Una historia de Año Nuevo sobre el hecho de que la vida siempre tiene un lugar para giros inesperados y verdaderos milagros

hace 3 años

En la víspera de Año Nuevo, siempre dan ganas de quedar en medio de un torbellino de acontecimientos que te dejen sin aliento y que hagan que tu corazón se llene de calidez. Durante las fiestas, incluso una vieja película navideña o la amable palabra de un transeúnte casual pueden devolvernos la fe en que lo mejor puede suceder. Y también puede hacerlo una historia conmovedora pescada en la inmensidad de la red.

Genial.guru cree que la víspera del Año Nuevo es una época de milagros y descubrimientos asombrosos que tienen todas las posibilidades de cambiar la vida 180 grados. Queremos compartir contigo una historia de la psicólogabloguera Elena Pasternak sobre el hecho de que nunca se sabe cuándo la felicidad irrumpirá triunfalmente en nuestra vida.

Natalia M. gastó todo su bono anual, llevó a cero su tarjeta de crédito y se endeudó, pero compró el vestido de seda rojo con la espalda abierta y unos zapatos dorados de tacón tan alto que solo puedes pararte en ellos o girar en un baile agarrando firmemente el brazo de un caballero... Y luego gastó la misma cantidad de dinero en un nuevo conjunto de ropa interior. El resto fue apartado para un corte de pelo en el salón más popular de la ciudad (tuvo que anotarse seis meses antes y aceptar un precio tres veces mayor que el habitual). Cambió los anteojos por unos lentes de contacto y compró un regalo especial para ÉL.

Era alguien por quien valía la pena endeudarse. Se conocieron un año antes en una conferencia. No, por supuesto que solo eran amigos. Por el momento. Pero ella recordaba su mirada en el vestíbulo del aeropuerto, cuando él tomó su mano y le quemó el cuello con su aliento, dejándole un casto beso en la mejilla. Durante todo un año mantuvieron correspondencia a través de mensajeros de redes sociales. Ella lo sabía todo sobre él. Lo que comía en el almuerzo, sobre su aburrido jefe, sobre las nuevas tareas en el trabajo y sobre su mejor amigo Val, con quien estaba todo el tiempo desde el kínder. Todas las noches esperaba sus mensajes, como una estudiante de quinto grado, se sonrojaba y se avergonzaba si de repente la llamaba linda, y se ponía muy triste si estaba ocupado y no se ponía en contacto.

Él mismo le propuso celebrar el Año Nuevo juntos. Ella aceptó sin dudarlo. Y empezó a ahorrar dinero. Tenía que asombrarlo, sorprenderlo, impresionarlo. Tenía que haber caviar en tartaletas diminutas, frutas, pasteles ingrávidos con frutos rojos, ganso con manzanas, lengua a la vinagreta. Ella debía estar hermosa, sentada con las piernas cruzadas. De modo que, al verla, él cayera de rodillas y se diera cuenta de que solo ella era digna de ser su compañera y su musa.

El día llegó. El estilista valió cada centavo gastado en él, el cabello caía alrededor de su cabeza en una corona dorada. El vestido enfatizaba la cintura, haciéndola increíblemente delgada, y levantaba el pecho. Las piernas parecían infinitamente largas, y tan pronto como giraba un poco, sus rodillas destellaban audazmente en el corte.

El ganso estaba cubierto con una costra dorada, las papas humeaban en una cacerola envuelta en una toalla de algodón para que no se enfriaran antes de tiempo, el caviar brillaba como una decoración de Año Nuevo, la bebida esperaba en el refrigerador. Esa se abriría al son de las campanadas, mientras se pedía el deseo más importante del año. Y la segunda ya la abrirían con música romántica de fondo, para tomar un respiro de los besos, como en una película.

Faltaba aproximadamente media hora antes de la llegada prevista del invitado. Ella podría ir y volver del supermercado en 25 minutos, si no había fila. Salió corriendo de la casa, luego de arrojarse un abrigo sobre el vestido. La cerradura hizo clic y... Las llaves, el teléfono, el dinero: todo quedó en el estante del pasillo. Y el mundo se derrumbó.

La vecina no le abrió durante mucho tiempo. O fingía, o realmente no escuchaba. Llamó a todas las cerrajerías que encontró en la guía telefónica, pero ninguna contestó el teléfono. Natalia estaba apoyada contra la puerta y escuchaba su teléfono sonar. 15 minutos antes de la medianoche, vino un caballero y la vecina, tras despedirse y desearle un feliz Año Nuevo, cerró la puerta de un golpe. La joven se quedó sola en la escalera. En algún lugar, en una ciudad extraña, un hombre se estaba congelando y no podía comunicarse con ella. ¿Por qué no pensó en escribirle la dirección? Solo le nombró la estación del metro y dijo que la llamara desde allí para que pudiera explicarle cómo llegar.

¡Oh, una idea! Natalia llamó a la puerta de al lado. No le abrieron. Llamó a otra. Silencio. Subió un piso. Por la quinta puerta a la que llamó, se asomó un joven. “Sí, por supuesto, ningún problema, pasa, la computadora está en la sala de estar”. Un grupo de chicos atléticos estaban sentados en una habitación oscura a la luz de las velas. Alguien cantaba con una guitarra, alguien hablaba animadamente, pero tan pronto como Natalia entró en la habitación, las conversaciones cesaron.

El propietario encendió la computadora, Natalia ingresó el usuario y luego se dio cuenta de que no recordaba la contraseña. Esta fue la cereza en el pastel de las desgracias. Y se echó a llorar. Saltó del departamento, el chico la siguió.

—Escucha, quédate con nosotros, es Año Nuevo, ¿a dónde irás en pantuflas y con un vestido tan lujoso? Por la mañana vemos cómo lo resolvemos.

—No puedo esperar hasta mañana —gritó Natalia—, por la mañana todo habrá terminado, y lo he estado esperando durante todo un año.

—Bueno, ya que esperaste un año, entonces vamos a salvar la situación.

El chico regresó un minuto después con una enorme caja llena de herramientas.
—La abriremos. No pienses que soy un ladrón, soy ingeniero.
—No pensaba eso.

Natalia sonrió. Mientras el chico estaba ocupado con la puerta, tuvieron tiempo para hablar de películas, de música y de libros, discutieron tanto que casi se pelearon sobre quién es más genial: los hermanos Strugatsky o Isaac Asimov. La puerta se abrió. Natalia voló al departamento y marcó el número ansiado. 3 a. m. y 48 llamadas perdidas. Pero nadie respondió. Tampoco había nadie en el rellano de la escalera. Al presionar el botón de repetición varias veces y escuchar largos pitidos, Natalia se quitó el vestido, se lavó el maquillaje y se derrumbó en la cama, hecha con sábanas de seda nuevas.

Se despertó por la mañana con una llamada. Atendió el teléfono: “Sí, lo siento, pasó esto y aquello... Sí, estoy esperando, ven”.

Una hora más tarde, sonó el timbre. En el umbral estaba ÉL. Y junto a él había una chica delgada y rubia con lentes y jeans.

—Te presento a mi amiga de la infancia: Val. Decidí sorprenderte y presentártela. Solo imagínatelo, una ciudad extraña, pero ella no dijo ni una palabra mientras estábamos dando vueltas alrededor de los patios, buscando. Y luego, cuando celebramos el Año Nuevo junto a un árbol en una plaza, decidimos casarnos. ¿Quieres ser testigo en la boda?

—Pasen.

Mientras los invitados terminaban con entusiasmo las papas frías y los sándwiches secos, Natalia se sentó en el dormitorio junto a la ventana y se puso a contar los copos de nieve. Luego adoptó una expresión amistosa y fue a la sala de estar. Después de tres días, los acompañó a la estación.

Una semana después, subió un piso. Le tendió al chico una caja de bombones.

—Mi nombre es Natalia, por cierto. Peleamos por los Strugatsky, pero ni siquiera nos presentamos.
—¿Estás bromeando? ¿O realmente me has olvidado? He estado sentado detrás de ti desde quinto grado. Estaba pensando si me reconocerías o no. Parece que no me reconociste.
—¿Gabriel? ¡No puede ser! Eras un verdadero nerd, y mírate ahora, eres todo un hombre.
—¿Y cómo está tu invitado?
—Se fue con su novia. Y yo lo he estado esperando durante un año.
—Un año no es nada. Yo te he estado esperando desde el quinto grado.

Nadie necesita buscar a nadie. Tu persona te encontrará sola. Tal vez te esté esperando un piso más arriba o ya ha comprado el boleto para el mismo compartimiento en el que viajarás tú, o no se ató lo suficientemente bien los cordones y tropezará en tu camino. Creo en el destino, él sabe mejor qué esquina debes doblar para encontrar el sentido de toda tu vida.

Eso es todo lo que quería decirte hoy. Un abrazo.

¿Estás de acuerdo con la autora de la narración? En tu opinión, ¿existe el destino o somos los únicos que hacemos nuestra propia historia?

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