Piensa en cómo manejas los conflictos en tu vida diaria. Reflexiona con sinceridad en cómo actúas ante situaciones amenazadoras en tu trabajo o vida cotidiana. Quizás descubras que estás reaccionando de forma desmedida o que todo el tiempo intentas hacer “las cosas bien” para no crear un conflicto. No temas preguntar a los demás qué es lo que observan de ti en momentos de tensión. Presta atención cuando tu cerebro se active en modo “amenaza”. En ese momento y antes de reaccionar, respira hondo y trata de relajarte. Así evitarás decir algo inapropiado que haga estallar una discusión.
Valida las emociones de los demás. Esto no significa que estés de acuerdo con la manera de pensar de tu familia; más bien, significa que reconoces que sus emociones son tan reales como las tuyas. Entonces, en lugar de estallar ante sus opiniones diferentes, darás paso a la comprensión, evitando las peleas innecesarias. Está comprobado que la validación es poderosa y ayuda a mantener un ambiente agradable para todos.
Busca contención. La visita a tus familiares puede ser más llevadera si tienes a alguien que te apoye y esté dispuesto a escucharte con neutralidad. Busca a una persona con la que te sientas cómodo y pídele que sea tu salvavidas durante los días que durara la visita, alguien a quien puedas contactar para que desahogarte, si es necesario.
Baja las expectativas. Por último, reconoce que cada familia es un mundo y los problemas van a surgir de momento a otro, pues, por algo, no todos sus miembros viven juntos en la misma casa. Por estas razones, no esperes más de estas reuniones de lo que pueden ofrecer. Sé realista y reconoce que no todos van a estar de acuerdo contigo. Ármate de estrategias para evitar los conflictos, manteniendo tu mente abierta, trata de no contestar de mala manera y aléjate de las situaciones amenazantes lo antes posible. Recuerda que, a veces, es mejor ceder que involucrarte en una discusión que pueda lastimarte.

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