La evolución nos hizo más listos, pero perdimos superpoderes en el camino
Llevas más de una hora corriendo por el bosque en medio de la noche. Eres aún más rápido que un guepardo. No estás cansado ni tienes frío. Oyes a un ratón moviéndose entre las raíces de un árbol y percibes todos los olores del bosque. Con tu visión nocturna, ves a un ave en el cielo nocturno. Puedes pasar meses sin agua ni comida. Las branquias te permiten nadar libremente bajo el agua. Esto es lo que la evolución hizo de los humanos en un mundo paralelo. Aquí, los organismos ideales se prepararon para cualquier cosa que puedan encontrar en la naturaleza.
En nuestro mundo, las cosas son más complicadas. Hemos evolucionado, pero no siempre nos hemos vuelto más fuertes. Los humanos solo sobrevivieron porque se adaptaron y alteraron el mundo que los rodeaba. Una persona solo tiene 32 dientes. Cuando se caen, no vuelven a crecer. Pero la evolución no se ha detenido. Nuestra comida se ha vuelto más suave y nutritiva, no necesitas pasar mucho tiempo masticándola. La nueva dieta redujo la mandíbula y agrandó el cerebro. Como resultado, no hay más espacio para los 4 dientes que están más cerca de la mandíbula, llamadas muelas del juicio. En el futuro, solo tendremos 28 dientes, e, incluso hoy, el 35 % de las personas no tienen muelas del juicio.
El Homo sapiens es el único mamífero con mentón, la protuberancia que se extiende a lo largo de la mandíbula inferior. Hasta nuestros parientes, los gorilas y los chimpancés, tienen la mandíbula retraída. Los antropólogos creen que el mentón es el resultado de la reducción de la cara humana. Tal vez, en el pasado, el mentón soportaba nuestra poderosa mandíbula y potenciaba su fuerza. Con el correr de los millones de años, la cara se encogió, pero el mentón no desapareció.
Apoya la mano en una superficie plana. Junta el dedo anular y el pulgar. Dobla la muñeca y verás el palmar largo. El 15 % de las personas ya no tienen este músculo. No afecta la fuerza de agarre y ya ha perdido su función. Hace millones de años, ayudaba a nuestros ancestros a trepar a los árboles. La evolución nos quitó esta habilidad útil, pero aún conservamos sus vestigios.
Los perros, los caballos, los monos y muchos otros animales pueden mover las orejas. Esto les permite escuchar mejor y comunicarse entre sí. Los humanos tienen un cuello largo y flexible, y la evolución les ha quitado esta habilidad. Sin embargo, cerca del 20 % aún puede hacerlo. Este es otro recordatorio de una época en que no éramos muy diferentes del resto de los animales. El 10 % de las personas tienen un tubérculo de Darwin en la oreja. En el pasado, teníamos orejas puntiagudas y similares a las de los macacos modernos, y esta pequeña protuberancia es la prueba.
Cuando un pingüino emperador pone huevos, pasa 115 días sin comer. Los escorpiones pueden pasar hambre por todo un año. La evolución no les ha dado a los humanos una joroba como la de los camellos ni la habilidad de hibernar como los osos. Cada mañana, nuestros antepasados despertaban y luchaban por su supervivencia. Necesitamos mucha energía para esto, así que debemos comer a diario, cosa que no es muy conveniente, sobre todo cuando nuestra comida no se vende en los supermercados, sino que huye de ti por un bosque o una sabana.
En todo momento, 100 mil millones de neuronas trabajan en el cerebro humano. Gracias a eso tienes una buena memoria y eres capaz de hablar, lo que resulta esencial para la supervivencia. Pero un gran cerebro también trae desventajas. Para que las neuronas funcionen, necesitan mucho combustible. El cerebro representa el 2,5 % de nuestro peso corporal, pero consume el 20 % de la energía. Un profesional puede quemar 560 calorías jugando al ajedrez 2 horas. Un jugador de tenis gasta la misma cantidad de energía en una hora.
Los cerebros grandes nos vuelven débiles. Hasta un pequeño chimpancé es mucho más fuerte que un humano. ¿Para qué necesitas músculos si ya no te cuelgas de las ramas? Pero sí necesitas un gran cerebro para negociar y cooperar con otras personas. Cada vez somos más débiles y disfrutamos más y más de pasar el día en el sofá, una posición cómoda para pensar. Por las noches, nuestros antepasados eran especialmente vulnerables. Cuando duermes en un lugar nuevo, el hemisferio izquierdo de tu cerebro está más despierto que el derecho.
Este fenómeno se conoce como “efecto de la primera noche”. Se trata de una reacción antigua del cuerpo hacia los peligros que esperaban a los humanos en la oscuridad. Hace 40 o 60 millones de años, la evolución nos otorgó otra cosa a la que temerle: nacemos con miedo a que nos pique una araña o una serpiente. Aparentemente, estos animales eran el principal peligro para los primeros primates. Los antropólogos afirman que nos convertimos en corredores hace 2 millones de años. Los hombros anchos hacen que sea más cómodo mover los brazos y mantener el equilibrio. Un ligamento especial se extiende desde la columna hasta la nuca y estabiliza la cabeza mientras corremos.
Ningún primate tiene músculos fuertes en los glúteos; solo activan su máximo poder mientras corres. La falta de pelo y 3 millones de glándulas sudoríparas evitan que nuestro cuerpo se sobrecaliente. Los humanos son los corredores perfectos, pero la evolución los ha vuelto lentos. Nunca vencerás a un chimpancé en una distancia corta, y eso sin mencionar a los guepardos, capaces de alcanzar unos increíbles 115 km/h. Pero casi todos los animales terrestres son velocistas y no corren más de 10 o 15 minutos. Los humanos están adaptados para las largas distancias.
Caminar sobre dos patas ayudó a nuestros ancestros a resolver muchos problemas. Sus manos quedaron libres para llevar comida o herramientas. Las piernas y la espalda erguida hicieron que parezcan más grandes y aterradores para los demás animales. Además, cuando te paras en dos patas, puedes ver fácilmente al tigre dientes de sable que te espera entre las plantas altas de la llanura o la sabana africana.
El peso de tu cuerpo está distribuido únicamente sobre 2 articulaciones, cosa que tiene consecuencias. Puedes estar caminando tranquilamente por la calle, tropezarte y lastimarte solo por eso. Considéralo el pago por caminar erguido. ¿Y para qué necesitas los dedos de los pies? ¡Claramente no para golpeártelos contra los muebles! Cuando nuestros antepasados vivían en los árboles, estos dedos los ayudaban a agarrarse de las ramas. Imagina trabajar en la computadora, dibujar o preparar huevos revueltos, todo con tus pies. Genial, pero nuestra amiga la evolución nos ha quitado esta habilidad.
Ya no descansamos sobre los árboles, pero nuestros pies siguen siendo flexibles. Ahora que lo pienso, las pezuñas serían más útiles para nosotros: son resistentes y no necesitaríamos zapatos. Pero, hasta que volvamos a evolucionar, nuestros pies seguirán siendo frágiles. Cada uno de ellos tiene 26 huesos. Esto hace que caminar o correr no sea de lo más seguro. Vas al cine, compras tus palomitas y comienzas a comerlas con la expectativa de pasar dos grandes horas. De pronto, te ahogas. Esos minutos en que toses y lloras involuntariamente parecen eternos.
El humano es el único mamífero capaz de ahogarse con su comida. No podemos comer y respirar al mismo tiempo. La razón se encuentra en la estructura de nuestro aparato fonador. Tu laringe está abajo y es la responsable de que puedas hablar. ¡Pero no mientras comes! Escalofríos, horripilación, repeluzno... Estos son los nombres del reflejo que hace que tu piel se sienta irregular en vez de lisa. Aparece cuando tienes frío o estás asustado. ¡Saludos desde la Edad de Piedra! Nuestros ancestros estaban cubiertos de un pelaje grueso. Cuando se asustaban, sus folículos se erizaban, lo que los hacía parecer más grandes y amenazadores para los demás animales.
Esta reacción natural también los calentaba cuando el aire se enfriaba. El cuerpo de los humanos modernos ya no cuenta con un pelaje grueso; pero, si la película es muy aterradora u olvidaste tu chaqueta para salir de noche, los escalofríos aparecerán. Osos, erizos, murciélagos, algunas tortugas, peces e insectos. Todas estas criaturas tienen algo en común: hibernan.
Los científicos afirman que nuestros antepasados también eran parte de esta lista. En una cueva al norte de España, unos investigadores hallaron huesos fosilizados de humanos antiguos. El análisis demostró que, hace 500 000 años, podíamos pasar varios meses hibernando de una manera similar a la de los osos. Gracias a eso, sobrevivimos durante la glaciación. ¡Guau! ¡Sí que extraño esa habilidad! Nuestros ojos nos permiten ver el polvo en el aire y montañas enormes en el horizonte. Vemos el mundo con colores y reconocemos las caras de los demás. Cuando oscurece, nuestra visión se adapta rápidamente a las nuevas condiciones.
Pero no vemos bien en la oscuridad. La evolución no nos ha dado la vista de un tarsero. Este primate tiene el tamaño de una pelota de béisbol y es capaz de ver perfectamente en la oscuridad. Puede atrapar sin problemas a un escarabajo que vuela por el bosque en plena noche. De todas maneras, no me gustaría que mis ojos representen la mayor parte de mi cara, y los escarabajos no están entre mis bocadillos nocturnos favoritos. ¿Y qué hay de ti?