A veces me dan ganas de envidiar a quienes no suelen usar transporte público. Pero luego pienso: "Bueno, al menos no tienen historias de conductores, checadores o pasajeros que contar durante el almuerzo con los colegas".
- Llegaba tarde al aeropuerto, era mi primer viaje para visitar a mi futuro esposo. Era tarde, iba sola con las maletas y tenía poco dinero. Mientras buscaba la parada del último autobús frente a una estación vacía del metro, este se fue. La parada estaba desierta, pero a lo lejos vi una furgoneta. Resultó que no iba al aeropuerto. El conductor me miró y preguntó: “¿Viste hacia dónde giró el autobús?”. Respondí que creía recordarlo. “Súbete”, dijo. Alcanzamos el autobús y llegué a tiempo. Ahora estoy casada.
- Un día volvía a casa en una furgoneta colectiva, intentando acomodarme las gafas en la nariz. Pero no estaban. Entré en pánico y empecé a buscar por los asientos, mientras pensaba que tendría que usar el dinero de la pizza de la noche para unas gafas nuevas, porque no puedo estar sin ellas. Entonces recordé que justo el día anterior había comprado lentes de contacto. Me pregunto qué me pasará en la vejez.
- Iba en un autobús articulado con mi hijo de 4 años. Estábamos solos en el vehículo. En una parada subió una mujer, se sentó frente a nosotros y de inmediato abrió de par en par la ventana. Le pregunté a mi hijo si le daba frío, y la mujer empezó a quejarse en voz alta, diciendo que estábamos locos, que hacía mucho calor y que a nosotros nos daba frío. Para aclarar, no hacía calor, estábamos a unos 20 grados con una brisa fresca. Pero no era el clima lo que importaba: ¿por qué, en un autobús vacío, eligió ese asiento? ¿Y por qué tenía que pelearse si nadie le reclamó nada?
- En mi ciudad instalaron validadores en el transporte público hace poco. Aún quedan algunos cobradores en ciertos vagones, como respaldo, supongo. Estaba en un tranvía semivacío, mirando por la ventana. Ya había pagado mi pasaje con tarjeta. De repente, el cobrador se acerca y me susurra: “¿Tienes tarjeta bancaria?”. Sin entender, asentí. Entonces empezó a gritar: “¡Señor, venga aquí! Esta chica pagará por usted y luego le transfiere el dinero por teléfono”. Resultó que la tarjeta de otro pasajero no funcionaba, y el cobrador decidió que yo debía ayudar. Me negué y dije que no pensaba pagar por un desconocido ni darle mi número. El cobrador, sin inmutarse, respondió: “¡Uy, no te pongas nerviosa! Solo era una idea”.
- Este año me mudé a Japón. Iba en el metro cuando entró una mujer con un cochecito de bebé. Las puertas se cerraron, escuché un graznido y miré hacia el cochecito: ¡había un pato vivo dentro! Los demás pasajeros no le prestaron atención, pero me miraron con desaprobación cuando no pude contener la risa. Bajamos en la misma estación, y el pato seguía graznando a todo pulmón. © Chris Schwab / Quora
- Iba en el metro hacia mi oficina desde la última estación. En una parada subió una mujer exhausta, con un abrigo y una enorme bolsa. Se sentó y sacó un set completo de maquillaje. Después de unos 30 minutos, no pude resistir y le tomé una foto mientras se transformaba. Para ese momento, ya había terminado su rutina facial y se había puesto rulos en el cabello. Más tarde, se peinó y aplicó laca sin preocuparse por los demás pasajeros. Cuando llegamos a su parada, lucía prácticamente impecable. © Jim Grupé / Quora
- Viajaba en un tranvía viejo, con escalones incómodos. Un grupo de niños, de entre 10 y 12 años, intentaba subir. Una de las niñas no se quitó los patines y tuvieron que cargarla al vagón. Entonces, los niños notaron que había inspectores en el tranvía. Al parecer, no tenían intención de pagar y esperaban encontrar únicamente terminales automáticas para el pasaje. Sin pensarlo, salieron corriendo justo antes de que las puertas se cerraran, pero olvidaron a la niña de los patines dentro. Ella se quedó llorando, aterrorizada. Afortunadamente, un hombre pagó su pasaje, mientras los inspectores suspiraban aliviados, probablemente imaginando el desastre si la niña intentaba saltar con los patines puestos.
- Regresaba del trabajo atrapada en el tráfico dentro de un camión colectivo. A mi lado, estaba sentada una mujer que parecía trabajar en una notaría o en un despacho jurídico. Durante más de una hora, estuvo pegada al teléfono: hacía y recibía llamadas, daba instrucciones, regañaba y hablaba en una jerga legal que no entendía. Pensé que perdería la cordura.
- No me gusta sentarme en los autobuses. Casi siempre me siento sofocada, especialmente cuando hay mucha gente. Una vez, un hombre mayor insistió en que me sentara a su lado. Le expliqué que el sol daba de lleno en ese asiento, que me sentía incómoda y prefería dejarlo para alguien que lo necesitara más. Sin embargo, no se dio por vencido y terminó ofendiéndose porque no quise sentarme junto a él.
- He usado transporte público por más de 50 años y creía haberlo visto todo. Sin embargo, un pasajero logró sorprenderme. Estaba almorzando en el autobús: comía papas, galletas, ensalada de col y pollo. Degustó cada bocado de una pierna grasosa. De repente, el conductor frenó bruscamente y el hombre se agarró del pasamanos con la mano llena de grasa. Entiendo que no quería caerse, pero lo peor fue que no limpió el pasamanos con la servilleta que seguramente venía con su comida. Me pregunto cuántos pasajeros después tocaron ese pasamanos sin imaginarse en qué se estaban metiendo. © Kathleen Alexandrakis / Quora
- Tenía una amiga embarazada que subía en la parada siguiente, y siempre le reservaba un asiento. Un día, al subir ella, también subió otra mujer embarazada. Le di mi lugar a esta última, ya que el resto de los pasajeros (en su mayoría hombres) bajaron inmediatamente la mirada al suelo para evitar ceder su asiento.
- En verano suelen reparar las carreteras, y eso hace que el transporte público cambie de ruta con frecuencia. A veces ni siquiera llega a la última parada. El conductor intenta ayudar anunciando a dónde irá el trolebús y a dónde no, pero la gente muchas veces sube corriendo y escucha el aviso solo cuando las puertas ya están cerradas. Ayer, mientras iba al trabajo, escuché de todo: el cobrador regañaba a los pasajeros que no querían pagar, y quienes se habían subido por error gritaban que no gastarían dinero en un recorrido equivocado. ¿Quién tiene la razón?
- En invierno, mi esposo solía llevarme en coche hasta la carretera donde pasaba la furgoneta que me llevaba al trabajo. Yo llevaba un llamativo abrigo de leopardo. Si la furgoneta estaba llena y no se detenía, volvía al coche, adelantábamos el vehículo y me bajaba en la siguiente parada para intentarlo de nuevo. Los conductores probablemente pensaban que estaban perdiendo la cabeza, viendo a la misma chica con abrigo de leopardo en varias paradas seguidas.
- Una vez vi en el metro a cuatro chicos que estaban sentados, charlando tranquilamente. Cuando el tren se detuvo, se inclinaron al mismo tiempo, levantaron a un quinto chico que había estado durmiendo en el suelo y se lo llevaron como si no fuera nada extraordinario. Actuaron como si fuera lo más normal del mundo. © Bo Miller / Quora
- Una furgoneta colectiva iba repleta de pasajeros. No tenía cambio, así que pagué con un billete grande. Al esperar el cambio, no llegaba. Le pedí al conductor, y él respondió: "Ya lo di, no necesito lo ajeno". Discutimos durante todo el trayecto, hasta que escuché risitas de una pareja que estaba sentada adelante. Se suponía que ellos debían pasarme el cambio, pero al bajarse dejaron el dinero en el suelo y salieron corriendo. Todos en la furgoneta les gritamos mientras se iban. Me disculpé con el conductor por haberlo culpado.
Bono: cómo un viaje en furgoneta terminó en una cita
- El camión frenó bruscamente, y un hombre que estaba de pie cayó sobre mis piernas, disculpándose sin parar. Bajamos en la misma parada, y me invitó a almorzar. Pensé: ¿por qué no? Parecía una persona simpática y con buen sentido del humor. Fuimos a un café, pero de repente su expresión cambió por completo. Todo comenzó con esta conversación:
— ¿Nos vemos también esta noche después del trabajo?
— Claro, pero no muy tarde. Mañana tengo que usar mi coche y no quiero manejar con sueño.
— ¿Tienes coche?
— Sí.
— ¿Y con quién vives? ¿Con tus padres o alquilas?
— No, tengo mi propio departamento.
— ¿Entonces estás pagando hipoteca?
Su entusiasmo fue tal que me desconcertó. Respondí que ya había terminado de pagar la hipoteca. Él pensó un momento y me dijo que no tenía sentido seguir conociéndonos, que no debería hacerme ilusiones. Pagó la cuenta y se fue. Me quedé terminando mi comida, reflexionando sobre lo extraño y rápido que fue todo.
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