15 Personas viajaron al extranjero y, en lugar de souvenirs, trajeron una historia épica

Historias
hace 2 meses

Irse de vacaciones, sobre todo al extranjero, es un sueño que muchos alimentamos durante meses, incluso años. Cuando por fin llega ese tan anhelado momento, lo único que queremos es disfrutar cada instante y relajarnos por completo. Sin embargo, a veces no basta con descansar en la playa, porque la vida siempre se las ingenia para sorprendernos.

  • Mi esposo y yo estábamos de vacaciones en Egipto. Para asegurar un lugar en las hamacas de la playa, íbamos temprano por la mañana, dejábamos la toalla y luego nos íbamos a desayunar. Al quinto día, alguien nos robó la toalla y el encargado del hotel nos exigió que compráramos una nueva. Me enfadé tanto que decidí encontrar al ladrón por mi cuenta. Esa noche, me escondí en la playa y vi cómo un hombre pasaba por las hamacas del hotel y recogía varias toallas. Lo confronté casi de inmediato, y resultó ser el mismo encargado. Al final, confesó que había ideado esta “estrategia” para ganar algo de dinero extra. Nos devolvió el dinero y prometió no volver a hacerlo. El resto de las vacaciones transcurrió sin más incidentes.
  • Hace un mes tuve unas vacaciones que podría describir tanto como las mejores como las peores al mismo tiempo. Me fui a descansar a Tailandia. La primera semana fue maravillosa, disfruté de las excursiones y del buffet libre. Sin embargo, decidí que la segunda semana la pasaría explorando la ciudad por mi cuenta. Me llevé mi cámara profesional favorita y me dirigí al mar. Mientras tomaba fotos del agua, no me di cuenta de una ola que se acercaba. La ola no solo arrastró y desapareció mi cámara, sino que también me derribó. Más tarde me di cuenta de que mi teléfono también se había perdido en el mar. De alguna manera logré volver al hotel, y pasé toda la tarde luchando por no llorar. Sin embargo, el resto del tiempo sin gadgets fue increíble. Empecé a disfrutar más del entorno natural con mis propios ojos, en lugar de hacerlo a través de la lente de la cámara. Mi consejo: olvídense del teléfono en vacaciones. Les aseguro que el descanso se disfruta el doble.
  • Tengo 21 años. Por primera vez, me pagué unas vacaciones por mi cuenta. Me fui por 10 días, contenta y feliz. Decidí ir al parque acuático. Llego emocionada, pago la entrada, y entonces me llevé una sorpresa desagradable: algunas de las atracciones a las que quería subirme eran solo para dos personas. Todos a mi alrededor se reían, iban en pareja, y yo estaba sola, llorando. ¿De qué sirven estos viajes y vacaciones si no tienes con quién compartirlos? Fue realmente frustrante.
  • Llegué al hotel durante mis vacaciones pensando que, por fin, iba a descansar bien y dormir como se debe. Pero no fue así. En la habitación de al lado se alojaba una familia con una niña de unos seis años, caprichosa y gritona. Pero yo no me dejo vencer fácilmente. Aproveché un momento en que la niña estaba sola e hice como si hablara por teléfono: “No, no, sí, soy una bruja, y preparo pociones solo con niños desobedientes y malcriados. Justo encontré a una por aquí. Esta noche la voy a secuestrar”. La niña no volvió a gritar hasta el día en que se marcharon. Y así, por fin, pude justificar lo que algunos hombres me han dicho al llamarme bruja.
  • Un buen amigo y yo hicimos una apuesta: me retó a lanzar un dardo a un mapa del mundo y viajar al lugar donde cayera. Ahorré un poco de dinero, lancé el dardo y ¡me tocó ir a Guatemala! Con mucho entusiasmo me fui a ese país, decidido a demostrarle a mi amigo que podía vacacionar en otro lugar que no fuera la playa más cercana. En los primeros tres días logré resfriarme bajo una tormenta, intoxicarme con la comida local y sufrir una picadura de algún bicho que me dejó la pierna completamente hinchada. Aunque gané la apuesta, decidí no volver a jugar a esto. Prefiero ir a alguna playa cercana; sí, es lo típico, pero al menos me siento más tranquilo.
  • Nos íbamos de vacaciones al extranjero toda la familia, y en el aeropuerto tuvimos que pasar el control de pasaportes. El estricto funcionario le dijo primero a mi marido que se quitara la cubierta del pasaporte, y al cabo de un par de minutos me pidió que hiciera lo mismo. Luego le tocó el turno a nuestra hija de 4 años, que llevaba una funda casera. La hizo de cartón grueso, la coloreó ella misma y la pegó. El funcionario giró el pasaporte entre sus manos y se dio cuenta de que si intentaba quitarle la funda, se rompería. Así que lo revisó sin quitarla. Parecía poca cosa, pero era agradable que incluso en su difícil trabajo siguiera siendo un ser humano.
  • Nos fuimos a Turquía con un amigo, y el primer día le robaron el teléfono. No teníamos presupuesto para comprar uno nuevo allí mismo. El internet no era una opción, ya que mi teléfono tampoco es de última generación, y no sentimos la necesidad de adquirir algo más moderno. Fue divertido ver cómo mi amigo se adaptaba a la vida sin móvil. Al principio, estaba ansioso por no poder acceder a sus redes sociales y espiaba de reojo a otros turistas para ver qué estaba pasando en sus timelines. Luego, se pasó media hora simplemente mirando la pared. No fue hasta el tercer día que su ansiedad y comportamiento extraño desaparecieron, y finalmente comenzó a disfrutar de las vacaciones. Ahora que hemos vuelto a casa, se compró otro teléfono, pero dice que aprendió a ver el mundo de una forma distinta. Lo importante ahora, según él, es no volver a perderse en ese torbellino digital.
  • Mi esposo y yo llegamos al extranjero y nos aventuramos a probar la comida local más exótica que encontramos. Nos dimos un festín, pero por la tarde la fiebre me subió a casi 40 grados. Fuimos al hospital local, pero había una fila larguísima. Esperamos una hora, y yo ya estaba verde del malestar. Finalmente, entramos a ver al médico, y lo único que me dijo en un inglés muy básico fue que debía beber mucha agua. ¡Y eso fue todo! Por suerte, mi esposo encontró unas cuantas pastillas al fondo de la maleta. Las dividimos en cuatro partes para bajar la fiebre, pero fue un auténtico infierno.
  • Terminé la escuela de música y suelo tocar en casa; a mi esposa le encanta. Estando de vacaciones en Turquía, vi un hermoso piano en el hotel y no pude resistirme a sentarme a tocar. Al levantar la vista, me encontré rodeado de personas. Todos me miraban, y algunos incluso comenzaron a echar dólares en mi bolsa de playa. Así fue como gané 197 dólares por primera vez tocando. Volví a tocar otro día, no por el dinero, sino por el placer de hacerlo, y nuevamente se formó una multitud, esta vez gané 208 dólares en una hora. Un día antes de irnos, me llamaron de la recepción y me pidieron que tocara en el restaurante. Me pagaron 500 dólares por dos horas. Ahora mi esposa bromea, diciendo que de ahora en adelante busquemos hoteles con piano en cada viaje. Mientras todos gastan dinero, nosotros lo ganamos.

  • Viajando por Perú, no quise ver Machu Picchu como todo el mundo, así que fui a las ruinas de la fortaleza de Cuélap. Cuando subí a la montaña, empezó a llover y oscureció rápidamente. De repente, una mujer apareció en el sendero entre los árboles. Llevaba un pequeño caballo. La desconocida me invitó a pasar la noche hasta que dejara de llover. Vivía en una vieja casa de piedra con sus cuatro hijos. Ni siquiera tenían electricidad. Su padre los había abandonado, el niño de 12 años tuvo que hacerse cargo. Esta pequeña familia me dio comida y cobijo. Una amabilidad que nunca olvidaré.. © Morten Noerregaard / Quora
  • En Turquía fuimos a un espectáculo increíble, un musical sobre Troya. Mucha gente. El guía dijo: “Reúnanse después del final en la estatua de Artemisa. Es grande, no se perderán”. Mi amiga y yo fuimos a la estatua después del espectáculo y no había nadie. Esperamos 5 minutos, 10. Y ya estaba oscuro. Estábamos solas en medio de un camino desierto. Y entonces me di cuenta de que debíamos buscar nuestro autobús. No podíamos encontrarlo. No podíamos recordar dónde estaba el aparcamiento. Resultó que todos se habían reunido antes que nosotros y se habían ido. Casi se fueron en bus sin nosotros.
  • Era antes de la era de los teléfonos móviles. Viajé a Gales y fui a ver el castillo de Kidwelly. Faltaban unos 15 minutos para la hora de cierre. Fui a la portería, pero no había nadie y las puertas estaban cerradas. Di una vuelta por el castillo y volví a la puerta. Se acercó un grupo de turistas alemanes. Casi no hablaban inglés y me confundieron con el vigilante, que se negó a dejarles entrar. Con cierta dificultad nos explicamos. Llamaron a un lugareño que les dijo que la portera se había ido en autobús a casa de su hermana, que vivía en otra ciudad, y se había llevado las llaves. Pensé que iba a tener que escalar la valla, pero resultó que había llaves de repuesto. ¡Me dejaron salir! © Ernest W. Adams / Quora
  • Mi esposo y yo estábamos de vacaciones en Lisboa, Portugal, cuando él contrajo una infección respiratoria. Llamamos a nuestra aseguradora, que nos dio la dirección de un hospital local con servicio de urgencias. Llegamos allí, y mi esposo, sentado en la sala de espera, estaba nervioso, pensando cómo iba a explicarle al médico en inglés que tenía fiebre de casi 39 grados. ¡Qué alivio cuando entró al consultorio y el médico lo saludó con un “Hola, adelante, siéntese”! Resulta que el médico era originario de nuestro país y se había mudado hace 6 años.
  • Me fui de vacaciones al extranjero con una amiga. Paseábamos tranquilamente cuando de repente se nos acercó un hombre y nos regaló una rosa a cada una. O al menos eso pensaba, hasta que empezó a pedirnos dinero. Intentamos devolverle las rosas, pero se negó a aceptarlas y empezó a exigirnos que pagáramos. Justo cuando estaba sacando dinero, mi amiga me susurró: “Prepárate”, y tiró la rosa al suelo antes de salir corriendo. Yo reaccioné rápidamente y corrí tras ella. El hombre nos persiguió unos metros, pero luego se detuvo. Nos reímos mucho y aprendimos la lección: nada de aceptar “regalos” en la calle.
  • El último día de mis vacaciones, sufrí una mala caída en el hotel y me rompí una pierna. Mi vuelo salía en seis horas. Decidí rechazar el yeso y viajar con un vendaje ajustado. Aunque me costaba imaginarme cómo iba a soportar un vuelo de 13 horas, no había muchas opciones. Esta experiencia me hizo ver lo empática que puede ser la gente. La azafata me cedió su asiento, porque allí estaría más cómoda y podría estirar la pierna. Un hombre de casi dos metros me ayudó con las maletas y luego, mientras recorría la cabina, me gritó que si necesitaba algo, solo tenía que llamarlo diciendo: “¡A-a-a-lex!”. Durante la escala, me llevaron en silla de ruedas hasta la sala de espera. En el siguiente vuelo, todos cambiaron de asiento para que estuviera más cómoda. No esperaba tanta amabilidad y comprensión; fue una experiencia realmente reconfortante.

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