Un avión que aterrizó con una sola ala

Historias
hace 1 año

El avión llevaba apenas 25 segundos en el aire cuando los pilotos notaron ruidos y vibraciones extraños. Probaron varias maneras de mejorar la situación, pero nada funcionó. Los problemas del motor continuaron. A poco más de un minuto de vuelo, cuando el avión alcanzaba los 900 metros de altura, fallaron los dos motores: primero, el derecho; dos segundos después, el izquierdo. Los pilotos decidieron regresar al aeropuerto. Al mismo tiempo, intentaron reiniciar los motores. Nada parecía funcionar. Se les ocurrió inclinar el avión hacia abajo para luego nivelarlo. ¡Tal vez eso los ayudaría a ganar algo de velocidad para poder planear! Pero pronto se dieron cuenta de que no llegarían al aeropuerto. ¡¿Acaso se estrellarían?! En ese momento, se produjo el Milagro de Gottröra.

La mañana anterior al vuelo comenzó como de costumbre. Se llevaron a cabo los procedimientos típicos. Había buen clima. Los miembros de la tripulación eran pilotos experimentados: un capitán danés de 44 años con más de 8000 horas de vuelo y un primer oficial sueco de 34 años con 3000 horas. ¿Qué podía salir mal? El avión era casi nuevo, un McDonnell Douglas MD-81, apodado Dana Viking. Había volado por primera vez el 16 de marzo de 1991. Para ese fatídico día, el avión solo llevaba 9 meses volando. Había 122 pasajeros y 7 miembros de la tripulación a bordo. El vuelo 751 de Scandinavian Airlines estaba programado para viajar desde Estocolmo (Suecia) hasta Varsovia (Polonia), y debía hacer una parada en Copenhague, Dinamarca.

Partió de Estocolmo según lo previsto, a las 8:47 de la mañana. Las personas a bordo ya estaban condenadas, y todo debido a una terrible secuencia de acontecimientos antes de la partida. Todo comenzó la noche anterior. El avión había llegado al aeropuerto de Estocolmo tras un vuelo procedente de Zúrich. Eran las 10:09 de la noche. El avión pasó la noche en la puerta de embarque al aire libre. Hacía frío: las temperaturas bajaron a 1 °C, justo por encima del punto de congelación. Lo que empeoró la situación fue que casi 2700 kilos de combustible helado, enfriado durante el vuelo, aún permanecían en los depósitos ubicados en las alas. El combustible estaba tan frío porque el avión había volado a la altitud de crucero, donde la temperatura del aire fuera de la cabina oscilaba entre 52 y 62 grados bajo cero. El vuelo desde Zúrich duró alrededor de una hora y 40 minutos.

Poco después de la medianoche, un técnico de vuelo fue a revisar el avión. Tuvo que quitar algo de hielo del tren de aterrizaje. De lo contrario, no podría examinarlo. Hacia las 2 de la madrugada, cuando estaba por marcharse, se dio cuenta de que el hielo cubría la parte superior de las alas. Por la mañana, la situación era aún más grave: se había formado una capa transparente, casi invisible, en la parte superior. El avión tenía que salir de la puerta de embarque alrededor de las 8:30 de la mañana. Una hora antes de la salida, el mecánico responsable se dio cuenta de que el hielo también cubría la parte inferior de las alas, así que decidió asegurarse de que no hubiera hielo en la parte superior.

Se subió a una escalera y apoyó una rodilla en el ala. Luego se inclinó hacia adelante para tocar la parte delantera del ala. No había hielo, solo algo de aguanieve. Decidió asegurarse de que todo estuviera bien en la entrada de aire de uno de los motores: no encontró nada raro. Poco después, el personal usó más de 1000 litros de líquido anticongelante para eliminar el hielo del avión. El mecánico consultó al capitán del avión y ordenó al personal que también se descongelara la parte inferior de las alas; después de todo, había visto algo de hielo allí. Pero nadie pensó en volver a comprobar si había hielo transparente en la parte superior. Cuando terminaron el procedimiento, el mecánico informó al capitán: “Deshielo terminado. Había mucha nieve y hielo, pero ya está todo despejado”. El capitán le dio las gracias al mecánico y continuó con los procedimientos previos al vuelo.

El avión se dirigió a la pista. Los sistemas antihielo de los motores estaban encendidos y no mostraron ningún fallo, pero más tarde varios pasajeros afirmaron que habían visto cómo el hielo se deslizaba por la parte superior de las alas mientras el avión despegaba. Aun así, el avión partió como de costumbre con destino a Estocolmo. Sin embargo, poco después del despegue, se desprendieron varios trozos del hielo que habían pasado por alto. Se estrellaron a toda velocidad contra los ventiladores de los motores cerca de la cola, a ambos lados del avión, lo que arruinó las aspas. Esto provocó una serie de sobrecargas. Y el resto es historia. Mientras tanto, en algún lugar de la cabina, el capitán de vuelo de Scandinavian Airlines, Per Holmberg, que estaba a bordo como pasajero, se dio cuenta de que algo andaba mal. En un primer momento, le advirtió a la azafata estaba sentada en el asiento trasero de la cabina que el motor derecho estaba sacudiéndose. Ella intentó ponerse en contacto con la tripulación, pero sin éxito.

Entonces, el capitán no uniformado se dirigió a la cabina a toda velocidad y preguntó si podía ayudar. El primer oficial le dio la lista de comprobación de emergencia, y el capitán le pidió que pusiera en marcha la unidad de potencia auxiliar (una pequeña turbina de gas en la cola del avión). Los consejos y la ayuda de Holmberg fueron invaluables, pero ¿acaso fueron suficientes para salvar a las personas a bordo? Cuando el avión salió de la capa de nubes a una altura de 270 metros, los pilotos se dieron cuenta de que no tendrían tiempo suficiente para llegar al aeropuerto. El aterrizaje de emergencia era inevitable. El capitán pasó la orden a la tripulación de cabina, que comenzó a preparar a los pasajeros.

Había un gran campo al norte del avión, pero el capitán se dio cuenta de que no tendrían tiempo suficiente para llegar a él, así que eligió un campo mucho más pequeño en una zona boscosa en la dirección del vuelo. No estaba lejos del pueblo de Gottröra, en Uppland, Suecia. El avión estaba a solo 420 metros del suelo cuando el capitán comenzó a extender los alerones. A la altura de 55 metros, informó a la torre de control de Estocolmo: “Vamos a estrellarnos”. Siete segundos después, el avión chocó contra varios árboles y perdió un gran trozo de su ala derecha. Para entonces, el tren de aterrizaje ya se había desplegado y la velocidad había disminuido a 225 km/h. Momentos después, la cola del avión golpeó el suelo y se desprendió. El avión continuó deslizándose por el campo a gran velocidad.

Recorrió 110 metros, y su tren de aterrizaje principal dejó marcas en el campo. En algún momento perdió tanto ese tren de aterrizaje como el frontal. El fuselaje se rompió en tres partes. Milagrosamente, no hubo ningún incendio. Si se observan las imágenes del lugar del accidente (el avión hecho pedazos, con sus partes esparcidas por el campo) es difícil creer que las 129 personas a bordo hayan sobrevivido. Parece un milagro. Pero también fue gracias a la rápida reacción de los auxiliares de vuelo y a las instrucciones correctas que les dieron a los pasajeros. No se dejaron llevar por el pánico y les indicaron que adoptaran la posición de emergencia justo a tiempo para evitar tragedias. Y lo más sorprendente: ¡con excepción de cuatro personas, todos los pasajeros salieron del avión por su cuenta! No es de extrañar que este accidente recibiera el apodo de “milagro”.

Sin embargo, el avión no tuvo tanta suerte. Con solo 9 meses de antigüedad, resultó tan dañado que se dio por perdido inmediatamente. Todo el mundo elogió la actuación de la tripulación de vuelo. Fue un aterrizaje increíblemente hábil, sobre todo en una situación tan rápida y peligrosa. El propio capitán admitió que pocos pilotos se ven obligados a poner a prueba las habilidades adquiridas durante el entrenamiento, o al menos no hasta ese punto. Dijo que estaba orgulloso de su tripulación y aliviado de que todos hubieran sobrevivido. Y... nunca volvió a volar aviones comerciales.

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