Una conmovedora historia sobre lo importante que es apreciar a la abuela mientras sigue a tu lado

Historias
hace 4 años

Una abuela es parte de nuestra infancia, con deliciosos pasteles y platillos caseros, todo esto resuena en nuestra alma con calidez y nos recuerda a una niñez despreocupada. Aunque, al crecer, nos olvidamos cada vez más y más de llamar y visitar a nuestra abuela, llegando como mucho en contados días festivos y ocasiones especiales. Pero es mucho más triste cuando la anciana que dedicó toda su vida a la familia, vive con sus seres queridos pero al mismo tiempo se siente una carga.

Genial.guru se inspiró en el conmovedor texto de Anna Kiryanova, que nos recuerda lo más importante y valioso pero, por desgracia, no eterno. Abraza a tu abuela mientras ella todavía esté a tu lado.

Una mujer de mediana edad trajo a su hogar a su abuela, quien se había quedado ciega por la vejez. Tenía 90 años: una anciana de cuerpo diminuto con manos que revelaban haber trabajado en exceso. Con estas mismas manos, toda la vida, trabajó en el campo, ordeñaba vacas, alimentaba a las ovejas y gallinas, lavaba, limpiaba, cocinaba... Sus manos se quedaron secas, como las patas de un pajarillo.

Y con estas manos, la abuela sujetaba un pequeño pañuelo que movía sin saber qué hacer: estaba sentada en el sofá y tocaba el pañuelo. Y de sus ojos ciegos rezumaban algunas lágrimas ancianas. A primera vista, la llevaron a vivir en unas mejores condiciones: baño caliente, sofá, mesa con platos... Su casa en la aldea fue vendida, al igual que sus animales. ¿Cómo podría una anciana ciega vivir sola? Así llegó su nieta a llevársela a vivir con ella.

La abuela trabajó toda su vida. ¡Ahora ella podía descansar en el sofá! Pero la anciana trabajadora no estaba acostumbrada a estar sin hacer nada; se apagaba si no tenía trabajo. Y empezó a ocurrir lo siguiente: la abuela a tientas lavaba los platos. La nieta regresaba a casa del trabajo y volvía a fregar los platos. Podrás entender que es difícil para una persona ciega de 90 años hacer tal tarea. Pero su nieta tenía que hacerlo a escondidas de la abuela porque ella pensaba que fregaba bien los platos y ayudaba en casa. Y por eso pedía quehaceres para toda la jornada: platos para fregar... ¡No los friegues, lo haré yo!

Los platos quedaban sucios. Y en el suelo podían verse charcos y en las paredes, salpicaduras. Y la mujer, cansada después de un día de trabajo, tenía que volver fregar y limpiarlo todo. Al final: doble trabajo. Pero ella lo hacía todo sin ruido. Volvía a fregar los platos y el piso. Todos los días. Mejor dicho, todas las noches, cuando la abuela se quedaba dormida y no oía cómo fluía el agua del grifo ni el traqueteo de los platos.

Mientras tanto, la nieta le decía a su abuela que los platos estaban perfectamente fregados, “Gracias, ¡me ayudaste mucho!”. Y la anciana sonreía, asintiendo con la cabeza... Era muy importante sentirse útil y no comer el pan sin dar nada a cambio. La nieta la necesitaba, ¡todavía era buena para algo! Y la abuela tomaba un paño y, a tientas, quitaba el polvo o recogía las cosas. Y también preguntaba si había más platos: ¡ella los lavaría!

Esto es tener un poco de paciencia. Un pequeño sacrificio, no es un gran mérito, ¿verdad? La abuela vivió con su nieta durante 6 años y fregó los platos hasta el último día. No se quedó en la cama; ni un día lo pasó así. Porque ella podía trabajar y sentirse útil. Ella no sabía vivir de otra manera.

Y la nieta amaba a su abuela. La amaba con todo su corazón. A veces, el amor habita en esto: no en fregar los platos, sino en volver a fregarlos. En la paciencia. Este es un pequeño sacrificio, incluso diminuto. No supone una gran hazaña. Pero eso es el amor.

Y tú, ¿qué cosas has hecho por tu abuela para que se sienta feliz?

Comentarios

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Preciosa historia. Deberíamos tener más paciencia con nuestros mayores, es verdad

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A mis abuelos les encantaba que escuchase sus historias, y a mí me encantaba escucharles y verles sonreír

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