15 Caminos inesperados que llevaron a estas personas directo a su vocación

Historias
hace 4 horas
15 Caminos inesperados que llevaron a estas personas directo a su vocación

Encontrar el trabajo ideal rara vez es fácil: algunos pasan por decenas de entrevistas, otros se preparan durante años, y hay quienes simplemente tienen la suerte de estar en el lugar y momento indicados. En esta colección encontrarás historias de personas que compartieron con total honestidad sus experiencias, los pasos que siguieron y las circunstancias que los llevaron a dedicarse a lo que realmente aman. ¡Y eso sí que inspira!

  • En mi familia nunca fui la favorita. A todos les divertía decir que no lograría nada en la vida. Y cuando llegó el momento de repartir la herencia, a mi hermano le dejaron un departamento, mientras que a mí me tocó un viejo cobertizo en el campo. Imaginen su sorpresa cuando, seis meses después, lo remodelé con mis propias manos y, allí, abrí un ecohotel. Siempre soñé con ser anfitriona, recibir huéspedes y, finalmente, lo logré. La zona es turística, así que, con frecuencia, recibo visitantes que vienen a descansar por unos días. Ahora soy, prácticamente, la pariente más apreciada y un modelo a seguir, y todos se esfuerzan por fingir que jamás me llamaron fracasada.
  • Estaba haciendo fila, y un hombre a mi lado hablaba por teléfono con alguien; decía que necesitaba buenos trabajadores para su fábrica de muebles. Esperé a que terminara la llamada, le pedí disculpas por haber escuchado sin querer y le recomendé a mi sobrino, que es diseñador y carpintero calificado. No conseguía trabajo por falta de experiencia, aunque tenía habilidades y vocación desde niño. Ahora llevan dos años trabajando juntos, y ambos están encantados. © Work Stories / VK
  • Un amigo mío, desde niño, soñaba con volar y ser actor. Estudió para piloto, y voló durante un tiempo. Luego, después de jubilarse, participó por casualidad como extra en una película que se filmaba en nuestra región. Es un hombre alto y con porte, así que, poco a poco, empezaron a llamarlo para papeles secundarios en series, y, con el tiempo, esos papeles se volvieron cada vez más importantes. Sigo su perfil en redes sociales y me alegra verlo. Siempre está en algún rodaje. Al final, logró cumplir ambos sueños. © aste_la_vista
  • La abuela y la madre de mi amiga son maestras condecoradas. A ella también la presionaron para que estudiara en una universidad pedagógica. Pero, en cuarto año, se rebeló y dejó la universidad. Trabajaba y ganaba bien como presentadora de eventos, pero quería algo diferente. Le encanta viajar. Un día, por casualidad, encontró trabajo en una empresa que organiza viajes. No solo alojan a las personas en un hotel, también las entretienen: hacen yoga con ellas, ofrecen arteterapia. Así que mi amiga, básicamente, se convirtió en una guía de campamento para adultos. Ya viajó a la India con gastos cubiertos por la empresa, y ahora planea ir a China © Alevtina
  • Mi amiga trabajaba en una oficina. Su jefa, como se dice ahora, era una auténtica abusadora. A veces era dulce y amable, capaz de invitar a todos a tomar café; y al día siguiente, como si algo la hubiera alterado, comenzaba a gritar. Llegó a lanzar bolígrafos contra la pared. Mi amiga era subdirectora, la empresa funcionaba bien, pero su jefa no dejaba de repetirle: “Eres una inútil, nadie más te va a contratar”. Yo le preguntaba por qué no renunciaba. Ella decía que en todas partes los jefes eran malos, que solo cambiaría una cosa por otra igual. Pero logré convencerla de ir al psicólogo. Después de eso, renunció y, casi de inmediato, consiguió otro trabajo: enseña idiomas. Simplemente alquiló una sala en una oficina, y allí comenzó a dar clases. Gana más o menos lo mismo, pero ahora está radiante, y los ojos le brillan. Dice que va a trabajar con alegría. © zzh29115
  • Mis amigos tienen una banda de folk. Muchas veces comentaron que querían dejar la música, porque era difícil compaginarla con el trabajo. Pero el amor por la música fue más fuerte, aunque en nuestra ciudad nunca llegaron a ser valorados. Casualmente, conocieron a otros músicos, que los invitaron a un festival en la capital. Ahí se hicieron notar: ahora, constantemente, los llaman para presentarse allí, al menos una vez al mes. Les cubren el viaje, los alimentos y también reciben un honorario. ¡Yo creo que lo mejor de su éxito aún está por venir! © aste_la_vista
  • Tengo 23 años y mi propio negocio. No, no soy una niña rica, ni mis padres me invirtieron millones; al contrario, siempre vivimos con lo justo. Todo comenzó como un pasatiempo: ayudaba a mis amigos a encontrar trabajo. Sabía a quién necesitaban, dónde, qué talentos tenía cada uno, quién buscaba a quién, y me dedicaba a conectar personas. Un día, una amiga me dijo en broma: “¡Podrías abrir una agencia de reclutamiento!”. Y pensé: ¿por qué no? Comencé con un pequeño grupo en redes sociales, cobraba muy poco por las recomendaciones, y luego las referencias de mis clientes hicieron lo suyo. Ahora tengo una agencia, los clientes hacen fila, y yo soy esa chica que “encuentra trabajo incluso para los más perezosos”. ¿Y saben qué? ¡Soy feliz! © Ward No. 6 / VK
  • Cuando me despidieron, me senté en el baño y lloré desconsoladamente. Sentía que todo se derrumbaba. Era un trabajo estable, agotador, sí, pero al menos me pagaban. Estuve tres días sin poder reaccionar, hasta que empecé a enviar currículums a todos lados, aunque, por dentro, me sentía vacía. No tenía idea de lo que realmente quería. Una noche, mientras revisaba fotos viejas, encontré algunos de mis dibujos. ¡Antes, realmente, sabía dibujar! Pensé: “¿Y si lo intento de nuevo?”. Abrí una página en internet y subí algunos trabajos. Una conocida me pidió que dibujara a su gato. Luego, una amiga quiso un retrato, y alguien compró una de mis pinturas. Así comenzó todo. Ahora trabajo desde casa, disfruto de una taza de café y me dedico a hacer ilustraciones por encargo. Incluso, a veces, pienso: “Gracias por despedirme”. Porque, al perder ese trabajo, encontré mi vocación. © Work Stories / VK
  • Mis padres me obligaron a estudiar gestión hotelera, aunque yo quería estudiar gastronomía. No terminé la carrera, la abandoné, y nunca me he arrepentido. Diez años después, por fin completé mi formación como chef, y fue entonces cuando mi madre reconoció que se había equivocado al no escucharme en su momento; habíamos perdido tanto tiempo. Para entonces, ya podría haber alcanzado ese título. © Irina Kachanova / VK
  • Quería estudiar en una escuela de arte, pero mis padres no me apoyaron. Decían que, de hacerlo, nunca me independizaría y que tendrían que mantenerme toda la vida. Así que estudié una licenciatura en biología. Trabajé como una bestia en el campo, por un sueldo miserable. Después de cinco años, no pude aguantar más y decidí cambiar de profesión. Volví a la idea de dedicarme a algo creativo. Ahora trabajo en diseño gráfico, gano el doble de lo que ganaba como bióloga y, además, tengo tiempo para dibujar por gusto. © 3-pico / Reddit
  • Soñaba con ser modelo, pero mi mamá y mi abuela no me apoyaron. Ahora, con 30 años, vi un anuncio en el que buscaban modelos plus size. Cuando envié mis fotos, la respuesta me sorprendió mucho. No encajaba como modelo, pero me ofrecieron trabajar como fotógrafa para ellos. Resulta que, además de mis fotos personales, en el enlace también habían visto otros trabajos míos. Hoy realizo sesiones para marcas de lencería.
  • A mi hermana le encantaban las telenovelas turcas desde que tenía 16 años. Con el tiempo, ese interés se transformó en amor por la cultura y el idioma, y decidió aprender turco. Mis padres, por no decir otra cosa, se burlaban de ella e intentaban disuadirla. Cuando llegó el momento de entrar a la universidad, la presión fue aún mayor: “Si estudias para ser traductora, deja de considerarte nuestra hija”, le dijeron. Me la llevé a vivir conmigo, con la condición de que solo la mantendría si realmente se dedicaba a estudiar. Ingresó, terminó sus estudios. Ahora vive en Estambul, es traductora, está aprendiendo otros dos idiomas y viaja constantemente. Cuando regresa, siempre trae regalos y me agradece por haberla apoyado. Cada vez que la veo sonreír, el corazón se me llena de alegría por haber hecho feliz a alguien tan cercano. Aunque mis padres aún insisten en que “ya se le pasará y terminará estudiando Economía”... © Habitación N.° 6 / VK
  • Tengo un colega al que le gustaba asistir a entrevistas de trabajo. Lo hacía para confirmar su nivel profesional o para conocer las novedades del mercado en su especialidad. Es informático. Generalmente, para que lo descartaran de inmediato, mencionaba un salario muy por encima de su sueldo actual. Un día, después de una de esas entrevistas, me contó que los reclutadores le dijeron que iban a pensarlo, ya que su propuesta estaba “apenas por encima del rango salarial”. Al día siguiente, lo contactaron, y le ofrecieron exactamente la cifra que había pedido. © TommyChong / Pikabu
  • Me invitaron a una entrevista. La oficina era increíble, el personal era joven, todo parecía sacado de una serie de televisión. Obviamente, todos querían trabajar allí. Entré a la recepción, muy profesional... y ¡pum! Se me rompió el tacón y caí de rodillas, tirando, además, las carpetas con documentos del escritorio. Pensé: “Bueno, ya qué, no tengo nada que perder”. Me levanté e hice una reverencia. El director se rió tanto, que me contrató ese mismo día.
  • Desde niña soñaba con ser profesora de literatura. Terminé la escuela como alumna destacada, y me gradué de la universidad con honores. Estudié para ser docente, pero no me aceptaron por mi forma de pronunciar la “r”. Para mi sorpresa, nadie me había advertido que una persona con ese rasgo no sería contratada en ninguna escuela. Sí, así como lo leen: en cuatro escuelas de la capital me rechazaron por eso. Mis sueños se vinieron abajo y terminé trabajando como cajera en un supermercado. Era un empleo pesado, sin ninguna satisfacción, y un día, no aguanté más y me puse a llorar en plena jornada. Entonces ocurrió algo inesperado: una clienta, al notar mi estado, se acercó a hablar conmigo. Conversamos, le conté mi historia, y ella sonrió y me dijo que en las escuelas privadas me recibirían con gusto. Me dejó el número de su amiga, la llamé, y ella me ayudó a conseguir trabajo en su colegio como profesora de literatura. Ya llevo cuatro años allí, y aún me cuesta creer cómo la vida puede sorprenderte de formas tan inesperadas. © Work Stories / VK

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