15 Citas tan extrañas que te harán querer borrar tu historial amoroso

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hace 2 horas
15 Citas tan extrañas que te harán querer borrar tu historial amoroso

Las citas son casi como un examen: te preparas, te pones nervioso y, al final, no hay a quién copiarle. Aunque la noche no salga como esperabas y pases de la vergüenza a la risa nerviosa, con el tiempo todo se convierte en una gran historia para contar entre amigos.

  • Mi esposa tenía una amiga soltera y mi hermano, un amigo sin compromisos. Así que mi hermano decidió presentarlos y nos invitaron para hacerles compañía. Charlamos un rato, tomamos algo y, después, todos fuimos a nuestra casa a seguir la reunión con un té. El chico se ofreció a acompañar a la amiga de mi esposa, pero al día siguiente ella apareció llorando: “Me dejó en la esquina de la casa, me dijo ‘hasta luego’ y salió corriendo. Seguro que no le gusté...”. Pero resulta que sí le había encantado, solo que le dio pena pedir ir al baño y, cuando salió, ya no aguantaba más. Hoy llevan 15 años juntos, tienen dos hijos y todavía nos reímos cada vez que recordamos esa historia. © Alexander / Dzen
  • Está bien, los jóvenes a veces se comportan raro, ¡pero los adultos también! Tenía 46 años cuando un hombre me invitó a una cita en un centro comercial. Entramos a una cafetería y, como hacía mucho calor, pedí una botella de agua. Me la trajeron. Él no pidió nada. Después del café, decidimos ir al cine. Mientras yo revisaba la cartelera, él se quedó pensando y dijo: “¿Y si mejor vamos a una tienda, compramos algo y nos vamos a mi casa?”. Justo al lado había una escalera eléctrica. Me subí a esa escalera mágica, y me fui. Nunca más en mi vida tuve una cita como esa. © Tarot. Historia de Amor / Zen
  • Conocí a un chico. Comimos pizza y luego me invitó a su casa a ver fotos de un viaje a Egipto. Bueno, acepté. Pero al llegar, todo estaba cubierto de polvo, había maletas y cosas tiradas por todos lados. Cuando me estaba preparando para irme, noté un espejo en el pasillo y, justo sobre el papel tapiz, encima del espejo, alguien había garabateado: “No le llames”. Le señalé la frase al chico y empezó a murmurar algo sobre su ex. Justo en ese momento llegó mi taxi. Me acompañó hasta el auto, diciendo que deberíamos llamarnos y vernos otra vez. La verdad, no me quedaron muchas ganas de repetir esa cita. © inflatableu / Pikabu
  • Un amigo conoció a una chica por una app. Ella le escribió: “¡Vamos a un café! No te preocupes, no soy de esas que esperan que les paguen todo. Cada quien paga lo suyo”. Así que fueron. Pidieron pizza, sushi, rolls. Todo iba bien, hasta que llegó la cuenta. Y ahí la chica dice: “¡Toma!”, y con toda naturalidad le transfiere un poco menos del 10 % del total. Él le responde: “Espera. Pedimos todo juntos, y aquí hay dos pizzas, sets de rolls, bebidas...”. Y ella: “Bueno, yo casi no tomé nada. De la pizza solo probé un pedazo. Y los rolls no me gustaron”. Mi amigo no quiso discutir, le dijo que no se preocupara y pagó todo. Pero al llegar a casa, recibió un mensaje de ella: “Gracias por la velada. Perdón, pero no eres para mí. No me gustan los tacaños”. © PetrLevin / Pikabu
  • Después de la cita, acompañé a la chica hasta la entrada de su edificio. Estábamos ahí, besándonos, cuando de pronto escuché detrás de mí el grito de una señora mayor: “¡Qué escándalo, qué vergüenza!”. Pero yo estaba tan feliz que me di vuelta y le dije: “¡Venga, abuelita, ahora la beso a usted también!”. En cuanto la señora me vio avanzar con tanta seguridad, soltó un grito y salió huyendo. Pero como la calle estaba congelada y llevaba una bolsa en la mano, empezó a agitar los brazos para no resbalarse, y me terminó dando un bolsazo en la cabeza. ¡Cómo dolió! Hasta me caí. Después de eso, la chica me invitó a subir a su departamento. Por cierto, salimos durante varios meses. © mypocketuniverse / Pikabu
  • Un conocido me propuso vernos. Era otoño, de noche, con faroles encendidos... romántico. Crucé el patio de mi edificio, llegué a la tienda del final de la calle y allí nos encontramos. Conversamos un poco y comenzamos a caminar, pasando junto al contenedor de basura del barrio. Y lo curioso es que estábamos en pleno centro: a solo diez metros hacia la izquierda había una avenida principal. Pero no, él insistía en seguir por lo oscuro, porque, según él, era más romántico, con faroles y pocos transeúntes. Está bien. Caminamos unos cinco metros más allá del contenedor y, de pronto, mi acompañante vio un callejón oscuro y dijo que seguramente habría perros, que lo morderían, y que lo mejor era que regresara a casa. Así que me fui. Estuve fuera unos cinco o seis minutos. Hasta el día de hoy no comprendo qué fue eso. Mi padre no dejó de reírse por aquella cita, porque tardé más en arreglarme que en el paseo. © Inna Gruzleva-Peregoedova / Dzen
  • Un chico estuvo detrás de mí durante cinco meses. Me insistió tanto que, al final, acepté ir con él a una cita en un café. Me dijo: “¡Pide lo que quieras!”. Así que pedí una ensalada con camarones. Pero él se la comió casi toda, y a mí solo me había dejado un camarón. Yo no dije nada y, de pronto, dijo: “Yo pago, yo como todo”. En ese mismo momento, en el café, le di por terminada la cita y me fui a casa. © zarinaumarova446 / Instagram
  • Fui a una cita con una chica. La conversación no fluyó desde el principio. Por más que intenté hacerla hablar, fue inútil. Respondía con frases cortas y no hacía ninguna pregunta. Cuando se levantó para ir al baño, una mujer en la mesa de al lado se inclinó hacia mí y me susurró: “Esa chica es un desastre. De verdad admiro tu paciencia”. Esa mujer, con el tiempo, se convirtió en mi esposa. © Realistic-Whereas865 / Reddit
  • Un compañero de trabajo salió una vez con una chica. Él pensaba que irían juntos, con algunos de sus amigos, a una fiesta. Pero resultó que en la fiesta estaban ella, y cinco hombres más. En resumen, organizó su propia versión en miniatura de The Bachelor (el reality de citas). Según ella, era mucho más práctico conocer a seis chicos en una sola noche y decidir con cuál quería volver a salir, que tener seis citas distintas en seis noches diferentes.© slytherinprolly / Reddit
  • Un chico se me acercó en la calle con una rosa: “¡Tómela, por favor!”. La acepté con gusto, le di las gracias y también le deseé lo mejor. Nos quedamos un momento intercambiando cumplidos con entusiasmo. Segunda escena del ballet de Marlborough: “¿Puedo abrazarla?”. Se veía muy correcto, bien vestido, simpático y con buen perfume. Le dije que sí. Nos abrazamos. Tercera escena: “¿Me da dinero?”. Y entonces empezó a contar que era voluntario. Ahí fue cuando no pude contener la risa. Yo, tan ingenua, abrazándolo con toda sinceridad... ¡y él lo que quería era dinero! Le dije que, si de verdad estaba recaudando para niños, mejor se hubiera ahorrado las flores. Me fui. Aunque después me quedé pensando... en realidad, no tengo idea de dónde había sacado esas flores. © Natalia Ivanova / Dzen
  • Cuando tenía 16 años, fui a una cita doble. Había dos parejas ya formadas, y yo iba con un chico al que acababa de conocer ese mismo día. Fuimos a jugar bolos. Durante toda la salida, mi acompañante no dejó de intentar impresionarnos. En un momento decidió lanzar la bola por su amigo, porque, según él, era muy fuerte y genial. Pero falló: la bola me golpeó en el hombro, luego a mi amiga, y terminó cayendo sobre el pie de otra persona. Mi cita se disculpó con torpeza y dijo que necesitaba ir al baño. No lo volví a ver. © Puzzleheaded_Storm79 / Reddit
  • Esto sucedió hace ya varios años. Conocí a un chico por internet. Al principio se comunicaba con normalidad, aunque noté algunas cosas extrañas que preferí pasar por alto. Pensé: “Bueno, tal vez solo fue una impresión”. Llegó la primera cita: fuimos a comer comida rápida y, en ese momento, me enteré de que ya tenía un hijo de 10 años, que en realidad era mucho mayor de lo que había dicho y, además, se comportaba de forma bastante arrogante y descarada. Decidí que esa sería la primera y última vez que lo vería. Pero, al parecer, él no opinaba lo mismo.
    Al día siguiente recibí un mensaje en el que, sin rodeos, me decía algo como: “Conejita, con este frío propongo que nos veamos directamente en mi casa”. A lo que respondí: “No soy conejita, me llamo Rina”. Entonces contestó que, en ese caso, era mejor no volver a vernos nunca. Me reí durante mucho tiempo después de eso.
  • Tenía unos 16 años. Fui a una cita y me llevé una grata sorpresa: él resultó ser alto y guapo. Me propuso ir a un restaurante. Llegamos, y resultó que ahí trabajaba su amigo. Pues este amigo se sentó con nosotros, y ambos comenzaron una charla muy animada sobre sus cosas. Pensé que sería solo por cinco minutos, pero se quedó ¡dos horas! Intenté unirme a la conversación, pero estaban tan metidos que era como si yo no existiera. Luego, él me acompañó hasta mi casa. Fuimos en transporte público. Y justo frente a mi casa me dijo: “¿Por favor, me podrías dar parte del dinero para el taxi? Es que te compré un helado”. Se lo di y me fui, completamente desconcertada. De hecho, seguí pensando en eso durante mucho tiempo. Al día siguiente me llamó, pero lo rechacé. Si eso me hubiera pasado hoy, me habría ido a los quince minutos, pero a los 16, lamentablemente, no pensaba igual. © Kris Tall / ADME
  • Una conocida me contó esto hace poco. Era su cumpleaños. Estaba en el trabajo, ocupada con sus cosas, cuando la llamó un pretendiente poco exitoso y bastante tacaño. La felicitó y le propuso invitarla a almorzar. Ella se sorprendió por semejante gesto de generosidad, pero aceptó. Subieron al auto y él la llevó a una especie de comedor industrial, de esos donde uno mismo se sirve con una bandeja. Y entonces le dijo: “¡Disfruta, querida! ¡Toma lo que quieras! Yo no voy a comer, ya comí en casa”. © Anxious Cake / ADME
  • Mi amiga tenía unos 17 años cuando conoció a un chico. Salieron en una cita y se dio cuenta de que él no era para ella. Él la invitó a una segunda salida, pero en lugar de decirle la verdad, le mintió y dijo que al día siguiente iría a visitar a su abuela fuera de la ciudad. Él le pidió todos los detalles... y al día siguiente la llamó para decirle que la acompañaría a la terminal para despedirla. Incluso llevó a un amigo, vaya uno a saber por qué. Así que no le quedó otra que comprar un boleto de autobús e irse, mientras ellos le decían adiós con la mano. Se bajó en algún lugar a las afueras y tardó medio día en volver a su casa. Fue entonces cuando entendió que mentir es una mala idea. © Flying Penguin / ADME
Ten en cuenta: este artículo se actualizó en febrero de 2025 para corregir el material de respaldo y las inexactitudes fácticas.
Imagen de portada inflatableu / Pikabu

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