5 Razones por las que ya no quiero ser una “chica buena” y por qué no se lo recomendaría a nadie

Psicología
hace 3 años

Muchas de nosotras fuimos criadas como “chicas buenas”. Esa clase de chicas que no trepan a los árboles, siempre hacen sus camas, estudian muy duro y no contradicen a sus mayores. No son codiciosas, soportan con paciencia cuando tiran de sus colitas y no se quejan, ya que acusar es vergonzoso. Chicas muy serviciales que están dispuestas a ayudar a cualquiera, excepto a ellas mismas.

Intenté ser una “chica buena” durante 30 años y ahora me estoy deshaciendo poco a poco de ella para finalmente ser feliz. Mi nombre es María, y les contaré a los lectores de Genial.guru acerca de cómo me deshago de este síndrome y por qué nunca lo transmitiré a mis hijos.

Cómo fui una “chica buena” y cuál fue el resultado

Siempre he sido una chica libre de problemas: ayudaba a mi mamá en casa, no hacía escándalos en las tiendas gritando “¡Cómpramelo!”, evitaba los charcos para no ensuciar mi ropa. Desde pequeña me enseñaron que “la modestia es el principal adorno”, “hay que ser diligente” y “no pedir mucho”. Pero de verdad quería una muñeca igual a la que tenía Elena, así como trepar hasta lo más alto del árbol para obtener las frutas maduras, defenderme de ese desagradable Pablito que me pellizcaba todo el tiempo. Pero las “niñas buenas” no se comportan así.

¿Por qué era tan importante corresponder a esa imagen? Muy simple: si me comportaba mal desde el punto de vista de los adultos, me decían que deshonraba a mis seres queridos y, en algunas ocasiones, demostrativamente dejaban de hablarme por completo. En esos momentos, me sentía inútil y rechazada. Tenía bastante claro que hay muy poco amor y aprobación en este mundo y que debía ganármelo a cualquier precio.

Cuando cumplí 30 años, tenía muchas credenciales, un montón de trofeos, un diploma de honor y un paquete de antidepresivos en mi armario. Iba a trabajar gratis los fines de semana y los días festivos, ayudaba a mis padres en el jardín, solucionaba los problemas de mis amigos todo el tiempo y me sentía como un limón exprimido. Una nueva colega me ayudó a darme cuenta de que el camino de la “chica buena” me había llevado a un callejón sin salida.

Cuál es la diferencia entre una “chica buena” y una chica normal

A mi nueva compañera Lidia y a mí nos ubicaron en la misma oficina. Ella era una maestra de la contabilidad: lo hacía todo con claridad, rapidez y sin errores. También debe ser una “chica buena”, pensé yo, pero no. Cuando el jefe de contabilidad arrojó una montaña de documentación vieja para que ella la revisara, Lidia tomó esa pila y se la devolvió con las palabras: “Esto no es parte de mis responsabilidades laborales”. Estaba segura de que la iban a despedir, pero ese trabajo simplemente fue encargado a otro especialista más complaciente.

Lidia se permitía cosas que a mí me daban miedo con solo pensarlas. No vino al día de limpieza porque tenía un día libre, se negó a bailar cancán con todo el departamento de contabilidad en la fiesta corporativa de fin de año y nunca contestaba las llamadas de trabajo después del fin de la jornada laboral. Lidia sabía no solo trabajar duro, sino que también cómo relajarse: iba a conciertos, andaba en bicicleta con amigos, era feliz y amada, aunque no trataba de complacer a nadie.

Esa era la diferencia entre las chicas normales y las “chicas buenas”: ellas también podían ser las mejores en su trabajo, lograr grandes resultados y ser respetadas. Pero tenían una motivación diferente: no lo hacían por la aprobación de todo el mundo, sino porque lo querían ellas mismas y lo consideraban importante. Veían claramente su espacio y no le permitían a nadie cruzar sus límites. Mientras la “chica buena” trataba de cumplir las expectativas de los demás, la chica normal lograba llegar a sus metas y cumplía sus deseos.

5 razones para dejar de ser una “chica buena”

Después de conocer a Lidia, tuve la oportunidad de reevaluar muchas cosas en mi vida y comencé a deshacerme de la “chica buena”. El proceso se aceleró cuando tuve un hijo: entendí claramente que no le deseaba lo mismo. He formulado 5 razones por las que ya no quiero corresponder a esa imagen y por qué no se la recomendaría a nadie.

  • 1. La ley del búmeran no funciona

Antes estaba segura de que si me comportaba de manera correcta y siempre les ayudaba los demás, a cambio recibiría lo mismo. Pero este no es el caso. La vida me ha demostrado lo contrario: la gente se acostumbraba al hecho de que se podían aprovecharse de una “chica buena”, y usar esto de manera imprudente, sin ofrecer nada a cambio.

¿Cuidar a los bebés de mi hermana mientras ella iba a la peluquería? Fácil. ¿Ayudarle a un colega con un informe? Hecho. ¿Darle a mi hermano algo de dinero para sus vacaciones? Aquí está. Pero cuando yo necesitaba ayuda, resultó que otras personas no pensaban en resolver mis problemas: tenían sus propios asuntos. El bien no siempre vuelve y no debes contar con ello.

  • 2. No ser capaz de decir “no” causa problemas

A las “chicas buenas” muchas veces les pasan cosas malas solo porque no saben cómo decir no. Dejan que otros copien sus tareas individuales, corriendo el riesgo de obtener una mala nota por ello. Se cierran nerviosamente, pero guardan silencio cuando un colega comienza a mostrar señales de atención inapropiadas. Tienen miedo de ofender a los demás, pero permiten que otros las ofendan a ellas.

A veces, la incapacidad de decir “no” conduce a situaciones peligrosas. Recuerdo que tenía 7 años y paseaba sola cerca de mi casa. De repente, un hombre con una caja en las manos se acercó y dijo: “Ayúdame a abrir el garaje y te mostraré a los conejitos”. Tenía miedo, pero como una “chica buena”, fui obediente: me pedían ayuda. Tomé la llave, abrí el garaje y vi más de veinte jaulas con conejos. Acaricié al más cercano y salí corriendo como de un incendio. Hasta hoy sigo pensando que tuve mucha suerte.

  • 3. Luchar por ideales inalcanzables provoca ataques de nervios

Las “chicas buenas” hacen todo “perfectamente bien”: desde lavar los platos hasta escribir una tesis. De lo contrario, serán absorbidas por un sentimiento de culpa pensando que no lo han hecho bien. Pero tratar de ser una hija, madre, esposa, colega y novia perfecta al mismo tiempo es extremadamente agotador.

Me costó mucho entender que no soy un billete de 100 dólares para caerle bien a todo el mundo, ni un robot para no cometer errores. Recuerdo cómo lloré porque no logré ser la mejor empleada del año, cuando mi manualidad para el jardín de niños ocupó el segundo lugar y cuando mi esposo de repente notó que los rollos de repollo rellenos de su madre eran más tiernos que los míos. En aquel entonces, todo esto era una tragedia para mí, pero ahora estoy aprendiendo a tomarlo todo con más tranquilidad.

  • 4. A las “chicas buenas” les cuesta formar una relación seria

Desde pequeña creí que el amor se debía ganar. No era digna de recibirlo como si nada: ni el amor paternal ni ningún otro. Por eso, cuándo crecí, me sumergí profundamente en relaciones complejas en las que al hombre había que conquistarlo, salvarlo, perdonarlo y mostrarle todas aquellas cualidades que se deberían desarrollar con los años.

Recuerdo mi primer amor. Teníamos 22 años. Alquilaba un departamento, trabajaba, arrastraba las bolsas de comida de la tienda, cocinaba chuletas, y él podía aparecer a las 2 de la mañana en compañía de sus amigos y ordenaba: “¡María, pon la mesa para nosotros!”. Yo me quedaba callada, soportaba, esperaba a que me apreciara y cambiara. Una semejante relación no me parecía algo indigno, porque el amor debía ganarse, tenía que sufrir. Si no era así, ¿entonces cómo?

  • 5. Nadie aprecia a las personas que subestiman sus habilidades

Siempre me ha resultado difícil valorar adecuadamente mi trabajo. Cosí una blusa, me pareció que me había quedado bien. Pero creía que tenía algo malo hasta que alguien la apreciara. Y si de repente alguien me pedía que le hiciera una blusa igual para vendérsela, entonces decía: “¡Por supuesto!”. Pasaría un par de noches sin dormir y luego me daría vergüenza aceptar dinero por mi trabajo, ya que no era nada especial.

Pedir un aumento también era vergonzoso. Seguía teniendo esperanzas de que el jefe solo se diera cuenta y apreciara lo mucho que hacía por la empresa y me diera un bono, pero por alguna razón eso nunca sucedió. Hasta ahora estoy aprendiendo a evaluar el resultado de mi trabajo de una forma global y pensar: “Si lo hiciera otra persona, ¿cuánto costaría este trabajo?”.

Cómo se vive después de ser una “chica buena”

Por supuesto, no es tan fácil sacar a la “chica buena” de tu imagen de la vida ya establecida. Esta vive en hábitos, educaciones paternales, cosas cotidianas. Pero los varios años de trabajo en mí misma tampoco fueron una pérdida de tiempo. Ahora no me cuesta tanto decir “no” en respuesta a una petición de ir a buscar a un primo segundo al aeropuerto por la noche, ir a trabajar los fines de semana o terminar de comer si ya no tengo ganas.

Poco a poco estoy estableciendo mis límites en las relaciones con las personas. A mucha gente no le gusta, pero hay avances. Mi suegra dejó de venir sin avisar en los momentos que le convenían solo a ella, y ya no dudo en devolverles los consejos no deseados a quienes los dan. Y el mundo aún no se ha derrumbado y yo me siento más tranquila con confianza en mí misma.

¿Alguna vez has conocido a una “chica buena”? ¿O tal vez eres una de ellas?

Imagen de portada Depositphotos.com

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