23 Personas que comieron en un restaurante y salieron pensando “¿Por qué no fui a los taquitos de la esquina?”

Historias
hace 1 año

La comida es uno de los más grandes placeres de la vida, y quien se atreva a arruinarla se merece sufrir las siete plagas de Egipto. Bueno... Tal vez no. Pero nuestros platillos favoritos sí son sagrados. Sin embargo, algunos restaurantes no saben respetar a la comida como se merece. Aquí te mostramos algunas historias de “horror” en las que los comensales salieron corriendo y juraron no volver en su vida.

¿Cuál ha sido tu experiencia más desastrosa en un restaurante?

  • Una vez, fuimos a desayunar y mi ex pidió molletes con tocino. En el lugar solo tenían paquetes surtidos en el menú (uno de tocino, uno de jamón, uno de chorizo y otro de chile poblano) y le dijo al mesero “quiero los molletes pero solo de tocino”. Quién sabe qué entendió el mesero o el cocinero, pero le llevaron los panes pelones (sin frijoles ni queso), solo con tocino encima. © Rosaura Vidal Tamayo Ramírez / Facebook
  • Yo siempre tengo muy mala suerte y encuentro cosas raras en la comida. Un día, estaba en un restaurante y había pedido una sopa de pollo. La sopa estaba muy rica, yo comiéndomela feliz, cuando en eso empiezo a masticar algo chicloso, como raro. Cuando miro, oh, sorpresa, una banda/liga elástica perfectamente sazonada.
  • Hace más o menos un mes fui a una panadería. Pedí un pastel hojaldrado de pollo y me senté a comer. El dueño del negocio estaba con el celular en una mano y con la otra se estaba sacando los mocos. Vi que fue hacia donde estaban todos los panes recién horneados y los empezó a manosear, poniéndolos en canastas. Casi me vomito, y lo peor es que casi terminaba de comerme ese pastel. © Idaly Marulanda / Facebook
  • Yo le dije al mesero que mi pasta tenía demasiada pimienta y que así no me la podía comer y me dijo que me la daría para llevar. Visitaba mucho ese lugar y desde ese día no volví. © Maren Barragán Morales / Facebook
  • Una vez, mi hijo le dijo a la mesera que quería los waffles “plain”, y ella se los llevó con mantequilla. Cuando se los regresamos, ella solo se la quitó y los llevó volteados. Él, de inmediato, le dijo que eran los mismos. La muchacha solo agachó la cabeza. © Damaris Aldana / Facebook
  • Una de mis hermanas trabajaba como jefa de cocina en un restaurante bastante popular de la ciudad. Para fin de año, el dueño cerró el lugar para los clientes y organizó un almuerzo con los familiares de sus empleados. Por supuesto, toda mi familia fue, pues, comida gratis. Además de eso, también contrataron a un cantante de covers.
    Estábamos todos disfrutando de la música y la comida, cuando el cantante empezó a tocar una de rock bien potente. El salón no era muy grande, así que las paredes comenzaron a vibrar por el sonido.
    De repente, sentí que algo me caminaba por la pierna. Cuando miro, era una tremenda cucaracha. Pegué un grito que nadie escuchó porque la música era muy alta. Entonces, como movidas por las vibraciones, las cucarachas empezaron a salir de todos lados y se subían a las piernas de los invitados, caminaban por las paredes y las patas de las sillas. En un momento, todos estábamos gritando y saltando para quitarnos los bichos de encima.
    El dueño no sabía cómo explicar el fenómeno y, ni bien termino la canción, uno a uno salimos corriendo de lugar. Por supuesto, el siguiente año no volví a la reunión anual. Y luego, el dueño dejó de organizarla.
  • En una ocasión estaba desayunando en la fiesta del Día del Maestro de mi plantel. Había diversos platillos a escoger, entre ellos chilaquiles. Mis amigas pidieron eso y llegó el mesero a servirles. Cuando se dio la vuelta para regresar a la cocina, se colocó las tenazas para servir por la espalda, en la cintura, dentro de los pantalones. © Ivonne Alejandra Córdoba Chávez / Facebook
  • Recuerdo que me estaba comiendo unos taquitos de canasta. Abrí uno para ponerle salsa, y el chicharrón estaba crudo, con todo y pelos. Hasta la fecha no he vuelto a comer tacos de canasta ni pido nada con chicharrón.
  • Una vez compre unas gringas y esas babosadas estaban quemadísimas en un lado. Cuando fui donde el cocinero, le dije que estaban quemadas. Me dijo que no lo estaban, que solo estaban tostadas. Le dije que por qué no me tostó el otro lado y dijo que quedaban muy crujientes. Le pedí el cambio y me dijo que no. Entonces le dije que se las regalaba. Ya que solo estaban tostadas, que se las comiera frente a mí. Mejor me preparó otras. © Ana Mimi / Facebook
  • Yo fui a un restaurante “boyacense”, a probar una sopa típica, estaba fría y cuando la revolví, descubrí que estaba congelada... A ese restaurante jamás volví. © Alba Rocio Gonzalez / Facebook
  • Mi novio es celíaco, así que comer, sobre todo cuando estamos de viaje, suele ser un problema. Estábamos en Roma, así que por supuesto queríamos comer pastas. Dos mozos nos invitaron a sentarnos asegurándonos que “tutta” la pasta era “senza glutine”. Dudamos pero decidimos creer. Cuando viene un tercer mozo a tomar pedido, nos dice que no había platos sin gluten porque era viernes (día de alta demanda).
    Nos quejamos, fue a consultar a cocina y le dieron el ok, entonces elegimos entre una larga lista de pastas hasta que nos decidimos por compartir dos platos: tagliatelle con salsa y gnocchi a la boloñesa. Un largo rato después nos traen descaradamente dos platos de penne exactamente iguales.
    Le explicamos al mozo que no era lo que pedimos, y ya sin paciencia y efusivo nos contesta: “Pediste pasta sin gluten, aquí tienes”, señalando cada plato, “¡¡¡Tagliatelle senza glutine e gnocchi senza glutine!!!”.
    Nos pusimos a discutir en una mezcla de italiano, español e inglés por habernos mentido y hecho perder tiempo, ya que lo único a elegir eran las distintas salsas, pero la pasta sin gluten era solo una. En medio del intercambio nos cae un balde de agua fría sobre la mesa, de algún vecino de arriba del restaurante. Todo muy de película.
    Nos levantamos y nos fuimos a otro lugar donde sí tenían tagliatelle sin gluten, y nos miraban raro cuando les preguntamos varias veces si los tagliatelle sin gluten eran verdaderamente tagliatelle.
  • Hace años fuimos a un club de playa, y el restaurante era fatal. Tardaban en servir las órdenes y todo era un desastre. Pedí una ensalada al cesar y, horas después, cuando la trajeron, los crotones estaban quemados, negritos, carbonizados. © Aurystela Guevara / Facebook
  • Me acaba de pasar. Fui con mi hija a un centro comercial. Fuimos a la comida china, el platillo que pedí estaba supersalado. Allí lo moví, queriendo rescatar el plato. En vez de reclamar, la chica vino a preguntarme si se me ofrecía algo y, disimulada, miró mi plato. Lo de mi hija estaba muy bien y, aunque fuera la primera vez, no volveré. Hasta afuera me dije: “Canija, sabía que no estaba bien la comida”. Allí dejé mi plato. Creo que debí haberme quejado, pero esto servirá para no volver. © Labru Gutiérrez G / Facebook
  • Mi hermana, mi mamá y yo habíamos salido a comer a una cadena de hamburguesas conocida en mi ciudad. Cuando fuimos a ordenar, el dependiente fue bastante grosero y hasta nos cobró de más (eso no lo supimos hasta que regresamos a casa).
    Estábamos comiendo muy tranquilamente, cada una su hamburguesa y malteada, cuando mi hermana siente que algo se atora en el popote. Era un vidrio. Primero pensamos que era un hielo, pero no sé derritió. Cuando fuimos a reclamar, el dependiente nos dijo que era imposible porque la licuadora era de plástico y no llegamos a nada, solo nos quedó no volver nunca más.
    Extraño comer allí.
  • Me pasó en la Ciudad de México. Decidí ir en modo turista y explorar las calles del Centro Histórico. Como buena provinciana, tuve que meterme a consultar qué taquerías tenían mejores calificaciones.
    Me gustan mucho los tacos de lengua de res y resulta que había una taquería pequeña y que tenía mucha gente. Entonces dije: “Tiene gente, ha de ser muy buena”.
    Hice fila con mi hermano y esperé a que me despacharan mis taquitos. Empecé a comer el primero. Cuando la sensación en la boca no era la correcta, empecé a ver movimiento en el mostrador y fue al instante que retire dé mi boca un pedazo de carne con uña humana.
    Resulta que el taquero se había volado un pedazo de dedo y había caído en mi taquito.
    Fue asqueroso, un accidente, pero me basta para no regresar y ser muy cuidadosa.
  • Mi conocida fue a comer a una cadena de pizzerías muy famosa en Buenos Aires y pidió una pizza individual. Se la trajeron y comenzó a comerla tranquilamente. Cuando iba por la mitad, se da cuenta de que en el centro había una especie de mancha púrpura. En ese momento llama al mozo y le pregunta qué era eso, porque ningún ingrediente de los que tenía su pizza tenía ese color. Nadie sabía qué era y ella se enojó mucho hasta que logró que le confesaran que habían tirado veneno para ratas en la cocina y quizás era eso lo que había en su pizza.
    Ella se desesperó porque tenía miedo de haber comido algo del veneno. Se fue furiosa y asustada a la clínica para que la revisaran, por las dudas. En la clínica la dejaron internada un día porque ese es el protocolo cuando ingieres veneno. Le hicieron todos los exámenes y estaba perfecta. Volvió a su casa y comenzó a tomar medidas con abogados en contra de este lugar.
  • Mi novio y yo estábamos en el mostrador de una heladería ordenando uno sin gluten (él es celíaco). Un mozo se acercó a pedir a la persona que nos estaba armando las tacitas que por favor le cambiara un postre, ya que las clientas lo habían pedido sin gluten y este venía con una galletita de esas de masa de cucurucho clavada en medio de las bolas de helado.
    El dueño se enojó muchísimo y empezó a gritarle al mozo. Vimos cómo sacó la galletita del helado y le devuelve el mismo postre (eso para un celíaco ya está contaminado y podría descomponerlo arruinándole dos días de vacaciones además de sus intestinos).
    Se notó que el mozo estaba apenado, pero su superior le había dado la orden de llevar ese plato a la mesa. No lo dudamos un segundo y fuimos detrás del mozo como su sombra, a avisar a la mamá y la niña de la mesa que su helado seguía siendo el mismo. Nos agradecieron y sentimos que hicimos la buena acción del día. El mozo también nos agradeció sutilmente con la mirada.

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