Lo vivimos muchas madres. Me gustó la historia
“Síndrome de la última cereza”, un texto sobre el hecho de que toda madre a veces necesita comerse sola toda la bolsa de deliciosas bayas
Al convertirse en madre, cada mujer comienza a ver su vida de una manera diferente. Está dispuesta a darle a su hijo todo lo mejor, ya sea el trozo de pastel más grande o un espectáculo que a ella misma le habría encantado ver de niña. Quiere hacer feliz a su hijo. Pero a la vez, a menudo se olvida por completo de sí misma.
A Genial.guru le gustó mucho el honesto texto de Alexandra Chkanikova, publicado en el canal Family Tree, que abarca detalladamente este delicado tema.
Hace 35 años, cuando mi madre me dio a luz, la visitó en el hospital su tía, que en aquel entonces era una mujer bellísima que siempre se vestía a la moda y que nunca llegó a tener hijos propios. Le llevó un regalo a mi mamá: una bolsa de cerezas maduras. “Puedes comerlas hasta que baje la leche”, dijo amablemente la enfermera.
Mi mamá, pequeña, joven, que recién había dado a luz y tenía mucha hambre, comenzó a devorar las cerezas, y su tía dijo de repente con profunda tristeza:
—Come, pequeña, come, en cierto sentido, estas son tus últimas cerezas.
—Vamos, tía, terminaré de amamantar y podré comerlas de nuevo —respondió alegremente mi madre.
—Ese no es el punto. Ahora eres madre. Cada sabroso bocado que tengas ya no será completamente tuyo. Siempre querrás dárselo a tu hija.
Mamá me contó esta historia solo una vez, cuando yo misma estaba embarazada de mi hija mayor. Ahora la recuerdo cada vez que veo cerezas. Desde que tengo memoria, mi madre siempre me traía las primeras bayas del año, incluso si tenía que traerlas desde lejos, incluso si era un regalo que alguien le había hecho a ella. De todas las fiestas a las que asistía, me traía en una servilleta todo lo que se podía llevar: caramelos, pastel, durazno, bombones, chicles de café.
—No podía disfrutarlo, —explicaba mi madre. —Yo estoy comiendo cosas ricas aquí, pero ¿y tú y María? Solo podía pensar en lo mucho que lo disfrutarían si pudieran probarlo también...
Mamá me compraba libros que ella no tuvo de niña. Me llevaba con ella a los museos para que yo, a mis cuatro años, también pudiera ver los cuadros de Kandinsky y Picasso. Me llevaba con ella al mar, sin importar que ya fuera otoño y solo hubiera habitaciones de una plaza disponibles. Me despertaba por la noche para mostrarme las enormes estrellas del sur.
En nuestra familia, esto se llamó “el síndrome de la última cereza”. Es hermoso y terrible. Es maravilloso porque nos permite criar a los niños más felices del mundo (como mi hermana y yo), y también está asociado con un sentido de amor tan agudo que parece que el corazón está a punto de estallar. Y es terrible porque unas cerezas verdaderamente tuyas, solo tuyas, quedaron en el pasado lejano y tu corazón siempre está inquieto. Tienes miedo de no dar lo suficiente, de no compartir algo placentero con tus hijos.
Adoro a la tía de mi madre, que después de aquellas cerezas siguió visitándonos y siempre nos traía dos bolsas de cualquier cosa: una para mí y otra para mi madre. “La nena debe tener una madre sana”, decía, asegurándose de que mi mamá no me metiera en la boca las golosinas de su bolsa, sirviéndole más chocolate caliente, enviándola a un concierto, dejándola ir a cualquier parte que ella quisiera para que se despejara y se ocupara por un rato solo de ella misma.
No sé si la tía de mi mamá sufría por no tener hijos, pero tenía razón como ninguna madre: toda mujer debe tener siempre en su vida una alegría que no esté obligada a compartir con nadie. Disfrutar tranquila de lo que sea, sabiendo que sus hijos lo tienen todo, o lo tendrán cuando llegue el momento.
Toda madre con “el síndrome de la última cereza” debería, al menos una vez al año, comprarse un helado y comérselo sola, sin pensar en sus hijos. Irse de vacaciones sin los chicos y sin remordimientos. Caminar por el parque y montar en un carrusel, simplemente porque tuvo ganas de hacerlo, y no para acompañar a sus hijos.
¡Todo niño y niña debe tener una madre sana!
¿Alguna vez te topaste con la manifestación del “síndrome de la última cereza”?
Comentarios
Esto es algo que nos pasa a todas la madres
Así es, las madres siempre priorizan a sus hijos.
Las madres son maravillosas...
Mi abuelita siempre nos ha ayudado con alimento o dinero, ahora soy madre y ellas dos ven por nosotros :') 💕