“Sé exactamente lo que quieres”, un texto certero sobre los padres que están acostumbrados a decidirlo todo por sus hijos
Eran las 10 de la mañana, mis hijos estaban en la escuela. La maestra dijo en un chat a los padres: “¡Habrá un evento muy interesante en la escuela el sábado! ¿Qué niño quiere ir?”. Y siguieron mensajes ultrarrápidos de las mamás: “¡Nosotros queremos! ¡Nosotros también!”.
Creo que nunca me acostumbraré a eso. Está la maestra. Frente a ella hay una clase de 25 estudiantes. ¿Por qué no preguntarles a los niños de 10 años si les gustaría ir a un evento escolar muy interesante? Y luego confirmarlo con sus padres. Pero no, primero se les pregunta a los adultos, y ellos saben con certeza que ellos (el adulto más el niño) realmente quieren ir, aunque el niño no esté ni enterado.
No aguanté y escribí: “Por favor, pregúntele a Sergio. Si él quiere ir, anótelo”. La respuesta que me dio fue: “Sergio dijo que tiene que pensarlo”. En casa, mi hijo y yo lo discutimos y descubrimos que el evento no era muy interesante, porque era para niños más pequeños. Así que decidimos no ir.
No soy para nada una madre perfecta. Pero no entiendo por qué hay que preguntarles a los padres qué quiere su hijo, cuando el propio niño está al alcance de la mano.
Hay un chiste: unos niños juegan en el patio de recreos, y uno es llamado por su madre desde la ventana. El niño le grita a su madre: “Mamá, ¿tengo frío o estoy cansado?”. “Tienes hambre”, responde la madre.
En realidad es un chiste muy triste. Este fenómeno, “sé exactamente lo que quieres (lo que necesitas)”, es muy común. Sí, los adultos son personas con experiencia de vida, pero es fácil también preguntárselo a un niño. Escuchar sus argumentos. Simplemente mostrar interés en oír su opinión. No tiene nada que ver con la sobreprotección. Solo es considerar a tu hijo como una persona independiente, con su propia personalidad.
Un día, una amiga me escribió: “¿Podrías leer los cuentos de mi hijo? Ha estado escribiendo desde hace mucho tiempo, sería útil para él conocer la opinión de una profesional”.
Su hijo tiene más de 20 años, ni siquiera se lo puede llamar. Le pregunté a su madre: “¿Pero él quiere saber la opinión de otra persona?”. Ella dijo: “Bueno, no le pregunté, seguro que quiere, los escritores siempre necesitan comentarios”. Le respondí que me escribiera él mismo y lo hablaríamos.
Recibo muchos llamados de este tipo, alrededor de una docena por año. Las madres piden por sus hijos adultos e independientes, creyendo que necesitan mejorar, practicar, aprender a trabajar con un texto y conocer la opinión de una colega experimentada. No me importa, siempre que el “colega niño” me escriba él mismo. De todos, me escribió solo uno.
Recordé otra historia. A pedido de una amiga, realicé una reunión con adolescentes de su curso de orientación laboral. Frente a mí había una chica de unos 15 años que estaba como apagada. Le pregunté a dónde pensaba ir a estudiar después de la escuela. Y dijo: “Estudiaré gestión municipal, para luego poder trabajar en la administración donde trabaja mi mamá, así tendré una buena jubilación”. Quedé verdaderamente aturdida.
Orientar a una joven de 15 años pensando en la jubilación, ¡¿qué podría ser más ridículo?! ¡Que trabaje toda su vida adulta pensando en su retiro! ¡¿Qué hay en la cabeza de estas personas?! Volví a preguntarle a esta chica: “¿Pero qué te gustaría ser si no fuera por la decisión de tu madre?”. Y me respondió soñadora: “Me gustaría ser veterinaria, amo a los animales, me gusta jugar con ellos, a veces trabajo como voluntaria en el refugio”. Desde el punto de vista de la madre, probablemente, un veterinario es una persona que vive un escalón más abajo. ¡Pero qué trabajo! Por cierto, el hecho de que conocí a la chica durante los cursos de orientación profesional me da esperanza. Tal vez la mamá sospeche que su enfoque no está bien. Sin embargo, según esa amiga orientadora profesional mía, uno de cada dos graduados igual terminaba estudiando donde sus padres lo enviaban según su propia idea de una buena vida.
Recuerdo que cuando una pediatra me dijo a mí, una madre joven de 23 años, que mi hija no era parte de mí, sino una persona aparte y que no me pertenecía, que mi tarea era criarla y dejarla ir, lágrimas de ira brotaron de mis ojos. ¡No estaba de acuerdo!
Pero ahora sí estoy muy de acuerdo. La crianza es un trabajo constante, en primer lugar, sobre uno mismo. Un equilibrio entre “haz lo que quieras” y “sé exactamente lo que tienes que hacer”. Entre el amor y la firmeza. Y cuanto más tiempo vivo, más me convenzo de que la mayoría de las veces las mujeres que más se quejan por la falta de independencia de los jóvenes o de los hombres son aquellas que muy rara vez le preguntaron a su hijo qué era lo que él realmente quería. Qué pensaba. Con qué soñaba.
Genial.guru publicó este texto con el permiso de su autora, la periodista y escritora Zhenya Borisova.