No nos enseñaron a consolar a nuestros hijos

Crianza
hace 5 años

Olga Nechaeva es una empresaria, escritora y ex vicepresidenta de 20th Century Fox. Y también es una madre paciente, sabia, sensible, confiada y tierna. Olga lleva el popular blog “La mujer de Marte”, donde escribe sobre su vida y la crianza de los hijos.

Genial.guru publica un importante texto de Olga sobre cómo comunicarse con un niño cuando está disgustado.

Nuestros hijos regularmente crean situaciones en las que necesitan ser rescatados de un pozo emocional: cuando están tristes, ofendidos, disgustados. Llegas a casa del trabajo, encuentras a tu hija triste. Le preguntas cómo está y comparte contigo: “La niña X dijo que yo soy una tonta y que no va a ser mi amiga”.

Y luego se pone difícil. Sigue algo que no se nos ha enseñado. O, más bien, no se nos ha enseñado correctamente. Aprendimos por nosotros mismos, en base a lo que escuchamos. Y lo que escuchamos fueron las opciones conocidas por todos:

  • Quitar importancia: “¿Y por eso te sientes mal?” (léase: “tu problema no tiene ninguna importancia”), “Si reaccionas así a todo lo que te digan, ¿cómo vivirás?” (léase: “no reaccionas bien, algo está mal contigo”).
  • Aconsejar: “Tú también dile que es tonta” (léase: “no sabes solucionar este tipo de situaciones”), “No le hagas caso” (léase: “tus sentimientos son tu problema”).
  • Culpar: “Te dije que no fueras amiga de ella” (léase: “todo es tu culpa”), “Por algo habrá dicho eso” (léase: “todo es tu culpa”).
  • Criticar: “Siempre te metes en este tipo de historias”, “Siempre quieres ser amiga de este tipo de personas” (léase: “eres tonta, no sabes elegir amigos”).

El niño se ha caído a un pozo, y nosotros nos acercamos al borde y decimos: “¿Qué haces allí lloriqueando? Solo es un pozo. Además, ¿quién tiene la culpa? No te hubieses caído. La próxima vez mira por dónde vas”. ¿Se supone que así le brindamos ayuda?

Y no lo hacemos de malos, lo hacemos por ser incapaces de soportar la frustración, el miedo de que si no lo culpas, lo criticas o le das un consejo, entonces tu amado hijo no podrá superar la situación. Lo hacemos, sorprendentemente, por amor. Pero que sea por amor no hace que sea menos tóxico e inútil.

¿Y entonces qué? Y entonces, a sacar al niño del pozo.

Contaré mi algoritmo. Perdón por mi lenguaje seco, pero actúo con suficiente conciencia porque yo tampoco tengo demasiada educación en el tema. Simplemente lo aprendí, como aprendí a decir “por favor”, “gracias”, “hasta luego”.

  • Reconocer los sentimientos. “Sí, es muy ofensivo”, “Veo cuánto te duele”. Dejar que llore, dar un abrazo, consolar. “¡Dios mío, te caíste en un pozo! ¡Qué profundo! ¡Qué miedo!”.
  • Ayudar a explicar lo sucedido: por qué se siente así. “No esperabas eso de ella, y ella se rio de ti”, “Pensaste que era tu amiga y te rechazó”. Hacerlo, muchas veces altera los sentimientos aún más y genera la liberación de las emociones. Esto es exactamente lo que se necesita. Estamos limpiando la herida. “Seguramente ibas caminando, te distrajiste y no te diste cuenta. Y entonces te caíste y te asustaste”.
  • Usar la situación para comprenderse mejor a sí mismo y a los demás: “¿Qué te lastimó más?”, “¿Por qué te dolió escucharlo precisamente de ella?”. Entramos en la reflexión y, así, le quitamos poder a las emociones. Pero no se puede hacerlo de inmediato, saltándose la primera etapa. Porque, si no les damos a la emociones la posibilidad de salir, las callaremos y permanecerán adentro, vagando y llenándose de moho, soledad y enojo. “Debes haber estado pensando en algo, y por eso no viste el pozo. ¿En qué estabas pensando? ¿Por qué el pozo da tanto miedo? ¿A qué te recordó?”.
  • Demostrar que son iguales. Y que tú también has pasado por eso. Tú también te has caído en los pozos. A ti también te han tratado mal y te han rechazado. Esta es la garantía de que te escucharán en la siguiente etapa. “Yo también caí en un pozo una vez. Y me asusté mucho”. Es importante que todavía no demos soluciones y consejos. Estamos construyendo confianza. Todavía no hay lugar para historias de éxito: “Me caí en un pozo cien veces y siempre salí perfectamente”. Solo experiencia y los mismos sentimientos. Esta unidad será la que creará la base para el hecho de que, dado que te ha pasado lo mismo, entonces tal vez sepas qué hacer.
  • Contar sobre las posibles soluciones con mensajes de “Yo haría...”: no “lo que debes hacer”, sino “lo que yo hago en situaciones así”. Entendiendo que la solución puede no ser la adecuada. “¿Quieres que te cuente lo que hice yo cuando me caí en un pozo?”. Esta pregunta, el permiso para dar un consejo, es muy importante. No “cuando yo...”, sino “Si quieres, te contaré cómo me las arreglé yo”. No decimos: “Vamos, ya sal de ahí”. Dejamos la solución, el boceto de una escalera, en el borde del pozo, confiando en que él podrá.
  • Dejarlo con eso. Porque él podrá. Se quedará en el pozo por un tiempo, mirará el boceto y saldrá.

Aquí hay una conversación que tuve con mi hija. Taché lo que aparecía en mi cabeza automáticamente, lo que aprendí a detener. Encontrar las palabras correctas no es en absoluto un don celestial, tengo el mismo “portavoz de la época” en mi cabeza.

— Mamá, hoy me ha pasado algo malo en el colegio.

— Oh, otra vez pasó algo malo. ¿Qué pasó? Cuéntame.

— Le pregunté a la profesora cuándo tendremos una prueba de inglés. Y ella dijo: “¡Nunca escuchas! ¡Tenías que haber que haberme escuchado y lo sabrías!”. Me sentí tan ofendida que casi me echo a llorar.

— Bueno, dijo la verdad, nunca escuchas. No dijo nada terrible. Eso te ofendió mucho, ¿verdad?

— ¡Sí! ¡Ya no quiero ir más a la escuela! ¡Y no quiero que ella sea mi maestra!

— Maldita sea, pase lo que pase, siempre es un motivo para no querer ir a la escuela. Lo único que me faltaba, resolver la falta de ganas de ir a la escuela. ¿Tanto te ofendió? Mi corazoncito, mi pequeña.

(Llora. Le acaricio la cabeza, le digo palabras de consuelo).

— Ok, hay que excavar un poco. Te ofendió que ella te dijera que nunca escuchas.

— Sí...

— Te dolió que te regañara son tanta soberbia.

(Llora).

— ¿Por qué crees que fueron precisamente estas palabras las que te resultaron tan ofensivas? Los maestros suelen decir algo o regañar todo el tiempo, pero fue esto lo que te hizo llorar.

(Deja de llorar, me mira).

— Ella es como una amiga para ti, no una maestra, y aquí de repente dejó de ser una amiga ante tus ojos y se convirtió en una maestra. Fuiste a hablarle con el corazón abierto, para preguntarle algo como una amiga, y fue como si ella te empujara.

(Llora amargamente. Significa que desenterré lo más sensible. La dejo llorar, le acaricio la cabeza). Es muy doloroso, como si te hubieran traicionado un poco. Por eso te duele tanto. Siempre duele cuando te alejan así. Cuando te regañan como si fueras una niña inútil.

— ¿Por qué los maestros pueden decir cosas ofensivas, y yo no puedo responderles: “¡Me ha ofendido!”?

— ¡Por supuesto que puedes responderles! ¿Qué clase de tontería es esta? Porque no siempre piensan lo que dicen. La maestra tiene una buena opinión sobre ti. Ella me dijo que eres talentosa. Te quiere mucho y te aprecia.

— ¿Y por qué dice eso? ¿No entiende lo ofensivo que es?

— Tal vez no lo entienda. O no piense antes de decirlo. O tal vez no conozca otra manera. Tal vez, cuando ella era una niña, a ella también la ridiculizaban, la regañaban, la interrumpían.

— ¿Pero entonces no debería saber que no tiene que decir eso?

— A algunas personas, cuando eran niños, les decían “¿Acaso eres tonto? ¿Acaso no entiendes? ¡Cuántas veces te lo he dicho!”. Y aprenden que así es cómo los adultos les hablan a los niños. Y luego crecen y así es cómo ellos mismos les hablan a los niños. Y se necesitas mucha fuerza interior para cambiarlo. Después de todo, yo también te lastimo a veces. A veces hablo enojada, grito.

— Pero tú te disculpas, y ellos no.

— Tal vez no sepan actuar de otra manera. Para esto hace falta querer parar, decidir hacerlo de una manera diferente. No hay mucha gente así. Y sí hay muchas personas que hablan con agresividad pasiva, que ofenden. Yo también me los he cruzado. Por ejemplo, en mi trabajo había una mujer, ¡si la escucharas! Decía cosas ofensivas a todos constantemente. Anteayer, hasta me amenazó, me dijo sobre ustedes: “¡Que tal cosa le pase a tus hijos!”. Y sabes que puedo matar por algo así. No sabes las ganas que tuve de golpearla.

— ¿Y qué hiciste?

— La eché. Decidí que no sería como ella. No respondería con lo mismo. Y ella después siguió escribiendo cosas malas en el chat. ¿Puedes imaginarlo? Una persona que se despide y escribe: “No puedo recordar nada bueno acerca de ti, solo tus constantes quejas”. Le escribió esto a una de las chicas. ¿Acaso es una persona normal?

— ¿Y te sentiste ofendida?

— Por supuesto. Solo quería insultarla.

— Me es fácil controlarme cuando me enojo. Pero cuando me ofendo, no me es fácil.

— Para mí tampoco fue fácil. Cuando me dicen algo sobre mis hijos, me siento herida hasta las lágrimas. ¿Te digo lo que se me ocurrió?

— ¿Qué?

— Más tarde iba en el auto y me la imaginé muy pequeña, toda enojada, corriendo dentro de mi cabeza y diciendo cosas desagradables. Y yo manejaba y pensaba en ella, y me enojaba y discutía con ella en mi cabeza. Y vi una zanja cerca de la carretera. ¿Conoces esas zanjas?

— Sí.

— Entonces me imaginé que ella era un minion. Uno pequeño, enojado, violeta.

(Sonríe).

— Me imaginé cómo ella volaba de mi cabeza a esa zanja. Y yo seguía camino. Iba a casa, contigo, y ella se quedaba allí, en una zanja.

Se queda acostada, pensando en algo suyo. Quizás adopte esa imagen, esa pequeña visualización que ayuda a sacarse cosas de la cabeza. Quizás no. Esta es su vida, su maduración. Mi trabajo está terminado. No necesito convencerla de que no se ofenda. No tengo que persuadirla de que tiene que ir a la escuela. Que tiene que perdonar y olvidar, y no dar importancia. No tengo que hacer nada más. Ella puede superarlo sola. Ya lo superó.

— Mamá, ¿puedo dibujar un poco?

Comentarios

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Me encantó el artículo, es muy importante que comprendamos que hay formas de decir las cosas sin lastimar a nadie, y eso es muy importante a la hora de tratar con niños, más aún si se trata de nuestros hijos o sobrinos, o familiares cercanos.

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