12 Hombres atrapados en enredos sentimentales difíciles de creer

Nunca imaginé que un día de trabajo rutinario se convertiría en un momento de decisión imposible. Un frágil gatito pelirrojo, abandonado y al borde de la muerte, me miró con ojos llenos de esperanza. En ese instante, supe que no podía darle la espalda.
Solía trabajar en una clínica veterinaria cuando una mujer llegó con un gatito en muy malas condiciones. Tras examinarlo, recibió un diagnóstico desalentador. La dueña, sin dudarlo, decidió dormirlo para siempre. Mientras lo llevábamos a la parte trasera de la clínica, mi colega se detuvo de golpe y dijo:
—No quiero hacer esto. Intentemos salvarlo. Tomé al pequeño y frágil gatito en mis manos y lo miré a los ojos. Había algo especial en ellos, algo que lo hacía parecer sabio más allá de su corta edad.
Seguimos el protocolo: un baño a fondo, revisión de sus reflejos, vacunas, tratamiento antiparasitario y gotas medicadas en su cuello. Lo colocamos en un pequeño refugio con un tazón de agua y una manta suave. Pero la gran incógnita seguía en el aire: ¿qué sería de este pequeño sobreviviente?
Pasaron los días. El gatito permaneció en la clínica. Cada mañana nos recibía con esperanza. Para el segundo día, comenzó a moverse un poco y a comer por sí solo. Con el tiempo, tratamos múltiples afecciones: infecciones en los oídos, tiña, problemas oculares… pero nunca ataxia, a pesar de que ese había sido su diagnóstico inicial. (La ataxia es una condición neurológica que afecta la coordinación de los movimientos—nota de Genial.)
A pesar de nuestros mejores esfuerzos médicos, su cuerpo seguía inestable. Tropezaba y caía, no podía saltar ni maullar correctamente. Sin embargo, día tras día, sentía que me unía más a él, como si algo estuviera destinado a suceder.
Permaneció diminuto, apenas creció. En broma, lo llamábamos Microbicho. Pero su verdadero nombre era Shaman.
Todos adoraban a Shaman: el personal, los clientes, incluso los demás animales que pasaban por la clínica. Durante seis meses, nos entretuvo con sus torpes movimientos. Su valentía renovó mi amor por mi trabajo, me motivó y me sacó sonrisas cada día. Hasta que llegó una decisión difícil.
No todos compartían mi entusiasmo por este pequeño luchador.
La clínica me dio un ultimátum: o lo sacaba de ahí o lo llevaba a casa. También podía buscarle otro dueño.
No dudé. Me lo llevé. Aunque ya tenía un gato mayor y gruñón, y mi situación personal y de vivienda no era ideal, no podía abandonarlo. También tomé otra decisión: dejaría la clínica, un lugar donde podían darle la espalda a un animal necesitado.
Un año y medio después, llevé a Shaman a una ciudad más grande para hacerle una resonancia magnética. Los resultados mostraron una vieja fractura en el atlas, la primera vértebra cervical. Mañana, nos reuniremos con un neurocirujano.
¿Conoces esa sensación de encontrar algo: una persona, un lugar, una pasión y saber que es completamente correcto? Eso es Shaman para mí.
Nunca he sido de los que humanizan a los animales. Mi otro gato fue criado con disciplina. Pero Shaman… él me hechizó. Me ablandó.
Me ayudó a despojarme de mis frustraciones y preocupaciones. Ahora, cuando salgo del trabajo, sonrío sabiendo que en casa me espera un pequeño y maravilloso espíritu lleno de vida.
Y en muchos sentidos, estoy aprendiendo de él. No importa lo difícil que le resulte caminar o correr, nunca duda. Fija su objetivo y sigue adelante, se cae una y otra vez, pero siempre se levanta. Para él, no hay alternativa, solo la persistencia.
Gracias por tomarte el tiempo de leer esta historia. Valora a tus compañeros peludos y nunca les des la espalda a aquellos que más te necesitan.
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