16 Momentos en los que el plan cultural se convirtió en comedia involuntaria

Humor
hace 13 horas

Ir al teatro, visitar un museo o perderse en una galería de arte puede parecer un plan elegante y tranquilo... hasta que deja de serlo. A veces, el deseo de culturizarse viene con un giro inesperado, y en lugar de una velada refinada, terminas con una anécdota digna de contar una y otra vez.

  • En vez de hacernos una fiesta de fin de año, la empresa decidió llevarnos al teatro con nuestras parejas. Pero el verdadero espectáculo no estaba en el escenario, sino en las butacas. Resulta que uno de mis compañeros fue con su esposa... y su amante. Se sentaron en filas separadas, fingiendo que no se conocían. Él caminaba de la mano con su esposa y pasaba frente a la amante como si fuera invisible. Fue triste y cómico a la vez. Hasta qué punto puede llegar una mujer con tal de recibir migajas de atención de un hombre que no vale ni un centavo. © Oído por ahí / Ideer
  • A mi mamá le daban seguido entradas para el teatro, ópera o ballet en el trabajo. Un día consiguió boletos en primera fila para “El Cascanueces”, una joya. Decidió que su hijo de tres años tenía que vivir esa experiencia. Todo iba bien, hasta que después de dos horas de función, en el momento exacto en que la música hace una pausa, suena mi voz infantil resonando por todo el teatro: “¡Qué aburrido!” © Oído por ahí / Ideer
  • Invité a una amiga y a su novio al teatro con mi esposo. Me preguntó cuándo compraría los boletos. Le pasé los asientos que yo elegí y ella dijo que ya estaba buscando también. Resulta que nunca los compró... y encima esperaba que yo los pagara. Nos quedamos de piedra cuando su novio soltó: “Pues quien invita, paga. Eso todo el mundo lo sabe”. Los boletos costaban 100 dólares cada uno. © Oído por ahí / Ideer
  • Estaba en Nueva York con mi mamá y mi hermana. Éramos adolescentes y queríamos vivir la experiencia Broadway. En todas partes decía que no se podía grabar ni tomar fotos, pero mi hermana pensó que podía hacerlo disimuladamente. Apenas sacó el teléfono, una señora del staff empezó a apuntarnos con una linterna y a gesticular como loca. Mientras tanto, en el escenario, cantaban una canción feliz. Me sentí dentro de una comedia tonta. Qué vergüenza.
  • En nuestro teatro local, que ahora da funciones por todo el mundo, me encontré con mi escritor favorito. Era guapísimo, canoso, encantador. Le pedí un autógrafo, pero como no tenía un libro, me firmó una hojita que tenía en el bolso. Dibujó un símbolo elegante y dijo que significaba “prosperidad”. Años después descubrí que en realidad había escrito “trasero”. © Oído por ahí / Ideer
  • Cuando tenía seis años, no le dije a mi mamá que me sentía mal porque íbamos a ver “Cenicienta” al teatro. Ella estaba más emocionada que yo. Me encantó la obra, a pesar de todo. Desde entonces, cada vez que me siento enferma, me escapo a ver alguna función infantil. Me hace sentir mejor. Aunque, admito, una mujer de treinta sentada sola entre un mar de niños sí da un poco de qué hablar. © Oído por ahí / Ideer
  • Fui con una amiga a ver una obra coreana. En el programa decía que habría subtítulos en pantallas, lo cual la convenció. La función empezó y... nada de traducción. Ella me fulminó con la mirada, me apretó la rodilla y susurró con voz demoníaca: “¿Me estás tomando el pelo? ¡Te voy a morder!” Yo intentaba explicarme, pero ella no me creía. Después de unos minutos eternos, los subtítulos aparecieron. Literal, vi mi vida pasar ante mis ojos. Esa mujer enfadada da miedo.
  • Fui con mi hija de 3 años y medio al museo de historia. La única pregunta que repitió mil veces fue: “¿Todos esos están muertos, verdad?” No hizo ninguna otra. © Oído por ahí / Ideer
  • Fui al teatro con un amigo. Apenas nos sentamos, una señora de atrás empezó a quejarse porque él traía gorro. Él le preguntó amablemente si estaba segura de lo que pedía. Ella insistió. Entonces se quitó el gorro... y su melena de rizos gigantescos se desbordó hacia atrás. La señora se quedó muda. Él solo quería ser considerado y no tapar la vista a los de atrás. © Oído por ahí / Ideer
  • Visitamos el museo de cera Madame Tussauds. Éramos fanáticas de “Crepúsculo” y locas por Jacob. Nos tomamos un montón de fotos con la figura de Taylor Lautner, tan real que durante meses contamos que lo habíamos conocido en vacaciones. Lo mejor: ¡todos en la escuela nos creyeron!
  • Mi papá era artista, yo heredé cero talento. Me llevó al museo a enseñarme sobre impresionismo. Al día siguiente en el jardín, nos pidieron dibujar un árbol. Yo, inspirada, pinté un abedul con brochazos de colores al estilo Monet. Me pusieron mala nota porque “las hojas flotaban en el aire”. Así mataron a la mini artista que llevaba dentro. © Oído por ahí / Ideer
  • Mi bisabuelo hizo una bicicleta motorizada con sus propias manos, y terminó expuesta en el Museo de Billy the Kid en Nuevo México. Años después fui a verla. Cuando el guía supo quién era yo, me llevó a ver una sierra mecánica también hecha por él, que habían quitado por falta de espacio. Fue un momento muy especial. © familyman121712 / Reddit
  • Una vez fui con mi novio al museo. Yo pensé que sería una cita tranquila y bonita… pero resultó ser el día más estresante de mi vida. A él no le basta con mirar: ¡quiere tocar todo! Me pasé la visita sujetándole las manos como si fuera un niño. Qué desesperación.
  • Visitamos el museo Van Gogh sin guía ni audio, solo por gusto. En una sala me topé con una señora ya mayor que daba una visita guiada. Hablaba con tanto entusiasmo... pero lo que decía no tenía ni pies ni cabeza. Ella fascinada con su monólogo, y el grupo ya con la cabeza colgando del sueño. Me dio risa. Más tarde, al reencontrarme con mis amigas, no resistí y empecé a imitarla. Justo en eso pasa una empleada del museo y me suelta: “Bajito, que hasta yo sé a quién estás imitando”. © Oído por ahí / Ideer
  • Era estudiante, con el bolsillo más vacío que mi refri. Me gustaba una chica y quería impresionarla, y justo me cayeron unos boletos gratis para una obra extranjera. Dije: “¡Esta es la mía!”. La llevé al teatro... y resultó ser una obra experimental rarísima, con gritos, luces raras, actores en pijama. Yo sudando frío todo el tiempo, pensando: “Ya valí”. Ella estuvo casi muda toda la función. Cuando terminó, me miró pensativa y dijo: “Mira, fue bastante conceptual. Creo que se pudo arriesgar más, pero los actores estuvieron bien”. Casi me da un infarto. ¡Yo ya me estaba despidiendo del amor!
  • Ayer fui testigo de un acto de verdadera bondad. Trabajo en un teatro académico, y al salir vi a una señora llorando desconsoladamente en el vestíbulo. No es algo que se vea todos los días. Estaba sentada junto a una administradora, que intentaba calmarla. Noté que la mujer llevaba muletas. Por su conversación supe que había llegado con retraso al espectáculo, media hora tarde. Según las reglas, no podían dejarla entrar. Pero la administradora, en lugar de dejarla ir con las manos vacías, le ofreció un boleto para la función del día siguiente. Un detalle pequeñito, sí, pero fue suficiente para que la mujer se tranquilizara y agradeciera una y otra vez. Gestos así reconcilian con el mundo. Qué gusto da trabajar con personas así. © Habitación № 6 | Historias Anónimas / Telegram

Ir a una función cultural siempre es una mini aventura. A veces te abre los ojos al arte... y otras veces te lanza directo a una historia insólita. ¿Tú también tienes alguna anécdota de museo, teatro o galería que te haya dejado boquiabierto?

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