La vez que lavé mi sala y el señor de la basura creyó que ya no servía
Algunas personas suelen tener un vínculo especial con sus pertenencias. Prueba de ello es que, en ocasiones, por más viejas e inservibles que sean las cosas, la gente se niega a deshacerse de ellas. Aunque el corazón nos pide que guardemos algunas, es importante aprender a renovar todo aquello que queremos que nos brinde un buen servicio.
En Genial.guru escribimos una historia en la que Ana Sofi, la nutria, trató de lavar su sala vieja y terminó perdiéndola por completo en el proceso.
¡Buenas, buenas, compañeros! Los saluda su mejor amiga del mundo mundial, Ana Sofi. Ya sé que me extrañaban, pero es que andaba bien ocupada existiendo y así.
Vengo para contarles un chismazo que me pasó por sufrir lo que se conoce en el medio como “el síndrome del sillón hediondo”.
Esta historia comienza como todas, con un buen samaritano tratando de hacer el bien, en este caso, era yo. Como veía que mis sillones estaban realmente sucios y eso de las alergias se me da muy bien, ya me urgía poder lavarlos, para que todo el polvo y la mugre se fueran y pudiera vivir en un ambiente libre de gérmenes y basurillas.
Como no tenía ni idea de cómo se lavaba un sillón, agarré mi celular y me puse a buscar servicios de limpieza para que me ayudaran con mi grandísimo problema.
Encontré un par de compañías que ofrecían un servicio de lavado de salas que se veía muy profesional. Lamentablemente, las dos te cobraban como si fueran a volver a hacer los sillones con hilos de oro o algo por el estilo, así que definitivamente contratar a alguien no sería una opción viable para mí.
Cuando vi que esta misión sería un poco difícil, hice lo que cualquiera en mi situación hubiera hecho: buscar un confiablísimo tutorial en Internet que me dijera cómo podía lavar mis sillones para que quedaran como nuevos. Después de averiguar todas las técnicas milenarias que existen para esto, me puse manos a la obra.
Aproveché que el día estaba soleado y saqué mis muebles al jardín para poder lavarlos a gusto sin que nadie me molestara. Comencé a sacudirlos y a tallarlos tal como había visto en los supervideos del interneis; estuve ahí cerca de dos horas lavando y enjuagando a mis pequeñuelos hasta que por fin di por terminada mi labor.
La verdad es que al verlos todos mojados y escurriendo, parecía más bien que se había inundado mi casa, pero no me importó, porque yo sabía que ya estaban limpiecitos y que solo necesitaban un buen rato de asoleación para que se secaran y pudieran volver a la sala.
Ese día descubrí que lavar sillones es una tarea bastante pesada, tal vez por eso cobran tan caro las personas que se dedican a esto, porque vaya que acabé cansada después de tan titánica tarea.
Estuve un rato observando mis sillones, hasta que después de media hora vi que todo seguía estando supermojado y que tomaría muchísimo más tiempo que se secaran bien.
Como eso no iba a pasar pronto, decidí ir a cambiarme los zapatos, porque como tenía los pies mojados, no me fuera yo a enfermar de gripa o algo por andar jugándole a la lavadora de sillones 3000. Así que subí a mi cuarto, pero como estaba cansadilla, me acosté un momento sobre la cama y me quedé dormida sobre ella como si fuera un pequeño bebecillo después de un arduo día de juego.
Cedí ante los tentadores brazos de Morfeo y el suculento calorcito de mi edredón durante casi 3 horas, entonces, así como que una siesta muy pequeña no fue.
Cuando desperté, bajé a meter mis sillones, pero ¡oh, sorpresa, queridos!, cuando salí al patio, ya no había nada de nada.
¡No podía creer que mientras yo dormía, alguien se llevó mis sillones! Y lo que más coraje me dio en ese momento era que me tardé tanto tiempo lavándolos y escurriéndolos para que quedaran bien guapos, y ahora alguien más se los había llevado para disfrutarlos.
En ese momento me sentía devastada, porque yo quería mucho mi sala, y ahora me había quedado des-salada por culpa de algún malhechor. Por querer ahorrarme un dinerito perdí mis muebles, bueno, alguien me hizo el favor de hacerlos perdedizos.
Como en esta vida las situaciones desesperadas necesitan medidas desesperadas, tuve que comprar algunos muebles temporales para mi casa en lo que lograba reunir un poco de dinero para reemplazar mis pobres sillones hurtados.
La verdad es que no se veía como que el mejor diseñador del mundo había pasado por mi casa, pero no me importó, porque solo necesitaba reemplazarlos en lo que compraba algo más bonito.
Pues aquí viene la parte divertida, amigos. El día en que salí a tirar los desechos de mis nuevos y refinados muebles, me encontré al señor de la basura y en plan de broma me dijo:
—¡Qué bueno que ahora nada más son cajas, señorita! La otra vez me costó mucho trabajo poder llevarme los sillones que dejó ahí afuera, estaban todos mojados.
En ese momento, todo hizo clic en mi cerebro, y quería explotar del coraje tan atravesado que traía, porque deja tú que se llevó mi salita al basurero, ¡imagínense si el señor los hubiera visto antes de que los lavara! Yo creo que hubiera pensado que vivía en un completo cochinero.
Me ofendió muchísimo lo que me acababa de decir el buen señor de la basura, pero ya después, razonando las cosas, entendí que no fue la mejor de las ideas dejar mis muebles abandonados en el patio durante tanto tiempo.
Pero bueno, cuando menos el misterio de los muebles robados ahora estaba resuelto. No cabe duda de que ahora me causa gracia mi desgracia, pero todo esto me dejó una enseñanza. Siempre abracen y quieran mucho a su sillón, aunque esté todo empolvado y mugroso, porque no saben cómo lo van a extrañar cuando tengan que sentarse a fuerzas en una silla toda fea por culpa de su basurero. Gracias por escuchar mis penas, amiguitos, los amo, bye.
¿Cuál es ese objeto viejo que te niegas a tirar por valor sentimental? ¿Cuál es su historia?