El trabajo ocupa gran parte de nuestras vidas. Por eso, esos raros momentos en los que ocurre algo excepcional allí, la gente no solo no los olvida, sino que también los cuenta en Internet.
Ahora mismo en el trabajo, hablamos por la radio: —Alex, ¿ves esta tubería? —No veo nada. —Pero si está aquí, ¡te la estoy señalando! —¡No puedo verla, está oscuro! —¡Mira, le he dado una patada! —Ahora la veo, ¡se ha caído!
Una empleada de Recursos Humanos contó cómo fue su entrevista de trabajo más rápida. Duró unos 10 segundos. La puerta se abre de golpe, un solicitante de empleo entra en la sala de reuniones, lanza una tarjeta de visita sobre la mesa con las palabras: “Espero que me llame pronto”. Y se marcha hacia el atardecer con paso ligero y alegre. Y en la tarjeta de visita sale su nombre completo, teléfono de contacto y, atención, el puesto deseado “Top Manager”. Solo tengo una pregunta: “¿Eso estaba permitido?”.
Una de mis compañeras ha vuelto de vacaciones. Durante todo ese tiempo, ella, la “especialista jefe”, estuvo siendo tiranizada por teléfono por una jefa de departamento (ni siquiera era su supervisor directo): “¿Cómo hacemos esto aquí? ¿Qué hacemos en este caso? Ahora ayúdame con esto”. La que supuestamente estaba de vacaciones ya estaba un poco furiosa, pero seguía respondiendo a los mensajes. Una vez perdió un mensaje o una llamada y volvió a llamar un par de horas más tarde. ¿Qué le contestaron? Pues eso. La frase: “Llámame mañana. ¡Mi jornada laboral ya ha terminado!
Un día, en una reunión, mencionamos que no sería mala idea que nos subieran el sueldo. —¡No puede ser! ¡Yo cobro lo mismo que ustedes! —nos dijo el director. Todo iría bien, pero el día anterior habíamos ayudado a los contables a cerrar el sueldo y ya sabíamos que cobraba exactamente 3 veces más.
Trabajo en una farmacia. Me quedé sorprendida por un hombre que sacó de su bolsillo un protegeslips y me lo mostró con estas palabras: “Necesito exactamente iguales”. Y luego añadió con resentimiento: “Sabía que te reirías”.
Trabajo como ginecólogo-obstetra. A lo largo de los años, la paciente que más me ha impresionado ha sido aquella que, cuando le informaron de que no podría tener hijos, suspiró con auténtico alivio y dijo: “Uf. Por fin, tengo una excusa oficial para no querer tener un hijo”.
Mi alumna estaba palpando el abdomen de una paciente embarazada y me pidió que volviera a comprobar la posición del bebé porque no encontraba dónde estaba la cabeza. De repente, la paciente empezó a sollozar histéricamente. Me quedé de piedra y le pregunté qué le pasaba. Resultó que pensaba que su hijo no tenía cabeza, cuando la estudiante le dijo que no podía encontrarla.
Hace unos 7 años trabajé en una tienda de telefonía móvil. Una mujer nos compró un cargador para su teléfono. Al día siguiente vino con un escándalo: “¡Su cargador me ha chupado todo el saldo!”. Y nuestros argumentos de que era imposible, no la convencieron. Resultó que su hijo se había metido en alguna aplicación de pago mientras ella no miraba.