14 Historias de exparejas que te harán querer dar las gracias por estar soltero

Historias
hace 3 meses

Cuando la neblina del primer enamoramiento se disipa, a menudo notamos en nuestras parejas cualidades que no nos agradan. Y algunas personas incluso se preguntan: “¿Cómo se me ocurrió involucrarme en esta relación?”. Al separarse, los recuerdos se convierten en vívidas historias que los protagonistas comparten en la red.

  • Mi exmarido, antes del divorcio, me pidió transferir el coche a su nombre. Me negué porque todo apuntaba a la separación, y el crédito del coche estaba a mi nombre (lo habíamos comprado para que él trabajara con él). Se mudó a escondidas mientras yo no estaba en casa, llevándose todo lo que pudo. Luego, con orgullo, decía que me había dejado todo, sin mencionar que “todo” incluía el crédito, la deuda del apartamento y nuestro recién nacido, para el cual no pagaba pensión alimenticia. El resto de las cosas habían sido compradas por mí antes del matrimonio.
  • Mi exmarido se enfadó con nuestro hijo, que ni siquiera tenía un año, porque no le dijo “hola”. Él nunca saludaba al niño, diciendo que no había necesidad de saludar a un bebé. Después de eso, no habló con nuestro hijo por mucho tiempo. ¡Qué alivio que nos divorciamos!
  • Una colega se registró en una aplicación de citas. Estaba sentada a su lado cuando de repente gritó y, al voltear, trató de esconder su teléfono de mí. Resultó que se había topado con el perfil de mi esposo, donde decía que estaba “soltero”. Recogí mis cosas ese mismo día. Poco después conocí a alguien con quien sigo estando y soy feliz.
  • Acababa de dar a luz. Me dieron el alta, llegamos a casa y mi marido dijo que le dolía mucho la pierna como para cargar al bebé hasta el tercer piso. Tampoco podía llevar las compras. Así que, dos días después del parto, cargué al bebé en su sillita y las bolsas de comida. En ese momento comprendí que no le importaba.
  • Me fui de baja por maternidad con un salario alto y una buena reserva financiera que mi marido desconocía. Dos meses después, él declaró que debía presentar una lista de gastos “para su aprobación” y que él decidiría en qué podía gastar. Además, decía que no necesitaba nada porque estaba cuidando al bebé. Al final, me divorcié.
  • Ocho años después de nuestra separación, mi ex me escribió diciendo que me daba permiso para casarme, ya que él se había casado recientemente. Fue raro e inesperado, considerando que no habíamos hablado en todo ese tiempo. Y más extraño aún porque ya me había casado sin su permiso.
  • Nos casamos un viernes y el lunes empecé un nuevo trabajo. El domingo preparé sopa y cociné unas albóndigas. El lunes tuve una reunión importante en el trabajo desde la mañana hasta las 10 de la noche. Regresé hambrienta, esperando una cena caliente, pero mi esposo estaba en la cama con un libro, quejándose de mi tardanza y pidiendo que cocinara. Me sorprendió mucho. Resultó que el matrimonio fue un punto de inflexión para él: “Ahora tengo esposa, ¿por qué debería hacer algo en casa? ¡No me casé para eso!”.
  • Tuve un marido que siempre decía “repartimos los gastos a la mitad”. Nos conocimos en un sitio web y empezamos a vernos. Él se quedaba a dormir y a comer en mi casa, pero no compraba comida ni me daba dinero. Decidimos irnos de viaje y acordamos dividir los gastos. En el viaje, al pagar en un café, me dijo que se sentía incómodo pagando por separado delante de los camareros y me pidió que le devolviera el dinero después. Anoté cada gasto y al regresar, le devolví el dinero. Le di más de lo que había gastado para evitar discusiones. Vivimos juntos un tiempo, comiendo por separado, y cuando me ofrecía su comida, me pedía dinero por lo que había comido.
  • Mi ex me preguntó cuándo íbamos a tener hijos. En ese momento, yo ganaba bien, pagaba la hipoteca y las remodelaciones. Él ganaba cinco veces menos. Le dije que podíamos discutirlo, pero que él debería irse de baja por paternidad. Él dijo que sus compañeros no lo entenderían. Me reí. Menos mal que no tuvimos hijos, habría sido mi mayor error.
  • En abril le dije a mi esposo que debíamos comprar zapatos de primavera para nuestro hijo. Al día siguiente, llegó a casa presumiendo de un nuevo reloj que había comprado con dinero prestado de su jefa, como un regalo para él de mi parte por nuestro aniversario. No pensaba darme nada, pues no tenía dinero. En julio, solicité el divorcio. No paga la manutención, pero me resulta más fácil económicamente. Trabajo, tengo una hipoteca, y nuestro hijo está bien vestido y alimentado.
  • Conocí a un chico, salimos un par de veces y luego se fue un mes a la capital. Durante su viaje mantuvimos contacto, le ayudé a organizar rutas y le di recomendaciones sobre lugares a visitar. Me escribía todos los días diciendo que me extrañaba y quería verme. Cuando regresó, preparé una cena espectacular. Él me trajo una caja de bombones, pero antes de nuestra cita, había pasado a ver a sus familiares y les dejó la mayoría. Quedaron solo 3 bombones de 30. Lo eché junto con la caja. Sin embargo, mis padres estaban felices porque les toco mucho recalentado después de esa cena.
  • Mi novio hacía fisicoculturismo. Terminamos antes de llegar al matrimonio. Sus intereses se limitaban solo a su cuerpo: toda la cocina estaba llena de batidos y suplementos, y desde entonces no puedo comer pechuga de pollo. Incluso cruzaba la calle por lugares indebidos diciendo: “¿No ven quién está cruzando?”
  • Él se compraba sin problemas el último modelo de teléfono y se permitía vacaciones en países cálidos. Pero si celebrábamos algo juntos y pedíamos comida, yo solo podía pedir lo que estuviera en oferta. Una vez me atreví a querer un plato sin descuento y él puso los ojos en blanco tanto que parecía que giraban 360°. Al final me separé de ese tacaño.
  • A los 25 años comencé a ganar bien. Decidí celebrar mi cumpleaños asistiendo a un famoso teatro. Siempre había querido, pero mi esposo creía que los gastos debían ser prácticos, como para un refrigerador, una motosierra, cañas de pescar o un coche. Compré entradas para mí, mi esposo y mi mamá. Según él, le gustaba el ballet, pero empezó a quejarse desde que nos acercábamos: que estaba lejos del metro, que los asientos eran incómodos, que hacía calor, que los intermedios eran muy largos, que el bufé era caro y que no le dejé llevar bocadillos. Decía que por ese precio las entradas deberían ser en el palco real... Tenía lágrimas en los ojos. Incluso mi mamá, que es muy delicada, exclamó: “Sergio, ¿por qué te comportas así?”. Ante ella se calló, pero en casa continuó recriminándome por no ser práctica. Según él, no me regañaba, sino que se preocupaba por mí para que no gastara mi dinero en vano. Después me di cuenta de que su orgullo estaba herido porque yo podía comprar las entradas con mi dinero, ya que ganaba tres veces más que él. Este fue el primer paso hacia nuestro divorcio...

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