12 Historias conmovedoras que nos recuerdan por qué nunca debemos dejar de ser amables

Gente
hace 5 horas

La vida puede volverse abrumadora, y en los momentos difíciles, la amabilidad no siempre es nuestra primera reacción. Pero a veces, un pequeño gesto de cariño —ya sea darlo o recibirlo— deja una huella profunda y duradera. En esta recopilación encontrarás historias reales que muestran cómo un poco de compasión puede cambiarlo todo. Estas 12 breves experiencias te inspirarán a detenerte, elegir la empatía y recordar el poder de ser amable, incluso cuando cuesta.

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  • Cuando cumplí 18, mi abuela me tejió un suéter rojo. Era todo lo que ella podía permitirse. No me gustó y solo le dije un seco “Gracias”. Murió semanas después. Pasaron los años y nunca me lo puse. Ahora mi hija tiene 15 y quiso probárselo. Nos quedamos heladas...
    Escondido en el bolsillo, había un sobre de papel con dos entradas para el concierto de Backstreet Boys, fechado en 2005. Mi abuela sabía que era mi banda favorita. Sabía que había soñado con ir al concierto con mi mejor amiga. A pesar de no tener mucho, me había comprado esas entradas.

    Me quedé destrozada. Lo único que quería era hacerme feliz y yo la había rechazado. Sujeté las entradas y lloré durante horas.
    Ahora, llevo ese suéter a menudo. A veces, incluso duermo con él. Me reconforta.

    Ese momento, aunque llegó años tarde, me enseñó algo inolvidable: a ser amable con la gente, incluso cuando no me apetece. Fue la lección más valiosa que me dio mi abuela, un regalo que me llegó mucho después de que ella se hubiera ido.
  • Estaba en una tienda detrás de un hombre mayor al que le faltaban unos dólares. La cajera parecía molesta y la gente de la fila se quejaba. Cubrí la diferencia sin pensarlo. Solo unos pocos dólares.
    Me miró como si le hubiera dado un billete de lotería premiado. Fuera, me dio un golpecito en el brazo y me dijo: Me has salvado la cena con mi nieto”. Sonreí y le dije: “Me alegro de haberte ayudado”. Asintió y se marchó.
    Una semana después, volví a verlo. Me saludó con la mano, estaba con un niño pequeño. Los dos me hicieron pulgar arriba.
  • Un hombre afuera de la charcutería me pidió comida. Yo iba tarde al trabajo, pero dije: “Claro, un sándwich.”
    Dentro dudé: ¿y si le doy simplemente el dinero? Terminé comprándole un menú completo.
    Cuando se lo di, miró la bolsa como si fuera oro. “Es la primera comida caliente que tengo en toda la semana”, dijo. Me fui un poco sacudido. Desde entonces, llevo barritas de granola en mi bolso.
  • Un hombre se robaba mi lugar de estacionamiento en el trabajo. Le dejaba notas pasivo-agresivas, pero nada cambiaba.
    Un lunes lluvioso, puse conos y lo esperé. Cuando salió, vi que caminaba cojeando. Había tenido una cirugía y su espacio estaba en reparación.
    Me sentí como basura... Le ofrecí mi lugar de manera permanente.
  • De adolescente hacía bromas telefónicas a un señor gruñón todos los viernes. Cosas tontas, como hacerme pasar por repartidor de pizza.
    Un día lo llamé y no dije nada. Él contestó: “Qué bueno que llamaste. Nadie más lo hace.”
    Me quedé helado. Desde entonces empecé a llamarlo solo para platicar. Me contaba historias, me daba consejos de vida, incluso me ayudó con una ruptura.
    Un día me dijo: “Llámame abuelo.”
    Semanas después, me contestó una enfermera. Él había fallecido. Me dejó algo en el testamento: un teléfono. Tenía un solo contacto guardado... el mío.
  • Estaba sin blanca y pasaba tiempo en la biblioteca para usar internet. La bibliotecaria siempre me miraba mal. La odiaba.
    Un día, no pude soportarlo. Le grité: “¡¿Cuál es tu problema?!”. Ella parpadeó y me dijo: “Te has dejado el currículum abierto. Le he añadido algo de formato. Espero que no te importe”.
    Conseguí el trabajo al día siguiente. Volví para darle las gracias, se había jubilado esa semana. Me había dejado una nota: “Te dije que lo conseguirías. Cree en ti mismo”. La guardé en mi cartera durante 10 años.
  • Un día empezaron a llegar pedidos de comida a mi puerta. Yo no había ordenado nada, pensé que era un error... y me los comía.
    Hasta que vi a mi vecino mayor perdido en el pasillo. Su hija le había puesto entregas automáticas, pero siempre ponía mal el número de departamento.
    Desde entonces le llevo su comida y me quedo a hacerle compañía.
  • Me castigaron por gritarle a un chico que molestaba al más callado de la clase. La maestra nos puso a este alumno tranquilo y a mí a limpiar pupitres juntos. Dos días sin hablarnos.
    Hasta que vi su cuaderno. Lleno de dibujos increíbles de dragones y batallas espaciales. Le dije que eran geniales. Me preguntó si me gustaban los cómics. Desde ahí nos volvimos amigos.
    Hoy él dibuja un webcómic y cada año me dedica una publicación en mi aniversario.
  • Un perro mojado y tembloroso me siguió a casa durante una tormenta. Lo sequé, le di de comer y colgué fotos en Internet. Nadie respondió durante días. Empecé a llamarlo Bizcocho.
    Entonces, una niña del barrio llamó a mi puerta. Fue tan educada que me dolió: “Creo que es nuestro perro”. Se lo entregué.
    Al día siguiente, vino con su madre. Me regaló un dibujo de Bizcocho conmigo, y su mamá me trajo galletas al día siguiente. Todavía veo a Bizcocho en sus paseos diarios. Siempre tira hacia mí.
  • Vi a un niño esperando en la parada equivocada todos los días durante una semana. Pensé que tal vez le gustaba estar allí.
    Un día llovió. Me detuve y le pregunté si necesitaba ayuda. Me contestó: “Estoy esperando a mi madre. Me dijo que me reuniera con ella aquí”. Me quedé con él hasta que llegó, 40 minutos después.
    Resulta que ella trabajaba hasta tarde y lo recogía después de un turno. Se acababan de mudar. No conocía a nadie. Ahora le llevo una barrita de cereales cuando paso por allí. Me llama “el chico del autobús”.
  • Le sujeté la puerta a un hombre mayor en el vestíbulo de la oficina, aunque llegaba tarde. Se le cayó el cuaderno y lo ayudé a recogerlo. Llegué a la entrevista 7 minutos tarde, nervioso.
    El entrevistador entró y era el mismo hombre. Sonrió y me dijo: “Eres la primera persona que me ayuda en todo el día”. Pensé que lo había arruinado, pero me contrató. Dijo que el puesto requería “alguien que preste atención sin que nadie se lo diga”.
    De eso hace 14 años. Sigo en ese trabajo y sigo viéndolo.
  • Vi a un adolescente llorando solo en el aeropuerto. Todo el mundo pasaba a su lado. Le pregunté si estaba bien. Me dijo que iba a ver a su madre después de años separados. Me senté con él mientras esperaba.
    Cuando por fin salió, se quedó paralizado. Le di un codazo y le dije: “Está justo ahí”.
    Corrió hacia ella y la abrazó durante una eternidad. Cuando se iban, ella dijo: “Gracias”. Me alegré de no haber pasado de largo.

Cuando se trata de tener hijos propios, es una decisión que no debe tomarse a la ligera. Con esto en mente, queremos compartir una carta muy honesta e informativa de una señora mayor que decidió, junto con su pareja, no tener hijos y que defiende esta decisión.

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