14 Recuerdos escolares que prueban que un buen maestro puede cambiar tu vida (o arruinártela)

Gente
hace 3 horas

La escuela no solo es amistades y primeros amores: también está llena de maestros que, en un solo día, podían convertirse en tu héroe... o en tu mayor decepción. Los protagonistas de estas historias comparten los recuerdos más vívidos que conservan de sus profesores, con emociones que van desde la ternura absoluta hasta la indignación total.

  • Un día, en 5.º curso, iba andando a la escuela y me fijé en un gatito que había por el camino. Me dio tanta pena que no me lo pensé dos veces y me lo llevé. En clase me ayudó una amable profesora que le buscó una caja y me dejó quedármelo hasta el final de las clases. Ese mismo día llevé al minino a casa, pero mis padres no me dejaron quedármelo. Lloré mucho hasta que mi madre llamó a la profesora, que amablemente accedió a acogerlo. Sigo en contacto con ella porque aquel día nos hicimos muy amigas, solo por aquel gatito. Sigue viviendo con ella, pero ha crecido mucho gracias a la deliciosa comida y al cariño sincero. © Cámara 6 / VK
  • En nuestra escuela había un código de vestimenta, pero nada estricto. Hasta que llegó una nueva directora con un carácter... digamos, peculiar. Un día me empezó a regañar porque, según ella, yo no estaba vestida conforme al reglamento: llevaba pantalones negros con unas minúsculas tachuelas metálicas. Para ella, las tachuelas eran “solo para jeans”, así que no contaba. Lo curioso es que ella misma estaba usando un traje pantalón rosa fosforescente, con escote pronunciado y unos aretes que parecían bolas de árbol de Navidad. © Loony Loo / Ideer
  • Nuestro grupo no era precisamente el más unido... excepto antes del cumpleaños de nuestra maestra tutora. Cada año nos organizábamos para decorar el aula y pedir permiso a los profesores de la primera clase para hacer un pequeño festejo. Ella estuvo con nosotros de octavo a undécimo grado y, aunque sabía perfectamente lo que hacíamos, siempre reaccionaba con lágrimas en los ojos como si fuera una completa sorpresa. © Overheard / Ideer
  • Tuve la suerte de tener una profesora de inglés con mucho sentido del humor. Durante una cuarentena, nos tocó tener clases en el aula de biología, donde había un gran escritorio elevado sobre un podio, a un metro de la primera fila. El día que teníamos inglés a primera hora, casi todos llegaron tarde y medio dormidos. De pronto, alguien se preguntó si a la maestra le había pasado algo. En ese momento, se escuchó un grito: “¡No se van a librar de mí!”... y ella salió de debajo del escritorio, como si nada, para dar su clase con su estilo habitual. © Daria / ADME
  • En mi primer año de escuela, en una clase de dibujo, la maestra nos pidió hacer “nuestro mejor trabajo”, porque en el último año de bachillerato nos lo devolvería como recuerdo. Decidí dibujar a toda mi clase “de espaldas”, con la maestra al frente, cuidando cada detalle: peinados, nombres en los respaldos de las sillas... Estuve once años esperando ese dibujo. En la graduación, en vez de eso, me dio... una manualidad de un gallo hecha con recortes. © Overheard / Ideer
  • Una vez, mi maestra favorita me dijo que debía rodearme de lo que me hiciera feliz. Pasaron años hasta que me di cuenta de que lo que realmente me daba alegría no eran las fiestas, la ropa ni la comida, sino los animales. Por eso, desde el otoño, trabajo en un refugio. © No todo el mundo lo entenderá / VK
  • Mi profesor de biología sabía absolutamente de todo. Siempre me provocaba diciendo cosas incorrectas para que yo lo corrigiera. Llegó a reemplazar a un maestro que no me quería y, en un solo semestre, pasé de tener notas mediocres a las más altas. Él me devolvió la confianza que había perdido. © Vasilisa Kotsoflyak / ADME
  • Mi profesora de inglés fue la persona que más marcó mi vida. Teníamos siete clases por semana y hablábamos de todo: desde ecología hasta relaciones personales. Yo le tenía miedo y soñaba con terminar la escuela para no verla más... pero gracias a ella, viajé mucho y hoy tengo grandes oportunidades laborales. © Overheard / Ideer
  • En primaria, nuestra profesora de arte solo ponía la nota máxima a lo que le gustaba personalmente. Un día nos pidió dibujar “lo que quisiéramos” y a mí me dio por dibujar un animal paseando por un campo. Solo alcancé a terminar la cabeza y el paisaje, así que improvisé un cuerpo con líneas. Pensé que se reiría, pero se sorprendió y lo puso como ejemplo para toda la clase. Ese día me llevé la mejor nota y un comentario positivo que aún guardo. © Cámara 6 / VK
  • En segundo grado nos pidieron hacer un herbario en una hoja blanca y firmar cada hoja. Yo lo hice en forma de librito, con recortes y decoraciones. Cuando lo entregué, la maestra me lo devolvió delante de todos diciendo que “no era formato válido”. Me dolió muchísimo. © Tatiana Skvortsova / Dzen© tatiana skvortsova / Dzen
  • Me enfermé. Pero mientras estaba en casa, aprendí por adelantado el tema de álgebra. Cuando me llamaron al pizarrón, resolví los ejercicios como si nada. La maestra se quedó con la boca abierta. Después me puso un “Notable” y, tras pensarlo un poco, agregó “¡Bien hecho!”. Desde entonces ya no me gustó el álgebra. © Overheard / Ideer
  • Teníamos una profesora de química con métodos raros, pero cuando se cansaba de nuestras respuestas incorrectas... se ponía a cantar. ¡Qué voz! Tendría más de 50 años, pero cantaba como una diva. Nadie olvidó esas clases. © Overheard / Ideer
  • Hasta tercer grado tuvimos una maravillosa profesora de música que tocaba el piano de forma increíble. Un día nos pidió escribir algunas notas musicales y luego tocó cada “composición”. Aunque eran sonidos sin sentido, nos sentimos verdaderos compositores. © Overheard / Ideer
  • Mi profesora de biología borró todas mis notas altas y me puso calificaciones bajas “porque sí”. Cuando mi papá fue a reclamar, apareció un registro falso lleno de notas malas. Yo amaba biología, pero a esta profesora no le caía nada bien. © valevialiova / YouTube

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