21 Tacaños que merecen el respeto de Don Cangrejo

¿Te imaginas que un simple fragmento de piedra sea capaz de desvelar los secretos de un milenario idioma perdido? La Piedra Rosetta lo hizo, y con ello transformó una disciplina que cambió para siempre nuestra conexión con el pasado y la historia. Así es como lo que parecía un hallazgo casual, se convirtió en la llave para descifrar el lenguaje de una antigua civilización.
Todo comenzó en julio de 1799, cuando el francés Pierre‑François Bouchard descubrió la piedra entre los escombros del Fuerte Julien, cerca de Rashid (en inglés, Rosetta), en Egipto. Aquella losa de granodiorita, con inscripciones en tres lenguajes diferentes, fue trasladada primero a El Cairo, y luego, en 1801, pasó a manos británicas. Desde 1802, ha estado en el Museo Británico, siendo uno de los objetos más visitados del lugar.
La piedra contiene un mismo decreto redactado en jeroglíficos (formal), demótico (lenguaje cotidiano) y griego antiguo (la lengua administrativa conocida por los intelectuales). Gracias a esta triple presentación, los eruditos pudieron comparar los textos y establecer correspondencias. En efecto, el griego sirvió de “ancla lingüística”, permitiendo luego descifrar el demótico y, de ahí, los jeroglíficos.
Durante mucho tiempo se creyó que los jeroglíficos eran puramente simbólicos. Sin embargo, el inglés Thomas Young demostró desde 1814 que existían elementos fonéticos, como los nombres reales contenidos en los cartuchos (u óvalos). Este fue un primer paso fundamental que, aunque no resolvió el enigma completo, demostró que las escrituras egipcias podían transmitir sonidos, no solo ideas.
El lingüista francés Jean‑François Champollion, apasionado por los idiomas egipcios y conocedor del copto, retoma el trabajo en 1822. Comparando los cartuchos, logra descifrar el nombre de Ramsés mediante sonidos fonéticos. El 14 de septiembre, exclama: “¡Je tiens l’affaire!” (“¡Lo tengo!”). Ese fue el instante clave que demostró que los jeroglíficos combinaban fonemas, ideogramas y símbolos, lo que marcó el comienzo de la contribución de Champollion a los estudios de la escritura egipcia antigua.
El texto conmemora un decreto de agradecimiento emitido en el año 196 a.C. Su verdadero valor radica en que ese mismo mensaje, repetido en tres sistemas de escritura, ofreció la oportunidad de un análisis comparativo que cambió la historia de la lingüística y la traducción. De esta forma, fue posible comenzar a traducir los jeroglíficos, lo que marcó el inicio de una época dorada para la egiptología.
Gracias al desciframiento de la Piedra Rosetta, lo que antes eran muros cubiertos de símbolos indescifrables, se transformaron en narraciones vivas de la antigua civilización egipcia. Por primera vez, los investigadores pudieron leer directamente jeroglíficos en templos, tumbas y papiros, revelando una visión profunda sobre la mitología egipcia, sus rituales, su sistema político y hasta aspectos cotidianos, tales como el comercio o la educación.
Hoy en día, la Piedra Rosetta no es solo una reliquia antigua detrás de una vitrina: es un símbolo vivo del inicio de una revolución intelectual. Sigue siendo un emblema central en la identidad de la egiptología, recordándonos cómo un solo hallazgo puede transformar por completo la comprensión de toda una civilización. Y tú, ¿qué descubrimiento crees que podría revelarnos más secretos históricos? ¿Hay algún objeto que te fascine por su misterio o potencial?