Dos personas naufragaron en medio del hielo, pero hicieron algo inimaginable
Frío, nieve, viento y desesperación. Doce personas, dos de ellas niñas pequeñas, varadas en los hielos del Ártico durante más de 6 meses, sin esperanza de ser rescatadas. Hambrientos y desesperados, los náufragos miraban de manera extraña a las niñas y pensaban cosas inimaginables... En 1913, el antropólogo Vilhjalmur Stefansson, recién llegado de una expedición al Ártico, se dispuso a preparar una nueva. Su objetivo era estudiar los pueblos del norte de Canadá y las islas de las costas del país, así como cartografiar las regiones vírgenes del mar de Beaufort. Consiguió financiación de varias fuentes, pero fue presionado para partir en junio. Eso le dejó menos de 4 meses de preparación y, aunque más tarde afirmó que había tenido tiempo suficiente para preverlo todo, resulto estar equivocado.
Finalmente, la expedición se compuso de dos grupos: el grupo del norte, encabezado por el propio Stefansson, debía explorar las regiones poco conocidas de los mapas, mientras que el grupo del sur, dirigido por el zoólogo Rudolph Anderson, se encargaría de realizar estudios antropológicos en las islas. Sin embargo, los malos presagios comenzaron a aparecer incluso antes de la partida. Hubo disputas sobre la falta de provisiones para una expedición tan atrevida, y los planes exactos del líder del viaje no estaban claros para nadie. Pero todo eso no era nada en comparación con el barco del grupo del norte.
Cuando Robert Bartlett, el capitán, vio el Karluk por primera vez, se mostró muy inseguro con respecto a la expedición. Se trataba de un pesquero de 29 años reconvertido para la caza de ballenas. Si bien tenía un casco reforzado y ya había estado en las aguas del Ártico antes, Bartlett, un marino experimentado, vio que no era apto para soportar estar rodeado de hielo durante mucho tiempo, y que tampoco sería capaz de romper el hielo. Aun así, aceptó participar en la expedición, sin saber que sería una terrible decisión. En su camino hacia el norte, el Karluk recibió a bordo a los recién llegados. En primer lugar, Stefansson embarcó 28 perros de trineo y dos cazadores esquimales. Cuando el barco quedó atrapado en el hielo un tiempo, hizo un viaje a pie hasta una isla cercana, desde donde trajo a su viejo amigo John Hadley y a otros dos cazadores nativos. Uno de ellos llevó a su esposa y a sus dos hijas pequeñas, de siete y dos años.
Por fin, el barco navegó hacia el este, hasta el punto de encuentro. Sin embargo, el hielo estaba tan comprimido que literalmente tuvieron que hacer todo tipo de maniobras para avanzar. Estaba claro que no podrían llegar al norte como habían planeado en un comienzo, pero la realidad era mucho peor. En la mañana del 13 de agosto, a más de la mitad del camino hacia su destino, el hielo compacto llegó rápidamente desde todas las direcciones y bloqueó al Karluk. Por más que lo intentaron, la tripulación no fue capaz de mover el barco. Quedó atrapado para siempre, moviéndose solo adonde los témpanos lo llevaran. Pasaron varias semanas. La expedición aún contaba con abundantes provisiones y también cazaba, pero, cuando el hielo se desvió, fueron llevados más lejos junto a él. El 20 de septiembre, después de haber permanecido cuatro días en un mismo lugar, Stefansson decidió cruzar el hielo hasta la isla más cercana y cazar renos. Llevó consigo a cinco hombres y doce perros, dejó instrucciones al capitán Bartlett y partió con la esperanza de regresar en diez días.
Durante los primeros dos días, el clima no trajo complicaciones. Sin embargo, al tercer día se desató una tormenta de nieve y, con ella, el hielo comenzó a moverse. El barco fue arrastrado por los témpanos durante varias semanas, y el hielo podía romperse y aplastar al Karluk en cualquier momento. Lo peor era que, a medida que se alejaban hacia el oeste, las chances de Stefansson y su grupo de regresar empeoraban. La deriva continuó durante un mes... y otro más. Lleno de angustia, el capitán Bartlett ordenó a todos que se prepararan para abandonar el barco con poco tiempo de antelación. Y resultó ser la decisión correcta: en la madrugada del 10 de enero, la tripulación despertó con un enorme temblor: el casco había sido destrozado por un trozo de hielo. Descendieron al hielo a toda velocidad, llevando las provisiones y las cosas más esenciales. El Karluk se hundió al día siguiente, y las 25 personas, dos de ellas niñas pequeñas, quedaron varadas en el traicionero hielo del Ártico.
El equipo montó un campamento e hizo planes para marchar a la isla de Wrangel, que, según creían, estaba a varios días de camino. Enviaron un grupo de exploración de cuatro hombres, pero dos semanas más tarde, solo uno de ellos regresó, con la noticia de que la tierra que vieron era la isla Herald, que no estaba conectada a tierras mayores. Los otros tres miembros del equipo de exploración jamás regresaron. Cuando el único explorador regresó, otro grupo de cuatro personas, descontentas con Bartlett, se presentaron ante él y le anunciaron que se irían por su cuenta. Le pidieron provisiones y le aseguraron que no sería responsable si les ocurría algo. Bartlett estuvo de acuerdo y se marcharon al día siguiente, sin que nadie volviera a verlos.
Con siete personas menos y dos niñas a su cargo, el capitán Bartlett sabía que no había tiempo que perder. Ordenó a todo el mundo que reuniera provisiones, y cuando estuvieron listos, el grupo comenzó a avanzar hacia la isla de Wrangel, que, como ahora sabían, estaba en la dirección opuesta. Pensaban que serían 65 kilómetros, pero en realidad la distancia era el doble y mucho más peligrosa de lo que esperaban. El grupo, dividido en subgrupos más pequeños para trasladarse más rápido, pasó tres semanas en movimiento. Las cadenas de hielo eran altas y amenazantes, el hielo crujía constantemente y amenazaba con ceder, llevándolos a una deriva impredecible. Tuvieron que superar fríos extremos, ventiscas y, como si fuera poco, el hambre. El 12 de marzo, cuando finalmente llegaron a las costas de la isla de Wrangel, la mayor parte del grupo estaba demasiado agotada como para continuar. Las niñas fueron las más afectadas: si bien los esquimales estaban acostumbrados a las duras condiciones, ellas aún eran demasiado pequeñas para estos viajes y se enfermaron durante el trayecto.
Al ver esto, Bartlett se llevó al joven cazador esquimal, que demostró ser el más resistente, y atravesaron el hielo hasta la costa siberiana con la esperanza de llegar a Alaska desde allí y traer ayuda. El resto del grupo se quedó en un campamento improvisado. La moral de los sobrevivientes era muy baja. La comida comenzaba a escasear, el frío era severo, y las actitudes más negativas asomaban en las personas. El padre de la familia esquimal y otros hombres hábiles iban a cazar, pero, incluso cuando traían algo, los demás sospechaban que no compartían todo. En las semanas que siguieron, las peleas se hicieron cada vez más frecuentes, y la comida era cada vez más difícil de encontrar.
En julio perdieron a tres personas más. La situación era crítica, y los sobrevivientes intentaban interactuar lo menos posible. El hambre era aún peor que el frío, y Kuralluk, el cazador esquimal, comenzó a notar las miradas extrañas y desconcertantes que otros hombres lanzaban a su esposa y a sus hijas. Nadie sabe qué habría pasado si no hubiera cazado una morsa de 270 kilos, que proporcionó carne fresca para todo el campamento. Ni siquiera eso fue suficiente para levantar los ánimos: pasaron otros dos meses y comenzaron a prepararse para un invierno en medio del hielo, quizá el último.
Pero entonces, cuando toda esperanza estaba perdida, en la madrugada del 7 de septiembre, los agotados y apáticos sobrevivientes de la isla fueron despertados por un extraño sonido: un silbido en algún lugar lejano. Poco después se repitió, y el grupo salió de su refugio. Al principio no creían lo que veían, pero pronto aparecieron sonrisas en sus caras, agotadas pero felices. Era el King and Winge, un barco de rescate que el capitán Bartlett había enviado por ellos. Tras haber llegado a Alaska, pidió ayuda urgente de inmediato. Los 14 sobrevivientes fueron trasladados a salvo a Nome, Alaska. En cuanto a Stefansson, también sobrevivió, y, para cuando Bartlett llegó a América, ya había emprendido otro viaje. Regresó cuatro años después, asegurando haber descubierto tres islas nuevas.