No importan las ofertas, un anciano se niega a dejar su hogar de toda la vida
Tener una casa es el sueño de muchos, un refugio de estabilidad y seguridad. Sin embargo, la modernización y evolución de las ciudades, si bien responden a nuevas demandas, implican cambios que para algunos resultan incómodos y difíciles de asimilar. Orlando Capote experimentó esto, y su historia nos invita a reflexionar sobre el verdadero valor de un hogar y cómo el vínculo emocional puede superar cualquier oferta económica.
Orlando Capote es propietario de una casa unifamiliar que ha experimentado una transformación notable. Antes, solía ser un lugar sereno y apacible, pero ahora se ha convertido en un centro vibrante rodeado de lujosos edificios y comercios de renombre. Aquel vecindario que una vez conoció ha dejado de existir, y a pesar de haber recibido ofertas para comprar su propiedad, él se mantiene firme en su decisión de seguir viviendo en lo que aún considera su hogar.
Ahora, tras esa decisión, se encuentra rodeado por un impresionante desarrollo comercial, considerado el más grande en la historia de Coral Gables (Miami), el lugar donde se ubica su residencia. A pesar del ruido y los escombros con los que ahora debe lidiar, según sus palabras: “Mi casa es mi alma. ¿De qué sirve venderla por todo el dinero del mundo?”.
“Esta casa es como un archivo personal. Mientras la contemplo, la habito y me desplazo por sus espacios, revivo innumerables recuerdos. Eso es algo que no podría encontrar en ninguna otra vivienda”, afirmó en una entrevista. Luego agregó que en este hogar en particular, los recuerdos de sus padres aún permanecen y no se siente solo, “porque quizás ellos están ahí”.
Capote compartió que su padre, su madre y él trabajaron arduamente para comprar esta modesta casa. Fue un sueño hecho realidad para una familia de inmigrantes que, en aquel entonces, adquirió la propiedad en una zona residencial. Recuerda pasar la mayoría de su tiempo afuera, entre los árboles de mango que rodeaban la propiedad. Sin embargo, a inicios de la década del 2000, Capote notó cómo sus vecinos comenzaron a marcharse de la zona.
Ahora el patio delantero de su casa se encuentra frente a un hotel que oculta el cielo. Él comenta con humor: “Voy a tomar el sol para que todos me vean y se rían de mí” y describe el lugar “como una jungla de cemento”. Su actitud, sin embargo, más que pesimista es realista y admite de forma reflexiva que “desafortunadamente, al elegir quedarme en esta propiedad a pesar del desarrollo, debí comprender lo que eso implicaría y los inconvenientes que podría ocasionar”.
Además, existen razones financieras que justifican su decisión de permanecer en esta casa. Tener un techo sobre su cabeza ha sido una forma de sobrellevar las crisis económicas por las que ha tenido que pasar. Aunque sus vecinos vendieron luego de aceptar ofertas, que también él ha recibido en repetidas ocasiones, considera que es el mejor lugar y que las alternativas podrían ser peores.
Capote luchó en nombre de su madre para detener o reducir el avance del proyecto inmobiliario, pero a medida que los muros crecían, iban consumiendo la casa hasta prácticamente quedar rodeado de concreto. “Ha sido decepcionante, pero no he perdido la esperanza”, confiesa Capote. “Hice lo que creí correcto. No funcionó como debería. Pero sigo viviendo en la casa de mi familia y nunca me iré”.
Su historia y determinación nos invita a pensar en el valor emocional que puede tener una casa y cómo, a veces, el simple hecho de mantenernos en ella se convierte en un acto de resistencia ante la incertidumbre del cambio. No cabe duda que las personas de tercera edad siempre pueden ser una fuente de sabiduria.