14 Historias de compras y ventas online que acabaron en carcajadas

Historias
hace 2 días

Las personas que han tenido que vender o comprar algo por internet seguramente han vivido situaciones divertidas relacionadas con esto. Pues bien, algunos de nuestros lectores se encontraron en situaciones tan absurdas que no sabían si reír o llorar.

  • Vendí unos pantalones de maternidad. Después de un mes y medio, la chica me los devolvió diciendo: “Devuélveme mi dinero. Estos pantalones ya no me quedan”. © Valentina Kostenko / Dzen
  • Decidí regalar una chamarra de plumas. La había usado muy poco. Publiqué un anuncio. Una chica vino a recogerla y le quedó a la perfección. Parecía que todo iba bien, hasta que miró la capucha y armó un verdadero escándalo. Notó unos pequeños botones y comenzó a reclamar un cuello de piel. Sí, originalmente la chaqueta tenía un hermoso ribete de piel de zorro plateado, pero lo guardé para mí y se lo puse a otra prenda. No me quedó más remedio que despedirme de la joven poco agradecida. © Elena / Dzen
  • Quería comprar una muñeca para mi colección. Me puse en contacto con la vendedora. La señora comenzó a escribirme diciendo que vendía la muñeca por necesidad y que era su favorita. Añadió que, si se la compraba, debía enviarle fotos cada vez que me lo pidiera, mostrando dónde estaba la muñeca, si estaba bien y cómo iba vestida. Me di cuenta de que no era algo normal y cancelé la compra. Aun así, durante un mes siguió escribiéndome, preguntando si pensaba llevarme a “su niña”. Nunca entendió qué fue lo que me hizo desistir del trato. © Evgeniya B / Dzen
  • Una vez publiqué un objeto sin importancia: un colgador para joyas en forma de figura femenina. Como recompensa, pedí una barra de chocolate. Inmediatamente, recibí un mensaje de una señora que decía: “Es muy caro”. © Cherry Puer / ADME
  • Hace algunos años compré unas botas de invierno en una tienda. No tuve oportunidad de usarlas porque me lesioné la pierna. Las puse en venta un poco más baratas que su precio original. Una posible compradora me escribió algo como: “Estamos de visita a tu ciudad y no tengo calzado de invierno. Tampoco tengo dinero para comprar botas en una tienda. Véndemelas 20 dólares más baratas”. © Marina K. / Dzen
  • Una vez regalé un colchón de buen tamaño. Adjunté una foto para que se entendiera el tamaño y aclaré que quien lo quisiera debía venir a recogerlo personalmente. Un minuto después, una chica lo reservó y me dijo que pasaría por él después del trabajo. Por la tarde le escribí para recordarle, ya que había varios interesados en lista de espera. Me respondió: “Ya voy en camino en autobús”. Le pregunté cómo pensaba llevárselo. Su respuesta me dejó sin palabras: “¿Qué? ¿No cabe en un taxi?” Ella pensaba llevárselo con la ayuda de su esposo y su hijo pequeño. Tuve que decirle que en un taxi no cabría y que tampoco lograrían cargarlo entre ellos. Entonces revisé los perfiles de los demás interesados. Uno de ellos tenía una camioneta. Le escribí, y en menos de una hora vinieron y se lo llevaron sin ningún problema. © Anna * / Dzen
  • Estuve vendiendo un soporte para acuario durante cuatro meses. Cada dos semanas, sin falta, una chica me escribía con el mismo mensaje: “¡Hola! ¿Aún vendes la base?” Yo le respondía que sí y le preguntaba cuándo podía pasar a recogerla. Ella contestaba: “Está bien, ¡gracias!”, y luego desaparecía por otras dos semanas. No hacía más preguntas, esa era toda la conversación. Nunca entendí qué fue lo que quería. © Tosha / ADME
  • Compré una lavadora. Encontré una usada y funcionando, por 100 dólares. Fui a verla. El chico parecía normal y el departamento estaba bien amueblado. Le pregunté por qué la vendía si aún funcionaba, y me dijo que necesitaba una más grande. Miré, y efectivamente tenía una nueva que era casi el doble de grande.
    Llegué a mi casa, la instalé, y no funcionaba. Lo llamé para preguntarle qué pasaba, y con toda la tranquilidad del mundo me respondió: “¿Pues por qué crees que me compré una nueva?” ¿Es en serio? En fin, terminé reparándola por 3 dólares. El problema estaba en la resistencia de calentamiento, que se había oxidado por completo. © Dmitri / Dzen
  • Publiqué un anuncio para vender una olla multifuncional nueva. Nunca la había usado, solo ocupaba espacio. Al poco tiempo vino un hombre a verla. Observaba la olla con atención y luego me miraba con cara de sorpresa. Estuvo así varios minutos, hasta que, asombrado, dijo: “¿En serio es nueva? ¿Ni siquiera la has lavado? ¿Qué pasa? ¿Por qué la estás vendiendo?” Me estuvo interrogando un buen rato. Le expliqué que no soy ama de casa y que cocinar no es lo mío. Al principio no me creyó, pero lo convencí de que, si había algún problema, le devolvería el dinero. Se la llevó. Una semana después, me escribió dejando una buena reseña. © sveta sveta / Dzen
  • Puse a la venta una faja nueva por 10 dólares, apenas un tercio del precio original en tienda. Me escribió un hombre que insistía desesperadamente en que le hiciera un descuento: primero pidió 3 dólares menos, luego 2. Fue tan insistente que terminé aceptando. Para rematar, me pidió que le llevara la faja a una tintorería. Resultó ser el dueño de una cadena de tintorerías en nuestra ciudad. © Elena / Dzen
  • Mi suegra tocaba el piano cuando era joven y, últimamente, comentaba cuánto lo extrañaba. Mi esposo y yo encontramos un anuncio donde regalaban uno. Fuimos, lo bajamos desde un sexto piso y lo llevamos hasta nuestro departamento. ¡Mi suegra estaba feliz!
    Un mes después, recibimos una llamada de los antiguos dueños: “Devuélvannos el piano, la hija de un conocido, empezó a estudiar música y se lo prometimos.” Según ellos, teníamos que cruzar toda la ciudad y volver a subirlo a su departamento en el sexto piso. Yo, perpleja, les dije: “¿Cómo que lo devolvamos? ¡Si ustedes nos lo regalaron!” La respuesta de la mujer me dejó sin palabras: “Bueno, se los dimos gratis, pero ahora lo necesitamos.” Por supuesto, no lo llevamos a ninguna parte, y bloqueé el número de esas personas. © Tía Motya / ADME
  • Puse a la venta unos pañales nuevos que ya le quedaban pequeños a mi hijo. Añadí una descripción completa con tallas, cantidad y demás detalles. Subí como cinco fotos. Una señora me escribió pidiéndome que los fotografiara mejor, luego preguntó por las tallas y después quiso confirmar la cantidad, aunque toda esa información ya estaba en el anuncio. Al final, me escribió para decirme que todos le quedaban grandes. © Elena Fedorovich / ADME
  • Un amigo estaba vendiendo a buen precio un escritorio y una silla para niño. Una pareja llegó de inmediato. Revisaron todo, se lo llevaron y no paraban de decir lo afortunados que eran por haberlo encontrado.
    Seis meses después, el comprador lo llamó. El hombre dijo que quería devolver los muebles y amenazó con demandarlo. Mi amigo le preguntó cuál era el problema. La respuesta lo dejó sin palabras: el tipo dijo: “Instalamos el escritorio en la habitación de nuestro hijo, que acaba de entrar a primer grado, pero no quiere estudiar. Hace la tarea con gritos y berrinches. Mi esposa dice que es por culpa de su mueble, que tiene mala energía.”
    Mi amigo soltó una carcajada y le respondió que su hijo siempre escribió y resolvió sus tareas sin problemas en ese escritorio, pero que el hijo no venía incluido con el mueble. © Anastomus / ADME
  • Estaba vendiendo un mameluco para niño. Es muy ligero, pero bastante voluminoso. Me escribieron de inmediato y acordamos una cita. Llegó una chica, lo revisó por todos lados y se lo llevó. Luego, me dejó una reseña de 3 estrellas diciendo que el mameluco estaba bien, pero que la vendedora bien podría haberlo entregado en una bolsa, ya que la pobre mujer no tenía en qué cargarlo. Me pregunto, ¿en qué estaba pensando cuando salió a comprarlo? © Tatiana / Dzen

Seguramente muchos de nosotros nos hemos encontrado en situaciones en las que sentimos vergüenza, ya sea por nosotros mismos o incluso por otra persona. Eso mismo les pasó a los protagonistas de este artículo.

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