Un famoso psicogenético reveló algunas de las causas de las infidelidades, y las cosas no son en absoluto como pensábamos

Psicología
hace 5 años

El autor del texto es Dmitry Kalinsky, presidente de la Academia Internacional de Psicogenética, uno de los principales psicogenéticos y psicoanalistas de Rusia. En este artículo encontrarás todo lo que necesitas saber acerca del desagradable fenómeno de la traición amorosa, y esperamos que este trabajo te haga contemplar la situación desde un ángulo completamente diferente.

Genial.guru espera que nunca tengas que enfrentar una situación de este tipo. Pero si conoces el tema de primera mano, nuestro artículo te ayudará a resolver el problema lo más rápido posible.

Un remedio para los celos, o quién tiene la culpa de una traición

La fuente de los celos es la baja autoestima y la tendencia a compararse con los demás, de evaluar, de poner etiquetas.

Veamos cómo se relacionan los celos con la baja autoestima. Si estoy seguro de mí mismo, convencido de que soy digno de ser amado, ¿qué me hará dudar de la lealtad de mi pareja? ¿Qué me llevará al extraño pensamiento de que preferirá a alguien sobre mí? Nada. ¿Y si dudo de mí? ¿Si, mirando a los demás, comprendo que son mucho más atractivos que yo? ¿Qué sospechas me generaría cualquier retraso de mi media naranja?

Bueno, y ahora a lo principal: si, Dios no lo quiera, ha sucedido el engaño, ¿quién tiene la culpa? ¿El cónyuge que empezó un amorío por ahí? ¿La esposa que fue infiel? ¿O el perjudicado que no miraba a nadie a su alrededor, era fiel como Penélope y ahora solloza en la almohada? Lamentablemente, quien tiene la culpa es la parte perjudicada.

Las razones son varias. En primer lugar, la misma autoestima. Si no crees en tu atractivo, aún si eres Alain Delon, aun si eres Marilyn Monroe, te engañarán. Con alguien que sea apenas un poco más llamativo que un mono, pero que no dude de sí mismo ni por un segundo.

El pensamiento que muchos tienen acerca de que todos, incluida la amada media naranja, pueden no resistir la tentación en cualquier momento, impulsa la traición. En mi práctica he visto casos en donde personas que no solían tener inclinaciones al engaño, sorprendiéndose de sus propias acciones, comenzaban a tener relaciones extramatrimoniales. Todo se aclaraba en los primeros minutos de una conversación con sus esposos o esposas: confesaban que, en lo más profundo de sus almas, no creían en la lealtad y esperaban una traición. Bueno, ¡esa expectativa realmente provoca el engaño!

A veces, a nivel subconsciente (me refiero al de sus parejas). ¡Y, en ocasiones, bastante conscientemente! “Mejor ser vil que ser vilipendiado”, escribió un autor clásico de la literatura inglesa. Y es difícil no estar de acuerdo con él. Si constantemente sospechan que has hecho algo malo, si revisan tus bolsillos y hacen interrogaciones, no es difícil enloquecer. No es de sorprenderse que una persona, cansada de eternos reproches sin fundamento, termine haciendo aquello de lo que se le acusa, simplemente por un sentido de autoconservación. Si hay que soportar acusaciones, ¡qué sea con causa!

El precio de la traición

En la opinión pública, una traición siempre es un pecado, un crimen. Y más aún ante los ojos de los engañados. Pero nosotros, que acabamos de analizar las raíces del asunto, ¿podemos realmente percibir esta actitud tan inequívocamente? Creo que no, porque resulta que, en ocasiones, este fenómeno salva el matrimonio. Sí, si las personas no resuelven sus problemas internos, si por alguna razón no quieren cambiar, pero valoran mucho su unión, la traición resulta ser esa misma válvula a través de la que es posible “desahogarse” sin arriesgar la relación.

Es una mala salida, por supuesto. Y, sin embargo, es una salida. Es lo que mucha gente realmente piensa en lo más hondo de su ser, y es comprensible. No soy un sacerdote, no tengo derecho a condenar a nadie y no quiero hacerlo. Pero diré algo como psicólogo: la traición (incluso en son de preservar a la familia) es terrible porque viola la integridad interna de una persona. No importa cómo se justifique a sí misma, no importa cuán monstruosa sea una pareja matrimonial, la persona que engaña pisa un terreno extremadamente inestable. Vive una doble vida que tiene que esconder. Es difícil hasta a nivel cotidiano, ya que siempre existe el riesgo de “ser atrapado”: una conversación telefónica o un mensaje de texto descubierto por la media naranja accidentalmente, un cheque, una nota, un rastro de lápiz labial, etc. En resumen, hay que estar atento todo el tiempo, esconder e inventar excusas por si acaso.

Pero ni siquiera eso es lo peor. Lo más terrible es que uno no puede esconderse de sí mismo. El sentimiento interno de estar cometiendo una traición comienza a destruir el alma y, tarde o temprano, lleva al colapso. Comienza la depresión, cae el interés por la vida y se pierde su sentido. Y esta es la conclusión: la traición siempre cuesta caro. Tan caro que es mucho más barato, en todos los sentidos, resolver los problemas que te obligan a buscar consuelo en otra parte que ir por ese camino.

Qué hacer si te engañan

Y, finalmente, ¿qué hacer si llega el momento de enfrentarse a una traición? Lo peor ha sucedido: te han engañado. No es una sospecha, no es una duda, es un hecho. Absoluto. Terrible. Desenmascarado. ¿Qué hacer?

Como entenderás, a lo largo de los años de práctica psicológica, he escuchado más de una, más de dos y más de diez veces las historias de los esposos y de las esposas engañados. Era muy duro para ellos, a veces insoportable. Y, sin embargo, algún tiempo después, la mayoría de se mostraba agradecida hacia la otra mitad de la pareja por esa lección. Eso sucedía cuando la persona percibía la traición como una razón para pensar en sí misma, para reevaluar globalmente sus actitudes y para cambiar. Habiendo atravesado ese camino, se volvían más enteros y se alegraban sinceramente por haber pasado por la terrible situación que los había empujado a cambiar. Este es el lado positivo, y siempre existe.

Pero la pregunta sigue siendo: ¿perdonar o no perdonar? En estos casos, les aconsejo a todos una cosa: evalúen su fuerza con seriedad. Piensa en si podrás no volver a este episodio nunca, ni siquiera en tus pensamientos. Olvidarlo, borrarlo de la memoria. Si esto es posible, si estás firmemente convencido de que esa experiencia nunca aflorará, que no se interpondrá entre tu pareja y tú, entonces está bien, el matrimonio se puede salvar. Si no hay tal certeza, es mejor divorciarse. La vida en común será imposible: se volverán locos mutuamente.

Cuando NO hay que salvar el matrimonio

  • En primer lugar, no hay que hacerlo “por el bien de los niños”. ¡Nuestro motivo favorito! No puedes pensar en nada peor para tu hijo o hija que hacerlo vivir en una familia así. Incluso si mamá y papá intentan actuar el amor mutuo con todas sus fuerzas, el niño leerá fácilmente la verdadera relación del uno hacia el otro y caerá en una verdadera trampa psicológica: los padres amorosos en realidad se odian, todo está mal y es difícil, y eso es lo que es una familia. ¿Tengo que explicar las dificultades que tendrá que enfrentar un niño así cuando llegue el momento de que él mismo construya una relación?
  • Muchas veces, el matrimonio se salva por miedo a quedarse solo. Tampoco es una buena opción. Si la relación está muerta, estarás solo de todos modos. Pero la apariencia de una relación matrimonial impedirá el nacimiento de una nueva unión.
  • Si la familia se conserva por razones materiales, la situación es algo más simple. Admitamos honestamente ante nosotros mismos: ¿es esta una relación basada en el amor, en la intimidad o simplemente es un trato financiero? Pon todos los puntos sobre las “i” y piensa en qué y cuánto estás dispuesto a pagar. En una palabra, las emociones no están involucradas aquí, es un simple cálculo.
  • Pero cuando el matrimonio se conserva por un sentimiento de compasión hacia la pareja, sí hay sentimientos involucrados, y unos muy fuertes. Uno de los integrantes de la pareja ha abandonado la relación internamente, está listo para construir su vida de una manera diferente, pero no puede permitírselo porque teme ofender y herir de muerte a su cónyuge. ¡Porque nadie tiene la culpa de nada! “Él (ella) lo ha intentado, es bueno, ¡maravilloso! No podrá sin mí. No sobrevivirá a mi partida. Y, siendo así, hay que soportar...”. ¿Es esta una posición honesta? Con toda su “belleza” exterior, es terrible. Y por supuesto que no es honesta. ¿Crees que a ti te gustaría que tu esposo o esposa permaneciera cerca de ti por misericordia? ¿Lo aceptarías? Y, de ser así, ¿cómo te sentirías? Dale a tu compañero el derecho a ser él mismo, a vivir su propia vida, a atravesar el camino que necesita para su desarrollo interno. No decidas por él, simplemente no tienes derecho a hacerlo.
Imagen de portada kalinski

Comentarios

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No creo que sea la culpa de la pareja afectada,en mi caso no soy celosa ni remotamente,aun asi mi pareja me fue infiel muchas veces

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Creo que la infidelidad es un síntoma de algo más profundo, cada situación es diferente

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