Lecciones de vida que aprendí viajando sola durante un año
Siempre es más grande el viaje interior que el recorrido por el mundo.
Antes de salir de casa, mi hermana me abrazó y me dijo: “viaja lo suficiente para conocerte a ti misma”. En ese momento no entendí sus palabras. Yo viajaba para ampliar mis horizontes, conocer el mundo, ver lo diverso de otras culturas… de mí ya sabía suficiente. Ahora, mirando hacia atrás puedo entender lo que mi hermana me quiso decir: todos los viajes son expediciones al interior de nuestra alma. No importa a dónde vayamos ni cuánto planeemos el itinerario, al final la jornada se trata de enfrentarse a la incertidumbre del siguiente paso, de retar el carácter, de conocer los límites propios y saber de lo que somos capaces. Claro que conocí rincones insólitos y personas maravillosas, pero ante todo me conocí a mí misma. Nunca antes había confrontado mis certezas, puesto a prueba mis creencias o deshecho mis prejuicios como en este viaje.
Los prejuicios nacen del miedo.
En los últimos doce meses conocí más gente que en el resto de mi vida. En pueblos recónditos pude acercarme a las casas de las personas, probar su comida, bailar su música, rezarles a sus dioses. Muchas veces tuve miedo, me creí en peligro, sentí que los otros eran extraños, que sus costumbres eran agresivas y sus creencias limitadas. Pero pronto descubrí que la extraña era yo. Yo era el intruso en un mundo que funcionaba bajo lógicas diferentes a la mía. No hay nada extraño y no hay nada normal, hay formas de ver el mundo. Comprendí que es mucho más enriquecedor ver en los demás una potencial fuente de aprendizaje que juzgar su manera de vivir. Una vez que te olvidas del miedo y te acercas con respeto y curiosidad, todas las puertas se abren, incluidas las de tu corazón.
Vivir un paso a la vez es deleitarse con la vida.
En muchos lugares de mi recorrido me detuve para sentir el ritmo del lugar. Estuve en ciudades, pueblos, desiertos, campos abiertos y montañas. Cada sitio tiene su forma de moverse y de hablar, y en muchas ocasiones pasamos de largo sin permitirle al lugar enseñarnos su esencia. Viajamos de prisa, con la cámara en la mano, ávidos de coleccionar postales y sellos en el pasaporte, nos retratamos con monumentos, entramos corriendo a los museos y cumplimos con listas de lugares imperdibles. Somos turistas y extranjeros, pero nunca hacemos parte en realidad del lugar. En este tiempo aprendí que lo importante no es acumular fotos espectaculares y abarcar la mayor extensión de tierra en el menor tiempo posible. Lo importante es vivir cada paso, detenerse y sentir el aire, descubrir un rincón único en cada país, hablar con los locales. Viajar no es ir de un check point a otro, es adentrarse en el corazón de lo desconocido, saborear cada etapa del camino.
Foto de portada: pexels
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