15+ Personas con historias impredecibles que contar gracias al transporte público

Historias
hace 1 día

En algún momento de nuestra vida, es probable que hayamos pasado más horas en el transporte público que en casa, en la escuela o en el trabajo, especialmente si vivimos en una ciudad grande. Por eso, no es raro que todos tengamos al menos una anécdota memorable a bordo de un autobús, tren o tranvía. Desde encontrarnos con una anciana de carácter fuerte, un chofer que se niega a dejarnos en la última parada, hasta extraños que insisten en iniciar una conversación incómoda…

  • Una vez estaba esperando en la fila de un autobús para bajar. De repente, una señora empezó a meterse en el autobús como un tanque sin esperar a que bajara la gente. No pude soportarlo y le dije: "¿Me dejas bajar primero?". Y ella me respondió con toda seriedad: "¡No!". Se me pusieron los ojos como platos de tanta insolencia. Pero me limité a decir: "¡Sí, claro que sí!". Y la empujé hacia atrás. No me lo esperaba de mí misma, pero no me arrepiento. © Orsa Valdés / ADME
  • Una mujer entró en un microbús y dio 50 dólares para el boleto. El conductor le dijo: "¿En serio? ¿No tiene 50 centavos?" La mujer contestó: "No, he gastado todo el suelto que tenía en una tienda". El conductor empezó a contar el cambio, y con cada nuevo tintineo de monedas los ojos de la mujer se abrían más y más. Cuando el conductor empezó a darle los últimos 4,5 dólares de cambio con monedas sueltas, la mujer gritó: "¡Oh, aquí tienes un dólar para que no tengas que gastar monedas!". Pero el conductor le dijo: "¡No, tómalo!". Le dio 3 puñados de monedas; ella refunfuñó, se arrellanó en el asiento y empezó a metérselo todo en los bolsillos. © Oído - Aquí hablan de ti / VK
  • Mi amigo y yo volvíamos a casa en el autobús, y mi amigo dijo: "Quiero palitos de cangrejo, tengo un antojo". Yo le dije: "Sí, me encantaría una ensalada de cangrejo". De pronto una mano se coló entre nosotros y ¡había un palito de cangrejo en ella! ¡Un palito de cangrejo! Nos dimos la vuelta, conteniendo a duras penas la risa, y allí estaba sentado un borracho comiéndose esos palitos directamente del paquete. Era un sueño hecho realidad. © Overheard / Ideer
  • Iba con mi hijo en autobús. Había una anciana sentada a mi lado. Empezó a hacer comentarios sobre mi piercing en la nariz: “¿Qué clase de ejemplo le estás dando a tu hijo?”. Y añadió que yo era una mala madre. Me quedé sentada en silencio. El autobús iba lleno y no había forma de cambiar de asiento. Pero cuando me dijo: “Deberías también hacerte un piercing en ya-sabes-dónde”, no aguanté más y le dije que algunas personas deberían hacerse un piercing en la lengua para no decir tonterías. Y un piercing en la nariz no dice absolutamente nada sobre el tipo de madre que soy. ¡Me molestó tanto! © Mamdarinka / VK
  • Una vez viajaba en un autobús abarrotado. Yo iba de pie, al final. Entonces, de algún lugar de la multitud, se cuela una mujer con una niña de unos 9 años y empieza a reprender al chico que estaba sentado en un asiento individual, diciéndole: “Joven, ceda el paso a la niña”. Y él se niega, así que la mujer empieza a exigir, a gritar. A lo que él le responde: “Señora, los asientos para pasajeros con niños están en la parte delantera de la cabina; vaya allí y exija y grite”. Se puso los auriculares en los oídos y se dio la vuelta. Ella gritó y gritó, luego se calmó y fue de pie hasta su parada. Me bajé en la misma parada que el joven. Entonces vi que tenía parálisis cerebral, ya que arrastraba mucho las piernas al caminar. © Valentina Smirnova / ADME
  • Me he dado cuenta de que la mayoría de los conductores de autobuses urbanos parecen sentir un odio hirviente hacia sus pasajeros. Una vez estaba subiendo al autobús y el conductor me dijo “buenos días”. O no le oí o estaba en mis cabales y no le contesté. Paró el autobús y gritó con fuerza: “¡He dicho buenos días!”. No se movió de su asiento hasta que le contesté. © Sam_Buck / Reddit
  • Una vez en un autobús, me senté frente a una anciana que estaba indignada con un joven que no había pagado el billete. Ella dijo, señalándome, lo buena joven que era, lo decente que parecía, y añadió: “Que Dios te bendiga”. Un minuto después se fijó en un pequeño tatuaje que tengo en el brazo. Al instante me convertí en una mujer caída, sin marido (aunque llevaba mi anillo en el dedo), y cuyos hijos serían todos feos… © Anastasia Korotkova / VK
  • Volviendo del trabajo. Entré en el tranvía y me senté. Un par de paradas más tarde, una chica se levanta (toda una Barbie) y, obviamente, se prepara para salir. Se queda parada cerca de la puerta delantera. El revisor se acerca a ella y le dice:
    — Señorita, ¿te bajas ahora?
    — Sí.
    — Ve a la puerta del medio, no abrimos la puerta delantera.
    — Yo decidiré sola por qué puerta me bajo.
    — Pero, señorita, ¡no abrimos la puerta principal!
    — ¡Ese no es mi problema!
    Yo, ligeramente aturdido por este giro de los acontecimientos, espero con interés la continuación. El tranvía se detiene; la chica se queda de pie ante la puerta delantera cerrada. Las demás puertas se cierran y el tranvía sigue su camino. En la siguiente parada, la chica, con la cabeza bien erguida, pasa por la cabina, refunfuña algo y baja por la puerta del medio. © SHAME / VK
  • Un día viajaba a un lugar en autobús; era un viaje de unas 2 horas. Llevaba auriculares puestos. De repente veo que todo el mundo se baja. El autobús se queda vacío. No había nada que hacer, así que yo también me bajé. La gente se fue a pie a algún sitio. Los seguí. El autobús pasó y el conductor nos echó una mirada de despedida. Tardamos media hora en llegar al sitio. Por el camino, me armé de valor y pregunté a una de mis compañeras de viaje qué había pasado. La chica respondió: “Dos pasajeros se acercaron al conductor, empezaron a quejarse, por qué, digamos, iba tan lento (y eso que había atascos). El conductor se ofendió y les dijo a todos: “¿No les gusta? Bájense”. Ni que decir tiene que prefiero ir en medio del tráfico que andando, sobre todo si he pagado el billete. © Images of Joy / ADME
  • Un día, en el autobús, un desconocido insistió mucho pidiéndome que me casara con él. Un hombre rechoncho y arrugado de unos 30 años me hablaba en voz alta de sus planes matrimoniales, ignorando la desesperación en la mirada de su anciana madre con un pañuelo en la cabeza gris. Ya no recuerdo todos sus argumentos, pero el más convincente le parecía este: “¡Necesitamos gente así en el pueblo!”. Se refería a gente con una trenza hasta la cintura y modestamente vestida. Cuando le contesté: “No, gracias”, se dio cuenta de que los argumentos no surtían efecto. Su madre, que estaba colgada de su codo entre lágrimas, no pudo detener su presión. Afortunadamente, en el mundo no falta gente buena, y unos hombres lo agarraron por detrás y lo retuvieron mientras yo salía en la primera parada. No me gusta escardar manzanas ni ordeñar gallinas. Qué se le va a hacer, la vida en una granja no tenía ninguna posibilidad de encandilarme. © Taisia K / ADME
  • Una historia de mi infancia. En aquella época me gustaba mucho coser ropa y sábanas para mis muñecas. Oí, en alguna parte que si la almohada estaba hecha con hierbas, dormiría mejor. Así que recogí pelusa de la planta del cardo. Y como nunca he sido minimalista, empaqué una bolsa entera de pelusas. Al subir al autobús, le cuento alegremente a mi madre mi ingenio, y me alegro por mi muñeca, que va a dormir tranquila y dulcemente almohadas de “plumón”. Todo el autobús está escuchando, mi madre por alguna razón no entiende de qué pelusa se trata, así que decido enseñárselo. Abro la bolsa. Hacía calor, las ventanas estaban abiertas. Así que desato la bolsa y, naturalmente, las pelusas vuelan por todo el autobús. Mi madre empieza a regañarme, hay mucha gente descontenta en el autobús, pero un anciano del asiento de al lado me ayudó y dijo: “¡Ciudadanos, bien, ahora todos dormiremos dulcemente!”. Por supuesto, fue vergonzoso de todos modos. © Tri-Niti / ADME

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