La historia de Verónica Castro, quien demostró que una estrella nunca deja de brillar
Nos han vendido el éxito como una de las principales metas de nuestra vida, aunque no siempre tengamos claro lo que significa. Muchos famosos se convierten en nuestros modelos y entonces la envidia, pero de la buena, se apodera de nosotros. Queremos ser tan exitosos como ellos. Sin embargo, a menudo nos olvidamos de cuánto cuesta llegar y, más aún, mantenerse en el trono de las estrellas.
Fue un domingo, el 19 de octubre de 1952, cuando en la Ciudad de México llegó al mundo la mayor de cuatro hermanos bajo el nombre de Verónica Judith Sainz Castro, más conocida como Verónica Castro.
Hija de un ingeniero, Fausto Sainz, y un ama de casa, Socorro Castro Alva, Verónica pasó los primeros años de su vida con comodidades, hasta la traición por parte de su padre que dio como resultado la fractura del hogar.
Desde la partida de Fausto, Socorro Castro tuvo que hacerse cargo de sus hijos sola, razón por la que en ocasiones Verónica también tuvo que ejercer el papel de madre, con tan solo 8 años. La mamá incluso los encerraba con llave en una habitación de servicio en la que vivían por temor a que alguno de los hijos saliera solo.
Así lo contó la querida actriz en una entrevista: “Mi mamá trabajaba y nos dejaba encerrados, hasta con llave, para que no se fuera a salir ningún escuincle (niño), y yo tenía que hacer prácticamente de mamá de mis hermanos”.
Con un padre ausente y una madre que trabajaba todo el día para poder mantener a sus hijos, la comida escaseaba y los pequeños soñaban con la llegada de mamá para poder recibir como recompensa por la espera un sabroso botín: bísquet con leche.
“Había tratado de ser monja. Daba catecismo a la vuelta de la casa, como a dos cuadras”, confesó Verónica. Sin embargo, pese a no tener contacto con la familia paterna, luego se enteró de que era de actores; en la sangre llevaba sembrada la semilla artística. Sin saberlo, quizá, dirigiría sus esfuerzos para seguir el camino que el destino y la genética le tenían marcado.
Siendo adolescente, conoció a un señor al que le pidió una beca para estudiar teatro. “Me dan la beca y ahí es donde empieza todo. A los 14 años se me presenta este señor y le digo: ’Quiero ser artista, por favor, deme la beca’. Y me la dieron, entonces le digo: ’Quiero que sea mi padrino’. Pobrecito el señor, en las que lo puse; es el licenciado Pedro Luis Bartilotti, que es un divino”, recordó Castro.
En 1966 tuvo la oportunidad de aparecer por primera vez en una fotonovela, La romántica Samantha. Verónica alternaba sus estudios de bachillerato con el trabajo. Bailaba, actuaba, cantaba, entró a la televisión como bailarina y luego a estudiar a la universidad. Su carrera en el mundo del espectáculo era imparable, hasta que quedó embarazada.
A los 14 años se enamoró del “Loco Valdés”, y fruto de ese amor, en 1974 nació su primogénito, Cristian. Pero el padre ya estaba casado y con varios hijos, por lo que Verónica terminó siendo madre soltera y se encontró en el centro de las críticas. Sin embargo, fue su madre la que sirvió como apoyo para continuar.
Quizá uno de los secretos de Castro para triunfar es, como dijo ella misma, que cuando algo la decepciona, lo elimina de raíz, y así pasó página con Valdés. Pero las consecuencias a nivel profesional también se vieron, y la reconocida actriz renunció a En familia con Chabelo luego de enterarse de su embarazo.
Verónica Castro era reconocida en México, pero en 1979 cambiaría para siempre su vida de la mano de Mariana Villarreal, el personaje principal de la exitosísima novela Los ricos también lloran, que la llevaría a la fama mundial y a ser una de las actrices latinas más importantes de las décadas de los 80 y 90.
El amor siguió siendo esquivo en la vida de la actriz, y en 1981 tuvo a su segundo hijo, Michel, con el empresario Enrique Niembro. “Era un empresario bodeguero que no tenía nada que ver con el ambiente artístico. Creí que esta vez acertaba y quedé nuevamente embarazada, pero no resultó lo que yo esperaba, porque otra vez era un hombre casado y tenía varios hijos con otras”, relató la actriz.
En 1982, aunque parezca increíble, Verónica tuvo que salir de México en busca de trabajo. “Era grave el problema cuando yo estaba tanto al aire. Víctor Hugo O’Farrill me dijo: ’Tienes que parar por lo menos un año’. Le dije: ’Con lo que gano en Televisa, no puedo parar un año. ¿O trabajo en Argentina?’. Me dijo: ’Ve tranquila, porque no vas a trabajar aquí por un año’”, recordó la actriz.
Castro también dijo que todo formó parte de un complot para dar paso a intereses personales, pero que, pese a haber sido una decisión difícil, fue lo mejor. “Ahí fue donde entraron dos, tres personas a ocupar las novelas que serían para mí. Pero me fui a Argentina y me fue muy bien, porque me pagaron muchos dólares. Fue entonces cuando empecé a ganar dinero de verdad”.
En 1985, grabó en Italia la novela Felicidad, ¿dónde estas?, entonces le pidieron que volviera a México, esta vez con mejor paga. Aceptó porque su familia continuaba en su país de origen. En 1987 protagonizó el éxito Rosa salvaje. No solo era la reina de las telenovelas, sino que también incursionó en la música y la presentación y en ambas se destacó.
Con el paso de los años, Verónica ha seguido activa, no permitió que nadie la detuviera, se abrió camino y continuó. Lloró por amor, como en sus novelas; por sus hijos, por su madre cuando partió, pero siempre encontró y encuentra la forma de seguir siendo la reina. Prueba de ello son La casa de las flores y su última película, Cuando sea joven.
Quizá el amor le haya dado la espalda a Verónica Castro, al menos el de pareja. Sin embargo, la pasión por el arte y su autoestima la mantienen, a sus casi 70 años, activa, radiante, aceptando el paso del tiempo. Ella ha demostrado que no importa de dónde vengas; si sabes para dónde vas, seguro que con un poco de esfuerzo, llegarás.
¿Cuál es tu personaje favorito de Verónica Castro? ¿Qué objetivos te has trazado en la vida y qué has hecho para cumplirlos?