Me reí mucho con la historia de la mujer a la que le encantaba oler el diesel y el jabón XD
16 Historias de embarazo que las mujeres no solo contarán a sus hijos, sino también a sus nietos
El embarazo es diferente para todas las mujeres. Algunas viven la misma vida que antes, mientas que otras experimentan todas las “maravillas” asociadas a la reestructuración de los niveles hormonales. A unas les afecta a nivel de emociones tormentosas, mientras que otras comienzan a tener hábitos alimenticios extraños.
Genial.guru leyó historias sobre los embarazos de sus lectoras y no pudo evitar sonreír.
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Estaba en el hospital (me había internado con un par de días de anticipación), y mis tíos fueron a visitarme. Bueno, salí, me subí a su auto, me puse a hablar y de repente sentí que el asiento estaba mojado. Me puse histérica, grité: “¡Se me rompió la fuente!”. Comenzó un alboroto, el médico me examinó: no pasaba nada. Resultó que mi tío había lavado el auto y había salpicado los asientos, así que me senté en uno mojado. Todavía me da vergüenza cada vez que lo recuerdo. © Jamilya Shirvanova / Facebook
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Durante mi primer embarazo, volaba como una mariposa, pero me daban náuseas las cosas más inesperadas. Por ejemplo, los restos de piel de tomate que me encontraba mientras comía pizza. Ni hablar de las cebollas crudas: mi madre las freía en su casa y me las traía para que pudiera cocinar la cena. Y mi manjar favorito eran los ravioles caseros que hacía mi suegra. Me preparaba raciones enormes, me comía todo y pedía más. Y también quería cerezas todo el tiempo. © Julia Markman / Facebook
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En el octavo mes, estaba yendo a trabajar (en el país donde di a luz, el decreto es 3 semanas antes del nacimiento). Era febrero, el día era gris y húmedo, los árboles estaban sin follaje. Y luego vi en un árbol una hoja marrón que se balanceaba solitariamente con el viento. Sentí tanta pena por ella, ¡hasta las lágrimas! Pobre hojita, sola e infeliz. Bueno, siguió un cuadro al óleo: una señora muy embarazada saltando debajo de un árbol, tratando de arrancar esa hoja. Unos chicos locales que estaban cerca se dieron cuenta de lo que pasaba y me ayudaron a alcanzarla. Todavía la conservo. © Olia Ba / Facebook
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Durante mi segundo embarazo, fuimos a visitar a unos familiares. Tenían muchos lagos pequeños cerca, en cuyas orillas asamos carne, y los hombres pescaron con redes. Y de repente vi que entre los peces de las redes se habían enredado varios cangrejos de río. ¡Cangrejos de río! Llevé a mi marido al agua hasta las orejas, yo misma me puse en el otro lado. Con el riesgo de cortarnos los pies con los juncos, rastrillamos ese lago con la red de arriba abajo durante 2 horas. Pescamos un balde entero de cangrejos de río, y yo sola me comí probablemente 2/3 de la pesca. ¡Nadie se atrevió a interponerse entre mi persona y los cangrejos de río hervidos! © Gabriela Rybchenko / Facebook
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Me internaron en prenatal durante una semana para esperar una cesárea planificada. Era el 3 de enero, después de las fiestas. Vi un programa de televisión hasta las 3 de la mañana, me comí una bolsa entera de mandarinas y una caja enorme de Ferrero Rocher. A las 5:45 de la mañana, rompí fuente y comenzaron las contracciones. Comencé a gritar desde la habitación a la enfermera: “¡Corre, llama a mi médica, se irá a casa a las 7 a. m. porque su turno va a terminar!”. Luego me puse triste, casi lloré y les dije a todos que no podía dar a luz ese día porque no había dormido lo suficiente y ahora no dormiría por mucho tiempo.
Y una cosa más: ya me estaban llevando al quirófano, pero yo decía que no iría hasta que mi esposo no trajera sus hilos para suturas quirúrgicas (es médico). Y el sinvergüenza no venía y no venía. ¿Por qué? ¡Se estaba afeitando! “¡Bueno, no podía conocer a mi hija con la cara sin afeitar!”. © Anna Smirnova / Facebook
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Cuando mi esposa estaba embarazada, quería comida de la cantina antigua. Y que los olores a su alrededor fueran los correspondientes. Recorrimos toda la ciudad; no existían más tales cantinas. Al final, encontramos un restaurante de mala muerte que se parecía un poco. En resumen, ahora a nuestra hija le encantan las salchichas más baratas. Las que son muy, muy baratas. Realmente le gustan. © Sergio Vladimirovich / Facebook
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Yo olí jabón durante todo el embarazo. Me despertaba a las 3 de la mañana, sacaba 3 barras de la mesita de noche, elegía una y me dormía con ella en la mano, junto a la nariz. Y el esposo de mi amiga era camionero, volvía de un viaje de 2 semanas, maloliente, cubierto de combustible diésel, y ella lloraba: “Cariño, no te bañes, vete a la cama así, ¡quiero olerte!”. Y también lloraba porque su marido no le permitía untar diésel en un pan y comérselo. Sollozaba hasta la histeria. © Helen La / Facebook
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Mi primer embarazo transcurrió sin incidentes. No sabía qué eran las náuseas y los caprichos de las mujeres embarazadas. El segundo embarazo fue con náuseas, y me gustaba mucho tenerlas: cuando sientes náuseas y entiendes exactamente por qué. Hubo muchos incidentes, pero recuerdo especialmente cómo en el tercer trimestre le grité al repartidor que trajo una pizza. Tocó el timbre y yo pensé que era mi marido. Abrí y le grité que tenía llaves, ¿por qué llamaba a la puerta? Aunque ya me había dado cuenta de que no era mi esposo, seguí gritando. El hombre se limitó a sonreír. Menos mal que no llegó a ofenderse. © Natalia Rusetskaya / Facebook
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Una vez sentí la necesidad de comer zanahorias picantes. Mi esposo y yo fuimos a un supermercado, compramos un paquete de la preciada ensalada de zanahorias con ajo, pero olvidamos llevar un tenedor. Entonces, en la caja, estaban pasando nuestras compras, mi esposo todavía estaba pagando, y yo ya había abierto el paquete y comenzado a comer rápidamente con las manos. Luego me di cuenta de cómo se veía aquello desde afuera, porque mi barriga aún no se notaba. Levanté la mirada hacia mi esposo y le pregunté: “Me veo como una tonta, ¿no?”. Y él: “Bueno, yo sé cuál es el problema, entiendo todo, pero en general, sí, es todo un espectáculo”. © Lilia Kondratyuk / Facebook
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Durante mi primer embarazo tuve unas terribles náuseas por todo casi hasta la mitad del quinto mes, y mi barriga ya estaba muy prominente. Luego, de forma inesperada, a las 5 a. m. de un domingo, las náuseas pararon y me dieron ganas locas de comer un budín de chocolate. Pero uno comprado y de un supermercado específico. Aguanté estoicamente hasta las 7 de la mañana y, con lágrimas en los ojos, fui a la tienda (me daba lástima despertar a mi marido, trabajaba hasta tarde).
Las tiendas recién abrían a las 8, pero el personal llegaba entre 15 y 20 minutos antes. Al verme con la barriga y las lágrimas, una empleada se compadeció y me dejó entrar junto con el resto del personal. En pocas palabras: a las 8 de la mañana, yo, siendo la única clienta en la tienda, estaba en la caja, sosteniendo un envoltorio vacío de un budín de 500 gramos, y junto con la cajera tratábamos de por tercera vez marcarlo porque, al comérmelo directamente en la tienda antes de que se abrieran las cajas, había arrugado bastante el código de barras. © Elena Sle / Facebook
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Di a luz a mi hija en 1999. Era mi tercer parto, y soy pequeña, parezco tener 14 años, por lo que todo el hospital estaba alborotado. Les decía: “Este es mi tercer parto, tengo 23 años”. Bueno, ya estaba en la sala, esperando. Entró el doctor... y era un hombre. Eso sí era nuevo para mí, ya que las anteriores obstetras fueron mujeres. Quité bruscamente las piernas de la silla y el médico dijo: “Señora, no soy un hombre, soy un doctor”. © Arzu Tabaza / Facebook
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Una amiga me contó que le encantaba el hielo. Y no el que habitualmente se congela en moldes, sino el que aparece en las paredes del congelador. Se volvía loca por comerlo. Ella y su esposo tenían un refrigerador nuevo, por lo que no había hielo allí. Entonces ella iba a la casa de sus padres, quienes tenían uno viejo, con mucho hielo. © Oksana Sedanova / Facebook
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El 31 de diciembre de 2007 me di cuenta de que hasta entonces había sido una persona muy insensible y cruel, y todos los que me rodeaban eran iguales. De lo contrario, todos nos hubiéramos dado cuenta mucho tiempo antes de lo triste y trágica que era una canción infantil. Derramaba lágrimas y mocos, aullaba y le explicaba a mi esposo el profundo significado de esa canción. Él trataba de no reír. Desde entonces, todos los años, el 31 de diciembre, toda nuestra familia recuerda esta historia, pone la canción y me dice, vamos, no seamos insensibles, es hora de llorar. © Anastasia Kulikova / Facebook
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En 1995 estaba embarazada de mi hijo. Me dieron muchas ganas de comer leche condensada, pero no había en ninguna tienda. Parecía imposible de conseguir. Mi mamá fue a otra ciudad, compró allí 2 unidades y me las trajo. Recuerdo cómo bailé y salté mientras me la abrían. La agarré y corrí a la habitación más alejada, me escondí, me la comí directamente de la lata y lloré salvajemente, temiendo que me la quitaran. Me comí media lata, y eso fue todo, se me fueron las ganas por completo. Durante mucho tiempo no pude ni siquiera mirar la leche condensada. © Arzu Tabaza / Facebook
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Fue hace varios años. Di a luz. El médico me dijo que dictara el número de uno de mis familiares, que lo llamaría y felicitaría. Me vino a la mente el número de mi mamá. Un hombre desconocido descolgó el auricular. El médico le dijo: “Felicidades, nació un varón”. Luego se armó una verdadera película. Nos reímos durante mucho tiempo. Y solo había dicho mal el último número. © Lusine Shirinyan / Facebook
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En el 7.º mes de embarazo me internaron en una habitación de dos camas. Luego ingresaron a una chica con un tiempo de gestación similar, que se cepillaba los dientes cada media hora. Pronto nos conocimos mejor y resultó que era porque ella realmente quería algo con menta. Llegué a casa y de repente me sucedió lo mismo: ponía la pasta en un cepillo, me lo metía en la boca y, en vez de cepillarme los dientes, lo chupaba y lo mordía. ¡Era tan delicioso! Luego resultó que el mismo sabor estaba en unos dulces y en ciertas variedades de Tic Tac. Mientras mi esposo estaba en el trabajo, yo corría a comprar la mitad de la tienda y escondía todo en los bolsillos de la ropa de invierno. © Natalia Petrushina / Facebook
¿Tienes alguna historia divertida sobre el embarazo?
Comentarios
Los antojos de las embarazadas son de lo más extraño
Que extraña es la historia del diesel en el pan jajajaja