10 Trucos para expresarte sutil pero convincentemente (Funciona con niños, parejas y jefes)

Las amistades genuinas se caracterizan por el apoyo mutuo y la lealtad inquebrantable, o al menos eso es lo que se cree. Pero, ¿es realmente saludable cumplir con cada petición ajena sin cuestionarla solo porque viene de parte de alguien que queremos? Esto es lo que que le sucedió a la protagonista de esta historia, que se negó a acceder al pedido de su mejor amiga porque iba en contra de sus deseos, y esto la convirtió en la mala de la película. Aunque, claro, todo depende del ángulo de donde lo mires, y de quién te dé su versión.
"Con Clara, quien hasta hace un tiempo era mi mejor amiga, nos conocemos desde los 12 años. Íbamos juntas a la secundaria y además vivíamos en el mismo barrio, así que siempre nos cruzábamos en el mercado, en la parada del transporte público o en cualquier tienda. Entrada la adolescencia nos volvimos inseparables. La conexión, no bien nos veíamos, era instantánea, cada una sabía lo que estaba pensando la otra con solo mirarnos, como si pudiéramos leernos la mente.
Nuestra unión se mantuvo como un puente sólido cuando crecimos y nos volvimos mujeres adultas. Nuestras parejas se llevaban muy bien, así que era común que planeáramos salidas y viajes juntos, y tuviéramos conversaciones profundas y divertidas que duraban hasta muy entrada la noche. De verdad que la pasábamos muy bien los cuatro juntos y en cierta parte todavía extraño aquellas épocas.
Las cosas comenzaron a cambiar cuando tuve a mi primer hijo. Como es lógico, mi estilo de vida como madre cambió. Ya no podíamos pasar todo el tiempo juntas, pues yo tenía responsabilidades y cuidados con mi hijo. Tampoco con mi pareja podíamos irnos de viaje con ellos en cualquier fecha del año como hacíamos antes porque mi pequeño tenía que ir al jardín de infantes.
Y eso a Clara no le gustaba nada. Yo sentía que ella no entendía mi nuevo rol de madre y aunque quería seguir pasando tiempo con ella, mi mundo había cambiado. Ya mi prioridad número uno era mi hijo. Quería estar ahí para él, cuidarlo, criarlo y nunca faltarle.
Pero Clara no estaba de acuerdo con mis decisiones y, lejos de entenderme, parecía enojada. Siempre me criticaba y me decía que me había vuelto un ama de casa “aburrida y descuidada” que solo pensaba en su marido y su hijo y no le daba espacio a nada más.
Su actitud hizo que nos fuéramos distanciando. Nos veíamos de vez en cuando, cuando yo podía, pero sentía que las cosas no eran como antes y, aunque la gran conexión que siempre tuvimos seguía latente, ya no la pasábamos como en los viejos tiempos.
Hace 9 meses, Clara me invitó a tomar un café y me dio una gran sorpresa. Se iba a casar y quería que yo fuera su dama de honor. Se me llenaron los ojos de lágrimas de la emoción y la felicidad que sentí. ¡Claro que le dije que sí! Que ella quisiera que yo tuviera un lugar tan importante en su ceremonia de matrimonio me transportó al pasado, cuando éramos dos adolescentes enamoradizas.
Pero el hechizo se terminó pocos días antes de la boda, cuando recibí por WhatsApp la invitación. Mi corazón dio un vuelco, fue como recibir un balde de agua fría a través de la pantalla de mi celular. Una parte de la tarjeta decía, en letras grandes y resaltadas: “PROHIBIDO VENIR CON NIÑOS. SOLO PARA ADULTOS”. Sentí esa frase como una flecha dirigida exclusivamente a mí.
Clara sabe muy bien que mis hijos son parte de mí y que sin ellos no salgo. Ellos aún me necesitan todo el tiempo y no confío en nadie más para su cuidado. Ya he pasado sustos que me han dejado una muy mala experiencia. Contesté el mensaje de inmediato diciéndole: “Clara, amiga mía, lamento mucho toda esta situación, pero no voy a poder ir a tu boda”. Mis palabras fueron una bomba explosiva para ella, claro, yo era su dama de honor.
Me preguntó si era una broma, y yo le expliqué que no, que la invitación decía que no se aceptan niños, y que si mis pequeños no son bienvenidos, entonces yo tampoco. Ella empezó a insultarme y decirme cosas muy feas. Sus palabras fueron hirientes y de muy mal gusto. Le dije que no se lo tomara personal pero que si no podía aceptar a mis hijos, entonces no podía aceptarme a mí.
Las últimas palabras que me dijo fueron: “Creo que la decisión de que no vayan niños a mi boda me la deberías respetar, es mi momento único en la vida y voy a hacer lo que yo quiero, además no es la gran cosa y mucho menos debería ser un problema. Para mí, las bodas no son adecuadas para niños, y simplemente no los quiero ver correteando por ahí. Es mi día especial y se hará lo que yo diga. Si no quieres ser parte de esto, esta relación no tiene sentido. No estás bien de la cabeza, deberías ir a un psicólogo”.
No le respondí y nunca más volví a escribirle, ni ella a mí. A veces nos cruzamos en la calle, pero me ignora como si fuera un fantasma. Todo esto aún me duele; sin embargo, mantengo mi postura, pienso que ella tuvo que hacer el esfuerzo de entenderme un poco más.
¿Está mal lo que hice?".
¿Qué opinas tú? ¿Clara tendría que haber permitido niños o su amiga debería haber respetado su decisión y dejar a sus hijos al cuidado de otra persona por esa noche?