerlo.

En su lugar, intenta que ese desconocido deje de serlo: “Mira, Martín, este es Pablito, va a la misma escuela que la prima Sara y le encantaría jugar contigo. ¿Qué te parece si juegan juntos?”. Si la respuesta es “NO”, no te avergüences ni elabores juicios contra tu hijo al respecto.

2. “No acata órdenes sin antes hacer mil preguntas”

A pesar de que los adultos tenemos libertad de decisión, nuestras vidas también están condicionadas por normas y obligaciones que debemos cumplir. Podríamos optar por no cumplirlas si queremos, pero somos conscientes de que toda decisión tiene consecuencias. Esa es la gran diferencia que hay entre ser obediente y ser sumiso.

Una persona obediente decide obedecer desde su conciencia y por respeto a quien le dio la orden o a los demás. Mientras que alguien sumiso se somete a otros, ya sea por temor o por obligación, sin cuestionar las órdenes que recibe. Nuestro objetivo como padres es educar a nuestros hijos para que el día de mañana sean obedientes, pero no sumisos a merced de cualquiera.

No des órdenes a tus hijos como si de un pelotón militar se tratara, ni te tomes sus “¿Por qué?” como un enfrentamiento, porque no lo son. Realmente quieren y necesitan entender por qué deben o no hacer determinadas cosas. Es importante que comprendan que tienen libertad de elegir, pero siendo consecuentes; si no estudian, no aprobarán el curso y tendrán que estudiar el doble para recuperarlo, y si no comen, se sentirán débiles y no tendrán energía para jugar o, peor aún, podrían enfermarse.

3. “No quiere dar besos o abrazos a algunas personas”

Muchas veces confundimos las muestras de cariño con los modales o la educación. Cuando un niño se niega a dar un beso o un abrazo, pensamos enseguida que se le etiquetará de “maleducado” o de “no tener modales”, pero nada tiene que ver una cosa con la otra. Los buenos modales y la educación pueden mostrarse de muchas maneras no vinculadas con el contacto físico. Como ejemplo tenemos a los miembros de la realeza, que son expertos en protocolo y buenos modales, pero a quienes rara vez vemos repartiendo besos y abrazos por doquier.

Los besos y abrazos deberían darse solo a quien se quiere y cuando se quiere. Son muestras de amor, y el amor no puede ser forzado o fingido. Entonces no tiene nada de raro (ni malo) que no le quiera dar un beso a la señora de la panadería, incluso a la abuela, que vive en otra ciudad y ve como mucho dos veces al año. Respeta su espacio y antes que nada pregunta: “¿Le damos un besito de despedida a la abuela?”.

Si no quiere, no debes obligarlo, presionarlo o jugar con sus emociones para conseguir que lo haga con frases como: “Oh, pobre abuela, se va a ir muy triste porque no le quisiste dar un beso” o “La tía va a pensar que no la quieres y no va a querer venir más”. Esto es manipulación, y no deberíamos permitir que nadie (ni nosotros mismos) se aproveche de la inocencia de nuestros hijos para hacerles hacer cosas que no desean.

4. “Debería comer más, no come nada”

Lo natural sería comer solo cuando se tiene hambre, con calma y suficiente para saciarse, pero hay tantas cosas que hacer durante el día que sin organización y rutina quizá no podríamos llegar a realizarlas todas. La hora de comer, la hora de acostarse, la hora del baño. Todo el cuerpo humano está diseñado para avisarnos cuando necesita alimentos; incluso los bebés lo saben, por eso lloran para informarnos de que ha llegado el momento de alimentarlos.

En el caso de los niños, es muy importante adaptar el tamaño de las porciones y favorecer las comidas sanas, variadas y equilibradas. También hay que organizar los horarios de comidas de manera que haya espacio suficiente entre una y otra para volver a sentir hambre. Si la merienda es a las 7 p. m. y la cena a las 9 p. m., probablemente el niño llegará a la cena aún sin sentir hambre. Por eso no querrá comer o comerá menos de lo esperado.

Si en determinado momento y de forma puntual tu hijo no quiere comer, tampoco lo obligues. No es raro que de vez en cuando se sienta inapetente, ya que también nos pasa a los adultos. Por saltarse una comida no le pasará nada. Algunos expertos, como Julio Basulto (dietista, nutricionista y escritor), recomiendan “no insistir para que nuestros hijos coman algo que no quieren, más cantidad de la que desean o más rápido de lo que pueden”.

5. “Es un caprichoso/a”

Este es un tema en el que incluso muchos adultos estamos verdes aún. Ser conscientes de nuestras emociones y aprender a controlarlas no es tarea fácil. Los niños de entre 1 y 4 años no tienen aún desarrolladas las partes del cerebro que interactúan durante el autocontrol emocional, por eso para ellos resulta tan difícil controlarse, y si lo consiguen, lo logran haciendo un gran esfuerzo.

Cuando están cansados, física o mentalmente, se vuelven insoportables, lloran por todo, están de malhumor, nada les viene bien, no son capaces ni de saber qué quieren. Y esto se debe a que necesitan una gran cantidad de energía para gestionar sus emociones, y en ese momento ya no la tienen. Cuando el peque se encuentre en medio de una explosión emocional, no atenderá a razones ni escuchará. No intentes callarlo, quitarle importancia a lo que siente o hacer que lo reprima.

Aunque sean momentos de gran tensión, intenta mantener la calma y tener paciencia para que cuando la tormenta pase y él esté nuevamente receptivo, puedan hablar con tranquilidad de lo sucedido. Invítalo a decirte lo que siente y escúchalo de forma atenta, sin extender juicios respecto a lo que te diga. Hazle comprender que todo ese numerito que montó no cambió nada ni lo ayudó a conseguir lo que quería, pero que hay otras formas, más adecuadas y efectivas, de tratar de obtener lo que quiere.

6. “Si no lo obligo a pedir perdón, no lo pide”

Los niños empiezan a desarrollar su inteligencia emocional a partir de los 2 años. En un primer momento, todo lo que “entenderán” sobre emociones será lo que sientan o experimenten por sí mismos, sin llegar a tener conciencia de que los demás también tienen sentimientos. Es recién a partir de los 4 años cuando empiezan a desarrollar la empatía. Es imposible sentirse culpable si no se empatiza con el otro, es decir, si no somos capaces de ponernos en su lugar y sentir su dolor.

Si obligamos al niño a pedir perdón, probablemente lo haga, pero sin entender por qué, o lo que es peor aún, sin culpabilidad, que es el sentimiento que nos hace querer disculparnos con los demás. Esto puede tener consecuencias negativas, ya que entender el “perdón” sin culpa, solo como una palabra, puede llevar al niño a actuar como quiera sabiendo que luego esa palabra mágica, “perdón”, se solucionará todo.

Actúa de forma ejemplar mostrando empatía y preocupación hacia la víctima: “¿Estás bien?”, “¿Te has hecho daño?”. A su vez intenta que el infractor tome cartas en el asunto también: “¿Qué podemos hacer para ayudarlo?”, “¿Crees que se sentirá mejor si le pedimos disculpas?”. Si no quiere pedir perdón, más tarde intenta explicarle con serenidad y hacerle ver cuáles fueron las “heridas” físicas o emocionales que causó en la otra persona, por las cuales debería haberse disculpado con ella.

7. “Me interrumpe constantemente cuando hablo”

Prácticamente desde que los niños empiezan a comunicarse verbalmente, comienzan a interrumpirnos. A veces por cosas sin importancia, otras no tanto. Es totalmente natural y todos lo hacen en determinado momento. Tenemos que entender que no “con maldad”, para poner a prueba nuestra paciencia. No son conscientes de lo molestas que sus interrupciones pueden llegar a ser.

A medida que van creciendo, el hecho de que continúen interrumpiéndonos o no dependerá en gran parte de nosotros y de la atención que les prestemos. Si cada vez que nuestro hijo/a acude corriendo a nosotros, le atendemos, lo único que haremos será reforzar ese comportamiento, y aunque al final de la conversación le digamos “Y no vuelvas a interrumpirme, por favor”, de seguro volverá a hacerlo.

Si no quieres que continúe haciéndolo, deja de prestarle atención inmediatamente. Si insiste, pídele que espere y sigue con tu conversación. Enséñale a controlarse, a interrumpir con educación y a discernir qué situaciones tienen prioridad y cuáles no. Por ejemplo: si necesita ir al baño o si alguien se ha hecho daño, sería aceptable que interrumpiera, pero no si solo quiere decirte que otro niño tiene la misma camiseta que él.

8. “No hace nada de lo que le digo”

Los niños aprenden por imitación, todo lo que ven y escuchan es su fuente de información. De este proceso formará parte todo el entorno familiar y aquellas personas que tengan roce frecuente con el pequeño. Los conflictos aparecen cuando uno pide una cosa, pero otro hace otra, o una misma persona pide algo, pero predica con otro ejemplo. Por ejemplo: mamá pilló a Juan bebiendo de la boca de la botella y lo regañó, a lo que él respondió “Pero si papá bebe siempre así”.

Aquí hay una diferencia entre las costumbres de mamá y papá, donde para uno algo no está correcto, pero para el otro es normal. Lo mismo sucede con las “malas palabras”; muchas veces escuchamos a nuestro hijo decir alguna y no dejamos de preguntarnos en dónde la habrá aprendido, hasta que un día la escuchamos de boca de nuestra pareja o de la nuestra propia al golpearnos el dedito pequeño del pie contra la pata de la cama.

No hagas sentir mal a tu hijo por hacer algo que aprendió por imitación de alguno de ustedes. Lo mejor será que los adultos lleguen a un acuerdo sobre cómo quieren educar a su hijo y qué es lo que quieren inculcarle y qué no. No discutan sobre ello delante del pequeño, sino en privado. Una vez acordadas las pautas, tendrán que trabajar juntos para ir corrigiendo lo que haya que corregir.

9. “Me pone de los nervios cuando se lo propone”

Por un lado, puede que a veces nos dé la sensación de que nuestros hijos buscan volvernos locos, pero nada más lejos de la realidad. Si son pequeños, menores de 6 años, recuerda que puede que aún no hayan desarrollado su empatía, con lo cual ni siquiera son conscientes de lo que tú sientes. Por otro lado, no podemos responsabilizar a nadie por cómo nos sentimos nosotros, ya que es nuestro sentir.

No es raro escuchar a padres diciendo frases como: “¡Me estás sacando de quicio!”, “¡Estás agotando mi paciencia!”, “¡Vas a hacer que me enfade!”. En todas ellas, el adulto responsabiliza al pequeño por lo que siente, a un niño que ni siquiera es capaz de gestionar sus propias emociones aún. Si esa práctica se vuelve habitual, repercutirá de forma muy negativa en el desarrollo emocional del pequeño.

Por eso es importante que empieces a responsabilizarte de lo que sientes y aprendas a gestionarlo. Cuando sientas que tu paciencia se está agotando, haz respiraciones profundas o busca herramientas que te ayuden a encontrar la calma. Es imposible ser respetuoso, positivo y resolutivo estando nervioso o enfadado, así que hasta no estar en calma, lo mejor es no tomar decisiones importantes.

10. “Llegó de la guardería diciendo una palabrota”

Sí, ten por seguro de que un día llegará ese momento. Sin siquiera verlo venir, tu adorable criaturita dirá con toda su inocencia una “mala palabra”, dejándote totalmente a cuadros y fuera de combate. Será inevitable que escuchen y repitan cosas que no deberían, no solo en casa, también en la calle, en la tele, e incluso de los niños mayores del colegio.

Lo importante en estos casos es saber qué hacer para que todo quede en un simple malentendido y “la palabrita” desaparezca del vocabulario habitual del niño. Primero que nada, no le des más importancia de la que tiene, hagas dramas o regañes a tu hijo. Ten en cuenta que lo más probable es que no tenga ni idea del significado de lo que está diciendo.

Segundo, intenta no sonreír o reír al escucharla. Si los niños creen que es divertida, seguirán repitiéndola. Y por último, es muy importante que le expliques con naturalidad y con un lenguaje que pueda entender por qué no debe continuar diciéndola. Tu hijo debe saber que es una palabra ofensiva e irrespetuosa, que molesta e incluso puede hacer daño a su receptor.

¿Te viste reflejado/a en alguno de estos puntos? ¿Qué situación te recordó?

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Es fácil hablar de pataletas pero se pasa mal cuando se producen en sitios llenos de gente mirándote

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