12 Gestos de bondad desinteresada que nos recuerdan por qué aún se puede creer en la gente

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hace 1 hora
12 Gestos de bondad desinteresada que nos recuerdan por qué aún se puede creer en la gente

La amabilidad es una de esas cosas que la gente subestima. Parece algo insignificante, como sujetar una puerta o ir a ver a alguien, pero a veces acaba cambiando la vida de esta persona. Estos son momentos reales y cotidianos que la gente comparte en Internet y que pueden hacerte pensar: “¡Guau, los humanos pueden ser bastante cool después de todo!”.

  • Tenía 21 años, vivía en Portland y trabajaba hasta tarde en una tienda de comestibles. Una noche, mi autobús se retrasó casi una hora y la calle estaba prácticamente vacía.
    Empecé a ponerme paranoica porque un hombre se paseaba detrás de mí. Entonces, una mujer mayor, de unos 60 años, se acercó como si me conociera. Me susurró: “¿Estás bien? Ese hombre lleva un rato vigilándote”.
    Asentí con la cabeza y se quedó conmigo hablando de su gato y de su nieta hasta que por fin llegó el autobús. En cuanto subí, el hombre se marchó. No volví a verla, pero pienso en ella cada vez que alguien dice que la pequeña amabilidad no importa.
    Ella se quedó. Me protegió. Ni siquiera me dijo cómo se llamaba.
  • Tenía 25 años y estaba pasando por la peor ruptura de mi vida. Mi vecina Olivia, de unos 30 años, llamó a mi puerta a las dos de la madrugada con chocolate caliente. Me dijo: “No quiero molestar, pero llevo oyéndote llorar como una hora”.
    Yo no era de las que se abren, pero acabamos hablando hasta que salió el sol. Me ayudó a hacer las maletas cuando me mudé un mes después e incluso me trajo galletas a mi nueva casa. Fue como si alguien me hubiera salvado la vida.
    Seguimos siendo amigas.
  • Conducía de Denver a Santa Fe y olvidé comprobar el aceite. Paré en una gasolinera cualquiera y el empleado, de unos 30 años, me dijo que el motor sonaba “realmente mal”.
    Resultó que estaba a cinco minutos de reventarlo todo. Lo repostó todo, se negó a cobrar y me dijo: “Pásalo adelante”. Todavía pienso en cómo una botella de aceite de 10 dólares y la amabilidad de un desconocido evitaron que mi vida de estudiante en bacarrota se viniera abajo.
  • Enseñé segundo grado en Ohio durante un año. Un día, estaba teniendo un ataque de pánico durante el almuerzo, pensando que lo había escondido bien. Un niño se acercó y me puso una pegatina de Pokémon en la mano. Me dijo: “Este da coraje a la gente”.
    Aún conservo esa pegatina en mi cartera. Ni siquiera me gustan los Pokémon, pero ese momento me llevó durante semanas de estrés.
  • Tenía 28 años y trabajaba en una panadería. Mi madre llamó diciendo que habían llevado a mi padre al hospital. Me asusté porque era plena mañana y si me iba se fastidiaría todo el turno. Mi compañera de trabajo, con la que apenas hablaba, me dijo: “Vete. Yo me encargo”.
    Se quedó cuatro horas después de su turno y ni siquiera se lo dijo al director. Más tarde dijo: “Solo esperaba que alguien hiciera lo mismo por mí”. Papá se recuperó, pero yo nunca la olvidé. Ojalá pudiera devolverle el favor algún día.
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  • Se me cayó la cartera del bolsillo de la sudadera mientras paseaba a mi perro. Dos horas después, alguien llamó a mi puerta. Un adolescente, probablemente de 16 años, con mi cartera en la mano.
    Todo seguía allí, incluidos 240 dólares en efectivo. Me dijo: “Mi madre se enfadaría mucho si no se la devolviera”. Su madre lo educó bien. Le di 10 dólares y unos bombones que tenía.
  • Tenía 32 años cuando tuve una reacción alérgica repentina que me asustó mucho. Mi familia estaba a horas de distancia. Estaba sola en urgencias, sin poder respirar bien y temblando como una hoja.
    Una mujer de unos 40 años se sentó a mi lado, no hizo preguntas, solo me tomó de la mano hasta que dijeron mi nombre. Me dijo: “Nadie debería pasar miedo solo”. Pienso mucho en eso.
  • En la secundaria, yo jugaba al béisbol, y mi abuelo solía asistir a todos los partidos. Cuando falleció, su amigo, que apenas me conocía, se presentó en su lugar. Se sentaba en el mismo asiento, con el mismo termo de café, animando como si yo fuera su propio nieto.
    Cuando le pregunté por qué, me dijo: “Tu abuelo hubiera querido que supieras que te seguían apoyando”. Ese hombre ayudó a llenar un hueco en mi corazón.
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  • Me acababan de despedir y estaba cayendo en una espiral. Mi conductor de Uber, un hombre de mediana edad de Texas, se dio cuenta de que estaba llorando y me dijo: “Hombre, tienes derecho a derrumbarte. Pero no te quedes ahí mucho tiempo”. Me contó cómo perdió su trabajo hace años y cómo lo reconstruyó todo.
    Hablamos durante 40 minutos después de que aparcara. No volvió a arrancar el coche hasta asegurarse de que yo estaba bien. A veces la amabilidad es solo una conversación.
  • Yo tenía 19 años y compartía piso con otras dos chicas en Minnesota. Un mes no tenía dinero para comprar comida y me dio vergüenza. Mi compañera de piso Jess se dio cuenta y me dijo: “Eres parte de la casa. Come”.
    Empezó a dejar comida extra en la despensa “por accidente”. Cuando por fin conseguí un trabajo que pagaba decentemente, le dije que se lo devolvería. Me dijo: “Haz lo mismo para otra persona”. Lo he intentado.
  • Mi hermanastra me rogó que cuidara a su recién nacido “solo un rato”. No me llevo muy bien con los niños. Tengo 27 años, ella 29, por cierto, y vive a unos cuarenta minutos de mí. Pensé que necesitaba una siesta o algo así. Solo dijo que estaba abrumada y que necesitaba salir un rato.
    Pasaron horas. No me mandó mensajes, ni me llamó. Le di de comer, le cambié el pañal, lo acuné y seguí mirando la entrada como una idiota. Mi hermanastra es un poco excéntrica, pero esto era diferente. En algún momento, empecé a tener miedo de que pasara algo malo.
    Sobre las 9 de la noche, apareció su esposo. Estaba pálido, como si hubiera estado llorando o no hubiera dormido en días. Me entregó una bolsa que se había dejado mi hermanastra y me dijo: “Mereces saber la verdad”. La abrí y me quedé helada.
    Adentro había papeles médicos, los resultados de las pruebas y una pulsera del hospital. También había una nota doblada con mi nombre. Llevaba semanas sintiéndose mal, pero los síntomas empeoraron mucho aquella tarde.
    Su esposo la llevó a urgencias y le hicieron pruebas. Encontraron un tumor. El médico le dijo que tenían que ingresarla inmediatamente para hacerle más escáneres y una biopsia porque sospechaban que tenía cáncer.
    Su nota decía: “No quería asustarte. Tampoco quería que el bebé sintiera pánico. Eres la única persona en quien confío para mantenerlo tranquila esta noche. Por favor, quédate con él hasta que yo sepa qué pasa después”.
    Me senté con su hijo en brazos, intentando no llorar. Sabía que tenía que ser fuerte por el bebé. Acabó quedándose una semana en el hospital mientras lo confirmaban todo. Me tomé toda la semana libre. Su esposo venía de manera regular a ver cómo estaba el bebé, pero tenía que estar en el hospital con mi hermanastra la mayor parte del tiempo.
    Resultó estar en una fase temprana y era tratable, pero necesitó cirugía y meses de seguimiento. Cuidé del bebé todo el tiempo y me ocupé de la casa. Ahora ella está mejor. La operación fue bien y pronto estará en casa.
  • Tenía 23 años y trabajaba en una pequeña cafetería de Seattle. Tuve un día terrible, estropeé tres pedidos y estaba dispuesta a dejarlo en el acto. Un hombre mayor, de unos 70 años, se acercó y me dijo en voz baja: “Lo estás haciendo bien, chaval. No dejes que un mal día borre todos los buenos”.
    Me dio 20 dólares de propina, sonrió y se fue. No tiré la toalla. Sinceramente, ese momento me hizo seguir adelante.

A todos nos gusta una buena historia de “karma”, pero a veces la verdadera victoria no es la venganza o la revancha. Es la bondad. Consigue aquí tu dosis diaria de historias para sentirse bien: 10 Historias que nos inspiran a elegir la bondad cuando la vida se siente fría.

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