18 Comensales que descubrieron que sus platillos incluían un “ingrediente especial” y salieron corriendo

Historias
hace 1 año

Cuando vamos a comer a un restaurante, es común que nos preparemos para la ocasión. Y mucho más si se trata de un lugar sofisticado. Nos vestimos con prendas adecuadas, nos perfumamos y nos disponemos a pasar una linda velada. Sin embargo, puede ocurrir que en un abrir y cerrar de ojos, ese momento hermoso se transforme en un completo espanto. Aquí recopilamos algunas situaciones incómodas y algo asquerosas que vivieron nuestros lectores en sus salidas a comer.

  • Fui a un restaurante, empecé a comer muy a gusto mi ensalada de lechuga y ¡oh, sorpresa! En una hoja había un gusanito que movía sus antenitas. Era un caracol sin caparazón, casi me desmayo. Me asustan mucho todos los gusanos. Conclusión: supongo que no la desinfectaron. © Minerva Cruz Rosas / Facebook
  • Yo trabajaba en un hotel y algunas veces me tocaba ser el gerente de turno (cuando todos los gerentes de sector se retiraban a sus casas). Entre mis funciones estaba controlar que en el comedor del hotel estuviera todo en orden. Una noche un par de comensales se quejaron de que habían encontrado restos de vidrio en una porción de duraznos en almíbar, me pareció algo raro y grave. Me serví un poco y también hallé restos de vidrio. Ordené que retiraran todo el durazno y fui a la cocina para tratar de descubrir qué había pasado. Pronto me di cuenta de dónde estaba el problema: la persona que estaba a cargo de reponer los duraznos quería hacerlo lo más rápido posible, entonces abría las latas de duraznos y, sin ningún cuidado, los tiraba dentro del recipiente para servir. Pero lo hacía tan violentamente que golpeaba el borde del recipiente, que era de vidrio, entonces este se astillaba y las astillas de vidrio caían junto con los duraznos. Obviamente, cambié de empleado y, para mayor seguridad, reemplacé los recipientes de vidrio por unos de aluminio© Pedro Kofmansky / Facebook
  • Fui a comer a un restaurante y pedí ravioles. Cuando pinché uno, estaba duro. Lo abrí al medio y había una cucaracha. © Rodolfo Melgarejo / Facebook
  • Una vez fui a desayunar a un restaurante y el vaso de jugo traía huellas de dedos sucios. Le avisé a la mesera y me dijo “ahorita se lo cambio”. Trajo el mismo vaso, porque se notaba que había tratado de limpiarlo. Además, a mi esposo le dieron un cuchillo oxidado, le dijo a la mesera y ella contestó: “Es que así están todos”. Por supuesto, nos levantamos, no pagamos nada y no volvimos a ir a esa cadena de restaurantes. © Sandra Franco / Facebook
  • Pedí una ensalada y tenía un chicle masticado. Discretamente, le dije al mesero lo que había encontrado, para que no oyeran mi esposo y mi hijo, y el mesero riéndose me dijo: “Al menos ya le ayudaron a masticarlo”. Mi esposo y mi hijo se dieron cuenta y tuve que intervenir para que no le dieran su merecido. © Myriam Bargeles / Facebook
  • Una vez regresé la hamburguesa porque no estaba del todo cocida y les había pedido que estuviera bien cocida. Cuando la volvieron a servir, estaba igual y más fría, porque no le hicieron nada. No regresamos a ese lugar. © Sandya Macias / Facebook
  • Mi hermana es alérgica a la cebolla. En una ocasión ordenó que no le pusieran cebolla, pero cuando trajeron la orden, tenía. Regresó el plato para que se lo cambiaran y le trajeron el mismo plato sin la cebolla. © David Salinas / Facebook
  • Una vez, mi cuñada y yo nos fuimos almorzar a un restaurante de la India. Yo encontré un pelo en la sopa, así que lo saqué de mi plato y llamé al mesero para mostrárselo y quejarme. El muy atrevido tomó el pelo y lo dejó caer al piso. Luego nos dijo que él no veía nada. Yo me quedé asombrada al ver su descaro y cómo negó todo frente a mí. © Yohanna Claros / Facebook
  • En México, hay puestos de comida afuera de los hospitales, en la calle. Vi un puesto en el que estaba un señor preparando agua de sabor. Le colocó azúcar y, como la cuchara no alcanzaba a llegar al fondo del recipiente para disolverla, le metió el brazo y comenzó a mover el agua. Sí, el brazo lleno de vellos. Luego lo sacó pegajoso, se limpió y empezó a servir los vasos. Nunca en la vida compraré agua en la calle. © Karla Silva / Facebook
  • Un día fui a comer a un restaurante italiano y pedí salmón a la parrilla. Cuando llegó mi plato, me comí primero los acompañamientos y al final el salmón. En el segundo mordisco sentí algo duro. Encontré esos pelos metálicos que están en los cepillos con los que se limpia la parrilla. Eran enormes, como de 3 cm. Si hubiese mordido con ganas, se me habrían quedado incrustados en la boca y habría terminado en el hospital. © Moni Williamson / Facebook
  • Un día mi vecina y yo fuimos a comprar paletas de helado. De regreso veníamos platicando y comiendo nuestras paletas, cuando de repente mi vecina me dijo: “¿Mi paleta de fresa trae una pasa incrustada?”. Y yo solté la risa al ver que la pasa tenía patas. Era una mosca y ella la venía lamiendo. Jamás regresamos a esa paletería. © De La Peña Maricela / Facebook
  • Cuando comí en la terminal de Bogotá, vi que al mesero se le cayó el pan al piso. El muy discreto lo recogió, simuló tirarlo a la basura y lo sirvió como si nada. Fui, revisé la cesta donde supuestamente había arrojado el pan y no había tirado ningún pan. © Sandra RG / Facebook
  • Un día fui a comer unos taquitos y a mí me gusta revisar qué le ponen y que no tengan algún bicho. Y ¡zas!, dos gusanos blancos caminando. Hoy me da asco comer en la calle, jamás olvidaré ese día. © Nicol Arcos / Facebook
  • Mi esposo y yo fuimos a comer a un restaurante. Pedí un caldo de res y en el plato había pedazos de pollo. Llamé al mesero, se lo enseñé y dijo: “Démelo, ahorita se lo cambio”. Le respondí: “Primero tráeme el otro platillo y luego te llevas este”, pues son capaces de solo sacarle el pedazo de pollo. © Enriqueta Moreno / Facebook
Ten en cuenta: este artículo se actualizó en febrero de 2023 para corregir el material de respaldo y las inexactitudes fácticas.
Imagen de portada Myriam Bargeles / Facebook

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