5 Historias de robos a museos que parecen sacadas de una película
Los robos de arte y piezas de museos son, sin duda alguna, una práctica ilícita, peligrosa y que requiere de muchos conocimientos previos. Claro, no es igual hurtar una tienda departamental en donde el valor de los objetos depende del costo de su fabricación, que robar un cuadro renombrado, una pieza prehispánica o monedas de oro. Las historias de robos en museos requieren una planificación más meticulosa y mucho ingenio por parte de los ladrones.
Genial.guru ha preparado para ti una lista de historias sobre robos a museos que son mejores que cualquier película.
1. Una sonrisa misteriosa
Vincenzo Peruggia era un carpintero italiano, amante del arte, la pintura y la decoración. El 21 de agosto de 1911, robó la obra más famosa de todos los tiempos: La Mona Lisa (La Gioconda).
Para entender cómo fue que Peruggia realizó su trabajo, debemos remontarnos a otro suceso en la historia del Museo del Louvre, en París. Este sitio albergaba una obra de Dominique Ingres. Esta pieza fue acuchillada por una mujer en 1907, razón por la que el museo decidió proteger las obras más valiosas con vitrinas de vidrio colocadas dentro de cajas de madera. Uno de los carpinteros contratados para realizar esta labor fue nada más y nada menos que Peruggia. Existe una hipótesis que señala que las verdaderas mentes maestras detrás del plan fueron el estafador argentino Eduardo Valfierno y el pintor y falsificador francés Yves Chaudron. Ambos convencieron al carpintero de robarse la obra de Leonardo para poder regresarla a su país de origen.
Peruggia efectuó el robo el día de descanso del museo. Una noche antes, mientras trabajaba, se escondió en un clóset y aguardó hasta la mañana siguiente. Fue entonces cuando salió de su escondite, desmontó cuidadosamente la obra y la ocultó bajo su abrigo. A las pocas horas de darse a conocer la pérdida de la Mona Lisa, Valfierno y Chaudron ya se encontraban vendiendo falsificaciones del cuadro. Durante dos años no se tuvo más noticias de la mujer de la sonrisa misteriosa, y su lugar en el museo fue remplazado por otra obra.
Un día de 1913, un coleccionista italiano llamado Alfredo Geri recibió una carta de Peruggia en la cual pedía 500 000 GBP de recompensa para entregar el afamado cuadro. Geri le siguió el juego hasta que pudo alertar a la policía del lugar en donde se encontraba la pieza y el ladrón. Después de dar su declaración, el carpintero reveló que el cuadro había estado escondido en el armario de su cocina todo ese tiempo, tan solo a unos metros de distancia del museo.
2. Una familia de ladrones
Nazareno, Jorge y Ariel son una banda peculiar de ladrones: en realidad, son una familia de delincuentes, los Baldo. Su historia de robos se extiende por seis museos de Argentina, en los cuales hurtaron piezas valiosas, monedas y artículos de importancia histórica. El primer robo se dio en 2007, cuando Nazareno se encontraba todavía preso. Su hermano, Jorge, y su hijo, Ariel, efectuaron el plan a plena luz del día. Entraron al museo, caminaron entre las salas, y se maravillaron con los objetos y las colecciones fingiendo ser otros turistas más. Fue entonces cuando encontraron su objetivo, una vitrina que se hallaba en el punto ciego de las cámaras de vigilancia y que resguardaba un hermoso reloj de oro, perteneciente a Manuel Belgrano. Sin temor alguno, y sin que nadie los viera, sustrajeron el artículo de su lugar.
Parecía una escena de película, pues el museo se clausuró después del robo y nadie daba con los autores. En las grabaciones solo era posible ver a dos hombres, pero no sus rostros. Ante el buen resultado, tío e hijo realizaron un segundo robo, esta vez en el Museo de la Casa Rosada. De ahí tomaron una lapicera y otro reloj del expresidente Agustín P. Justo. En esa ocasión, nadie vio a la persona que tomó los objetos, ni las cámaras ni los testigos. La única prueba que se presentó tiempo después fue que el celular de Ariel, el hijo, estaba activo en la zona en el momento de los hechos.
Los dos integrantes de la familia continuaron con los hurtos y, un buen día, tuvo que pasar que casi los atraparan. Habían entrado al Museo Sarmiento como parte de una visita guiada y, como era de esperarse, fingieron ser parte del grupo hasta que encontraron su vitrina ideal. Ariel sacó un destornillador e intento abrirla, pero no consiguió hacerlo. Algo estaba mal, todo el escenario era muy sospechoso. Sin dudarlo ni un segundo más, ambos hombres salieron corriendo del que pudo ser su final. En esa ocasión, las cámaras los grabaron y las personas los vieron huir.
Nazareno salió de la cárcel y se reunió con su hijo y su hermano para llevar a cabo el robo más ambicioso de todos: el hurto de 550 monedas antiguas del Museo Numismático del Banco Nación. El hombre entró solo al museo, se escondió en un baño y espero ahí hasta el cierre. Cuando llegó el momento, ingreso por un ducto y bajó a la sala en donde se entraba el tesoro. El proceso fue sencillo, solo le quedaba escapar por una ventana ayudado por una cuerda, y eso mismo hizo. Lo que no se imaginó fue que la cámara exterior logró tomar su imagen. Ese fue el fin para la familia.
Dos meses después, los investigadores reunieron todas las pistas. Fueron a la casa de los Baldo y los arrestaron. Curiosamente, ninguno de los objetos fue hallado, salvo un libro sobre numismática. El destino de las piezas nunca pudo resolverse: se cree que estudiaron catálogos para luego vender las piezas ellos mismos, o quizás los comercializaron con el precio del metal con el que estaban elaborados.
3. La Navidad prehispánica
Este acontecimiento sí se convirtió en un guion para la pantalla grande. La historia comienza en el Museo de Antropología de la Ciudad de México, con la desaparición de 100 objetos prehispánicos, entre ellos, la máscara del rey Pakal. Era 25 de diciembre de 1985. Los mexicanos estaban conmocionados por los estragos que provocó un terremoto tres meses antes. Mientras todos se encontraban celebrando la fiesta navideña, dos jóvenes estudiantes de veterinaria emprendieron su plan maestro.
Los dos muchachos, Carlos Perches y Ramón Sardina, habían entrado varias veces al museo con el pretexto de hacer visitas periodísticas. Durante esos eventos, tuvieron la oportunidad de identificar los elementos de seguridad y estudiar a fondo las piezas que robarían. Todo estaba premeditado, dejaron las mesas llenas de comida navideña y se dirigieron al museo. En menos de tres horas lograron librar la poca seguridad del lugar y guardar su botín.
Durante cuatro años, el robo fue un misterio. El gobierno aumentó la seguridad en las fronteras y aduanas en donde era más probable que se vendieran las piezas en el mercado negro. Finalmente, después de muchas indagaciones sobre profesionales del robo y grupos de narcotraficantes involucrados, descubrieron a los dos jóvenes culpables.
Las piezas se encontraban en maletas ocultas en un armario, intactas. Era evidente que los dos ladrones no habían medido el impacto de su robo y prefirieron no reaccionar durante todos esos años.
4. Un grito de salvación
Este cuadro de expresión ansiosa y que simula perfectamente un grito de desesperación es uno de los más robados en la historia del arte. “El grito”, del pintor Edvard Munch, no es una obra dentro de un cuadro, son en realidad cuatro versiones diferentes que pertenecían a una serie titulada “El friso de la vida”. Un 12 de agosto de 1994, hurtaron de la Galería Nacional de Noruega la versión más conocida de esta obra.
El robo fue rápido. Si tuvieran que dar un premio a los ladrones más ágiles de la historia, este equipo lo ganaría. Tardaron exactamente cincuenta segundos en montar una escalera hacia la ventana del museo, descolgar la obra e incluso dejar una nota agradeciendo la poca seguridad del lugar.
Es cierto, en el museo y en la misma zona no había mucha vigilancia, ya que todos los cuerpos de seguridad se encontraban atentos a la inauguración de los XVII Juegos Olímpicos de Invierno, en Lillehammer. Precisamente por esa razón, los secuestradores decidieron robar aquel día, según lo relató tiempo después Pål Enger, responsable principal del hurto. La policía pudo dar con el paradero del cuadro debido a que este sujeto había enviado una carta pidiendo un rescate. Grave error. A partir de su captura se le condenó a su compañero y a él a seis años de prisión.
Por su parte, la artista Elisabeth Werp realizó algunas entrevistas a presos entre los que se encontraba Enger. Finalmente, confesó ser responsable del robo que ameritó cuatro años de planeación. “No fue el dinero lo que me movió a hacerlo, sino el reto y el juego. Ahora lo admito porque si quiero ser honesto conmigo mismo no lo puedo negar más”, explicó el ladrón.
5. Un ladrón con maldición
Durante 20 años, el delincuente en cuestión mantuvo escondidas dos antigüedades romanas que había robado del Museo Islámico de las Culturas de Oriente Próximo de Bersabe. Y, un buen día, decidió devolverlas. Esa mañana, uno de los empleados encontró una bolsa con las dos bolas romanas para ballesta de Gamla, y junto a ellas había una nota con la que el autor del robo justificaba su devolución.
“Las robé en julio de 1995 y, desde entonces, no me han traído más que problemas. Por favor, no roben antigüedades”.
Aunque nunca se descifró su nombre, ni se supo cuáles eran aquellos problemas que se le presentaron, la historia dio pie a recordar algunos casos similares.
Bono: el rescatador de arte
Para completar todas las aventuras de ladrones que relatamos antes, decidimos hablar sobre una contraparte heroica, y por eso queremos presentarte a Arthur Brand. Él se ha dedicado a recuperar piezas de arte robadas, convirtiéndose en un rescatador de arte. Ha dado con el paradero de obras como los caballos de Hitler, “Adolescencia” de Dalí y una obra de Tamara de Lempicka. Incluso ha logrado descubrir algunas falsificaciones, como una colosal cabeza olmeca.
Aunque las hazañas de Brand quedarían bien como un personaje único dentro de nuestros guiones románticos de película, lo cierto es que él no trabaja solo, más bien tiene una empresa llamada “Artiaz”. Eso sí, al igual que otros superhéroes, no se sabe nada de su vida personal y todo lo resuelve por teléfono o por Internet.
En una entrevista explicó que tan solo el 10 % del arte robado vuelve a su lugar, el 90 % nunca logra recuperarse. Su intervención parece simple, pero debe ser bueno para engañar a los ladrones. “Yo no los conozco, pero ellos a mi sí. Voy dejando mensajes aquí y allí, y, al cabo de un tiempo, me llaman para decirme que tienen las obras”, dijo el hombre de 48 años.
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