Por qué la escuela obliga a los padres a estudiar junto con los niños y qué hacer al respecto

Psicología
hace 2 años

Cuando llegó el momento de que mi hija fuera a la escuela, me creí preparada. Preparada para que el aprendizaje fuera la responsabilidad de la niña, para las bajas calificaciones debido a una mala escritura a mano, la tarea sin terminar y las tardanzas con tal de dormir. Pensé que podría apoyarla y protegerla. Parecía que mi voluntad de hacer las cosas bien era, por sí misma, la clave del éxito. Pero la realidad de varias escuelas es que los hijos y los padres tienen que dar muchas fuerzas para ocuparse de las calificaciones y la reputación, de la imagen que se le asignará al niño y que se convertirá en su rostro durante los próximos 11 años. En tales condiciones, es imposible aprender de los errores. Tienes que complacer al sistema y, por supuesto, en ese asunto, la participación de los padres es imprescindible.

Genial.guru está convencido de que es perjudicial estudiar por un niño, pero por experiencia propia sabe que, a menudo, la escuela dicta sus propias reglas.

Antes del primer grado

En agosto, los padres y los niños de la clase, activos a la fuerza, prepararon una manualidad para el 15 de mayo. “María, ¿lees rápido?”, preguntó la maestra con una expresión de severidad. “En realidad no”, admitió la muchacha con vergüenza, repasando su escritorio con el dedo. “Asegúrate de practicar”, dijo la seria maestra y, al mismo tiempo, le guiñó un ojo a su madre, como diciendo “no te preocupes, tendremos tiempo para aprender todo”. Salí de la escuela inspirada; tal vez no suceda nada terrible, mira qué buena maestra nos tocó.

Siempre he prestado mucha atención al desarrollo de mi hija. Conciertos, museos, exposiciones, grupos para niños, viajes, clases magistrales: todo eso dejó una buena huella. Creció curiosa, hacía preguntas, no tenía miedo de probar cosas nuevas, leía, escribía, dibujaba, inventaba historias y lanzaba metáforas que siempre sorprendían a todos los que la rodeaban. Esto me dio la razón para pensar que simplemente no podía haber problemas en la escuela.

En numerosos artículos, libros y conferencias, los psicólogos recomendaban que la responsabilidad por el aprendizaje debería recaer completamente en el niño y, por supuesto, no se debía hacer los deberes por él. Así fue como empezamos el año escolar, inteligentes e inspirados por los consejos de los profesionales.

“Dale el derecho a estudiar. Entrega esta responsabilidad en la mesa festiva. Y no te olvides de decir que estarás ahí para ayudar”.

La primera reunión de padres

Asistí a la primera reunión de padres con curiosidad. Me parecía lindo volver a sentarme al escritorio, mirar con un ojo al mundo mágico escolar.

Lo primero que aprendí: la clase que nos tocó era “no tan buena”. O sea, los padres ya se habían conocido y estaban cómodos, los niños también estaban bastante contentos con sus compañeros. Pero la maestra sí estaba disconforme. Dijo: “Si quieren que sus hijos tengan éxito, tienen que hacer 3 o 4 escrituras más con ellos en casa, aparte de las hechas en la escuela”.

El mensaje era el siguiente: el objetivo principal era encajar armoniosamente en el sistema. En el primer grado, la “calidad” de los niños se evalúa mediante la escritura a mano y la velocidad de lectura. Por lo tanto, la tarea de los padres es la práctica. Mientras más, mejor. Al mismo tiempo, mis expertos de los libros recordaban que el resultado dependía no tanto de la cantidad de horas dedicadas a los cuadernos, sino de la comprensión del sentido y el interés por aprender. ¿Qué niño eventualmente leerá más rápido? ¿El que ama los libros y considera la oportunidad de leer como una recompensa o el que está con la madre parada al lado con un cronómetro, haciendo la lectura intensamente aburrida? El justo medio sería la mejor opción.

En verdad traté de enganchar a mi alumna del primer grado con la segunda, tercera y cuarta escrituras, hasta que escuché las palabras: “Odio la lengua”. De hecho, la primera escritura le llevó bastantes horas, pero aprendió a escribir.

“Los niños no son tontos; ven que en el mundo moderno la diligencia no es para nada igual al éxito, y nosotros seguimos exigiéndoles la perseverancia y la diligencia como cualidades principales”.

En el primer grado no hay tareas ni calificaciones

Fue agradable saber que la ley de educación protegía a los niños y les daba la oportunidad de adaptarse: no debía haber tareas ni calificaciones en primer grado. Pero al final resultó que sí había deberes, aunque no oficiales. En principio, si un niño de primer grado hacía 2 de 3 ejercicios de matemáticas en casa, nadie lo regañaba abiertamente. Pero al reunirse con sus padres, les daban a entender que el pequeño ya estaba yendo por mal camino.

En tales condiciones, el dilema moral “si los padres deben involucrarse en los estudios” se resuelve rápidamente. De hecho, todo se convierte en una elección: hacer la tarea o dormir. Hice mi primer trabajo en el cuaderno de matemáticas de mi hija ya en el primer grado. Tuve que trabajar duro en mi letra, pero obtuve un 10. Y la niña pudo dormir lo suficiente.

“En mi opinión, la tarea no es necesaria en absoluto. Creo que la escuela no debe afectar la vida personal de una persona”.

Estrategia en el comportamiento de los padres

La elección entre hacer la tarea con la niña o no estuvo ante mí desde el principio. En teoría, estaba preparada tanto para posibles fracasos como para el ritmo tranquilo de mi hija. Pero después de unas semanas, quedó claro que la mano inestable de la niña de primer grado estaba temblando, temiendo cometer un error. La tinta roja en los cuadernos no le permitía relajarse. Los psicólogos recomendaban no estudiar por el niño, pero parecía que el daño de la participación de los padres en resultado sería menor que el daño de las críticas a un niño independiente de primer grado.

El problema se reveló más tarde. Creí que estaba ayudando a mi hija a evitar el estrés en el aula. La niña poco a poco se dio cuenta de lo conveniente que es cuando te echan una mano en una situación de crisis. Después de un par de años, quedó claro que mi hija estaba acostumbrada a mi ayuda y había perdido un poco el sentido de la responsabilidad. Sea como sea, vendrá mamá y al final todo irá bien. Mi ayuda resultó ser un favor dañino. No tenía que resolver las crisis en el último momento, sino simplemente ayudarle a priorizar las cosas.

“La competencia necesaria en el mundo moderno es clasificar las tareas: lo que se debe hacer bien, lo que se debe hacer al nivel de ’así no más’ y lo que se debe hacer para simplemente quitarlo de encima”.

Un 6 por la manualidad

Todos los días, mi hija y yo hablamos de que las calificaciones no son lo principal. Es importante estudiar y aprender cosas nuevas, y el resto son asuntos de menor importancia. En la escuela le dijeron lo contrario. El objetivo principal es obtener un 10. Este es el boleto a un mundo en el que no te regañarán frente a la clase y el maestro te sonreirá. Así siguió nuestro juego de tira y afloja. En casa, una filosofía, y en la escuela otra. Es difícil para los niños entenderlo. Muy difícil.

Pero un día, cuando la niña obtuvo un seis por hacer las hojas demasiado finas en la manualidad de una flor hecha por ella misma, el consejo de los psicólogos sobre la actitud hacia las calificaciones parecía algo descabellado. ¿Qué es mejor? ¿Ayudar a que las hojas sean más voluminosas o calmar la histeria de una alumna de segundo grado decepcionada por ser un fracaso ya en el primer trimestre?

Lamentablemente, no había una solución simple al dilema de si ayudar con las tareas o no, y el despertador seguía sonando todas las mañanas de lunes a viernes estrictamente a las 7. Escuela, grupos, tareas, cena, sueño: la rutina se volvió aterradora. El interés por aprender desapareció, no había brillo en los ojos. En segundo grado, mi hija tenía solo un deseo: que llegara ese momento en el que nadie la molestaría durante al menos media hora. Estudiara por la niña o no, de todas formas, algo estaría mal.

“Este es un momento educativo muy importante, cuando el niño no se preparó para algo, obtuvo una mala nota y sacó las conclusiones adecuadas. Además, no hacer los deberes por él no significa desaparecer por completo. Puedes comprobar lo que se ha hecho y puedes y debes ayudar a comprender un problema complejo. El resto déjaselo al niño”.

Cuaderno de matemáticas sin un solo error

En el cuaderno de matemáticas lleno de escrituras no aparecían las notas 10 u 8. Pero sí había calificaciones de 5 y 6. Estaba molesta. Suspiré, intenté no regañar y solo alentar. Y un día decidí echar un vistazo y entender por qué tenía notas bajas. Encontré solo un error aritmético en todo el cuaderno. El resto eran correcciones. Un problema resuelto correctamente y escrito sin correcciones estaba tachado, y debajo había un 5 junto con una nota: “Escucha a la maestra”.


Le escribí a la maestra un mensaje. -Señorita Carmen, ¿nos podría sacar una duda? ¿Por qué el problema resuelto correctamente por Olivia está tachado en el cuaderno y hay una mala nota puesta al lado? -¡Porque tenía que hacerse en el manual y en breve! — fue su respuesta.

¿En serio? Es decir, una persona ha hecho más de lo necesario, ha gastado su tiempo, esfuerzo, lo ha intentado, y eso es lo que consiguió. ¿No es una mala lección para el futuro? ¿Quién obtendrá un ascenso en el trabajo: quien hizo el mínimo o quien trabajó en exceso?

Cuando le hice esa pregunta a la maestra encargada de la clase, resultó que la solución solo tenía que anotarse en el manual. Los niños y los padres le temían mucho a ese tipo de errores. La común conversación diaria de los padres en el chat:

Paulina (mamá de Nico): ¿La tarea de matemáticas hay que hacerla en forma verbal?

Doña Leticia (abuela de Martín): Por si acaso, la hicimos por escrito.

Yo: ¡Doña Leticia, puede ir arrancando esas hojas del cuaderno! ¡A mi hija la última vez le pusieron un 5 por haber resuelto el problema por escrito!

No la obligaba a volver a escribir las tareas, no me sentaba al lado con un corrector y una goma de borrar, no detenía la mano que ya estaba temblando de miedo, y el resultado fue que mi hija, para quien ningún tema de matemáticas había causado contratiempos durante 2 años, estaba segura de que tenía problemas con la materia y que no se merecía un 10.

Cuando comencé a averiguar cómo funcionaba este sistema, resultó que la exagerada atención a los pequeños detalles no era una manifestación del mal carácter de la maestra, sino que era una regla obligatoria para todos los profesores. No hay lugar para un error, incluso si lo has corregido tú mismo, porque el precio de un fallo es, en consecuencia, la opinión del pequeño sobre sí mismo.

“Estudiamos para evitar el chanclazo”

Una vez le pregunté a mi hija: “Dime, ¿por qué crees que necesitas estudiar?”. “Estudiamos para evitar el chanclazo”, dijo con seguridad mi niña complaciente.

Después de terminar mi té ansiolítico, me di cuenta de que los padres que ayudan a los niños también lo hacen “para evitar el chanclazo”. Estas son las realidades de la escuela en el mundo moderno. Ha llegado el momento de que todos respondan a la pregunta de por qué se debe aprender y qué precio estamos dispuestos a pagar por un conocimiento cuyo valor es dudoso.

Por ejemplo, la psicóloga Ludmila Petranovskaya cree que el 95 % del conocimiento que brinda la escuela dejó de ser actual hace mucho tiempo. Es difícil no estar de acuerdo con ella.

“Si los niños toman sus propias decisiones sobre cómo hacer y si deben o no hacer la tarea, pueden lograr mejores resultados generales en los estudios”.

¿Qué está mal con la escuela?

De hecho, el problema no es que la escuela esté enseñando algo innecesario o desactualizado. No es así en absoluto. Desde hace mucho tiempo se está discutiendo entre científicos y educadores sobre la estructura de la escuela en sí y que sus objetivos quedaron lejos en el pasado.

La escuela en su forma actual fue inventada por el fundador de la pedagogía científica, Juan Amos Comenio, quien completó su “Didáctica Magna” en 1638. Desde entonces comenzó a formarse la escuela de la sociedad industrial. La campana al comienzo y al final de la clase, el maestro como fuente de conocimiento, la disciplina estricta, los escritorios, el hábito de levantarse cuando un adulto ingresa al aula, todo esto ayudó a brindar educación masiva a las personas en la era industrial. No solo educó a los futuros trabajadores, sino que también los preparó para la vida real.

Vivimos en una sociedad que varios científicos denominan posindustrialinformacional. En las nuevas condiciones, no es del todo relevante educar a una generación de trabajadores. Esto significa que la escuela debe enseñar a pensar de manera crítica, a buscar información, a buscar salidas. Lo más importante es poder cambiar los puntos de vista, encontrar la motivación interior para obtener la educación.

En el aula y en la vida, los niños ven modelos completamente diferentes, por lo que es bastante difícil formular de forma honesta una respuesta convincente a la pregunta de por qué ir a la escuela y estudiar allí.

“La sociedad está cambiando. En 10-15 años no habrá sucursales bancarias, todo estará en línea. No habrá grandes oficinas a las cuales la gente irá a las 8:30 y se quedará sentada hasta las 5-6 de la tarde. Estamos entrando en una sociedad distribuida en la red, donde todos, aparentemente, se sentarán con una computadora de ’interface’ individual, donde todos se moverán, donde el ritmo de vida será las 24 horas del día, los 7 días de la semana. En este sentido, la escuela, con su formato disciplinario actual, prepara a las personas para esa sociedad antigua, donde todos se levantaban con la alarma, iban al trabajo y regresaban por la noche”.

Los libros ya no son la principal fuente de información

Esto no es una novedad para nadie, pero en las escuelas, las principales fuentes de conocimiento son el libro y el maestro.

El científico Edgar Dale explicó hace mucho tiempo al mundo cómo funciona la percepción y la memorización de la información. Como profesor en la universidad de 1929 a 1970, realizó una investigación: presentó la misma información a diferentes estudiantes de distintas maneras y luego analizó los resultados. La conclusión de su trabajo fue el “cono de la experiencia”, que también se llama “pirámide del aprendizaje”. Muestra que, después de 2 semanas, generalmente recordamos:

  • 10 % de lo que leímos;

  • 20 % de lo que oímos;

  • 30 % de lo que vimos;

  • 50 % de lo que vimos y oímos;

  • 70 % de lo que dijimos y apuntamos;

  • 90 % de lo que dijimos e hicimos.

Los alumnos en la escuela escuchan y leen la mayoría del tiempo. A menudo, hablan solo cuando están estresados, con base en la calificación obtenida por la respuesta. Como saben, durante el estrés, la asimilación de un nuevo material educativo se obtiene con gran dificultad. Y con el estrés crónico, las funciones cognitivas del cerebro empeoran. Resulta que incluso el estudiante más capaz y responsable, aprendiendo de manera no eficiente, recordará poco.

“La escuela industrial fue creada y desarrollada sobre la base del desarrollo de la impresión de libros. El texto y el libro fueron los principales portadores de la difusión de la cultura. Pero hoy está acabándose la era de la tipografía. El libro y el texto son reemplazados por la pantalla; la cultura de la pantalla está desarrollándose (en el sentido más amplio). Esto cambiará radicalmente toda la organización del proceso educativo”.

¿Qué hicimos y qué otras opciones tenemos?

Al final, nuestra niña está yendo a una escuela privada. Nos vamos de vacaciones con menos frecuencia, compramos menos cosas y trabajamos más, pero al mismo tiempo estamos seguros de que ahora el sistema escolar ya no puede “regañar sin causa” a nuestra hija.

Para aquellos que quieran cambiar algo, hay muchas opciones: educación a distancia y en casa, clases familiares, escuelas Waldorf y Montessori, instituciones privadas con un sistema tradicional. Sin embargo, el cambio es necesario solo para aquellos a quienes les va realmente difícil, que necesitan la oportunidad de moverse a su propio ritmo y amar lo que hacen.

Existe un excelente consejo conocido por todos los padres: busca un buen maestro. Por supuesto, es lo más importante. Pero también hay que recordar que los profesores de las escuelas ordinarias se enfrentan con una carga insoportable, ya que ellos mismos temen al “chanclazo”. Por eso, deben seguir el programa, llevar estadísticas y rellenar interminables trozos de papel. Las clases están abarrotadas y, como resultado, ni los alumnos ni los profesores tienen derecho a cometer errores.

“Recuerda: estás en la vida de los niños no para obligarlos a hacer sus tareas. Este es un pensamiento revolucionario que impacta profundamente a los educadores. Sin embargo, es así: los padres están en la vida de los niños para brindar protección y cuidado; esta es su función”.

Entonces, ¿se debe ayudar a los niños con los estudios?

Todavía no tengo una respuesta final a esa pregunta, pero hay algo más. Definitivamente necesitas ayudar a tu hijo a aprender de la siguiente manera:

  • Que tenga la posibilidad de cometer errores;

  • Que esté interesado;

  • Que tenga la posibilidad de dejar todo y descansar;

  • Que la escuela no ocupe su vida por completo;

  • Que el niño sienta el apoyo y el amor de los padres;

  • Que aprenda a ser responsable;

  • Que crea en sí mismo.

Si resulta enfocarse en eso más que en la hermosa letra y el conocimiento de “Cervantes” de memoria, la cuestión de la participación de los padres se resolverá por sí misma, en armonía y a su manera para todos. Es mejor dejar que los niños sean felices y, si no aprenden algo, buscar ayuda en Google.

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Yo soy la que ayuda a su hija con los deberes pero siempre dejando que ella lo haga

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