Al leer esta historia me di cuenta de que sí hago esto
“No pospongas tu vida en la desván”, texto explicativo de que es hora de dejar de “cuidar” las cosas buenas como si de un avaro con su cofre de oro se tratara
“¿Qué es?”, preguntó María fríamente, tomando un tenedor. “¿Esto es del set que les regalamos para la boda?”. Mi amigo, Alex, no presintió ningún problema, luego dijo que ni siquiera había escuchado esta primera pregunta. Continuó comiendo los fideos. Aún no estaba acostumbrado a su nueva pariente; la consideraba una mujer dulce, la madre de su esposa, que solo venía de visita a veces, tan educada y todo eso. Quién iba a imaginar que se convertiría en una arpía.
“¡Alex!”, continuó María. “¿Este es un tenedor del set? Seis cucharas de plata, seis tenedores de plata, seis cuchillos, seis cucharitas, ¿todo del estuche de regalo? Julia, ¿cómo puedes explicar esto?”. En este punto, la esposa de Alex se distrajo de la estufa: “¿Qué pasó?”. La suegra se sonrojó de indignación. En silencio al principio, y luego enfureciéndose cada vez más, anunció que era un sacrilegio usar cubiertos de plata todos los días. ¡Costaban 950 USD! Alex no entendió y dijo: “Entonces ¿para qué son?”.
La suegra se sonrojó aún más. Tiró la servilleta: “¡No saben cuidar las cosas!”. Alex incluso dejó de masticar. Sabía que era mejor no discutir con los invitados sobre temas serios, pero ¿cómo reaccionar ante personas que hacen escándalo por unos tenedores? Él dijo de manera conciliadora: “María, esto es una tontería”. La suegra lo miró con dureza. “¿Tontería?”, dijo en voz baja. “¿Y tú qué trajiste a este departamento, Alex? ¿Un diente de tiburón en un soporte y patinetas? Así que no te importa para nada lo que está pasando aquí, ¿verdad?”.
“Bueno, ¿sabe qué?”. Alex todavía se avergüenza de ese ataque de ira, pero en aquel momento, como él dijo, no había forma de contenerse. “Ya es suficiente de... ¡quejarse!”. Después de esas palabras, María se agarró el corazón: “¡Valeriana!”. Julia empezó a correr a su alrededor. Alex, asustado, se apresuró a abrir la ventana. La suegra se quedó flácida en la silla e informó de su estado de salud: “Siento que la vena me palpita... tengo taquicardia... presión... ¡la presión ha subido!”. Alex, casi llorando, corrió hacia el teléfono: “¡Llamaré a una ambulancia!”. La suegra se irguió bruscamente: “¡No lo hagas! Parece que se está pasando”.
Después de eso, ella cenó e incluso pidió más. Pero igual impuso su voluntad a los recién casados: escondieron los “hermosos tenedores” y sacaron los habituales, hechos de acero inoxidable. “Cuiden mucho ese set”, recomendó María. ¿Para qué desgastarlo todos los días? “Podría ser la herencia para sus hijos”.
“¿Qué tipo de síndrome es este?”, se sorprendió Alex. “¿Para qué esconder las cosas buenas hasta tiempos mejores? ¿Por qué no puedes usarlas aquí y ahora? Nosotros, por supuesto, después volvimos a usar esos tenedores, pero ahora no podemos mostrarlos en ninguna celebración familiar. De lo contrario, ¡a la madre volverá a darle un ataque! Sí, y Julia hace lo mismo. Tiene un blog culinario y toma fotografías de platos de comida preparada solo sobre un hermoso mantel, y luego lo dobla y lo guarda en la despensa. Uno se pregunta: ¿por qué? Porque a las cosas caras hay que cuidarlas mucho: así le enseñó la madre.
¿Y mi mamá? Le regalé un perfume. Ella lo usaba solo para Año Nuevo y el 8 de marzo. Le llevé un frasco nuevo y dijo: ’¿Para qué? El frasco viejo que tengo me durará diez años más’. O mi abuela: la mujer tiene casi ochenta años y todavía no ha abierto el set de vajilla que le regalamos por su sexagésimo cumpleaños. ¿En serio no entiende que un poco más y ya no lo necesitará?”.
No sé qué contestarle a Alex. Tengo a mi tía, Lili. Su set de vajilla se hizo añicos. Un juego de té de porcelana para doce personas con bordes dorados y sellos “Made in Germany” en la parte posterior de cada pieza. ¡Ups! se cayó de la buhardilla. La tía Lili llamó a todos para contar su desgracia, e incluso a mí, a pesar de que era una llamada de larga distancia, y lamentó que su juventud se hubiera dispersado en mil pedazos: “Nuestros padres nos lo regalaron hace veinte años. No lo tocamos, estábamos esperando una ocasión especial. Era de porcelana, Dios me perdone, la boda...”. ¿Y qué? Nunca usaron esa vajilla.
Hace seis meses, mi amiga compró una lujosa banqueta para el pasillo, y todavía no la he visto: siempre está cubierta con una manta raída. “¡Ay, me la van a ensuciar!”, dice ella. Dos niños, un perro, un gato, ¿para qué? “¡Solo la quito en las grandes ocasiones!”. Con el mismo éxito podría haber puesto un taburete o un cajón ordinario en el pasillo: ella no hace muchas fiestas.
¿Por qué? ¿Por qué guardamos juegos de vajilla, velas perfumadas y las emociones vibrantes para una ocasión especial? ¿Por qué dejar de lado la ropa de cama de seda para una “noche especial”, esconder aretes de diamantes en un cajón, retar a un niño cuando intenta sacar un trozo de queso de la mesa “antes de tiempo” y guardar las hermosas palabras para un cumpleaños? ¿Por qué el día de hoy es peor que el del futuro?
¿Es posible posponer la vida en la buhardilla? ¿Incluso si hay un gato o una suegra manipuladora en casa? Por supuesto, nos decimos a nosotros mismos: “Está bien, todavía hay tiempo”. ¿Y si no? ¿No es mejor vivir aquí y ahora? Enciende las velas más bonitas, usa la mejor lencería y sonríe a tus seres queridos como si tu boda de porcelana fuera hoy. Ahora. Y come fideos con tenedores de plata.
Genial.guru publica este texto con el permiso de su autora, la periodista Natalia Radulova.