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Algunos estudios han demostrado que el consumo diario de vino tinto resulta beneficioso para el cuerpo: elimina toxinas y mejora la función cerebral. Nuestro equipo de redacción decidió hacer un experimento y descubrir por su propia cuenta cómo el vino afecta nuestro cuerpo.
Tengo 28 años y no diría que soy una aficionada al alcohol. Lo trato con bastante calma, pero una vez a la semana (generalmente viernes o sábado), mis amigos y yo vamos a un bar o hacemos una fiesta en casa. A veces, quedo con alguien a mitad de la semana para tomar una cerveza.
Para el experimento, decidí que, en el transcurso de un mes, bebería todas las noches una copa de vino en mi casa a la hora de cenar. Para hacer esto, seleccioné un buen vino tinto seco chileno: según algunos investigadores y médicos, precisamente el tinto seco influye favorablemente al cuerpo.
Día tras día, observé varios cambios y metamorfosis que ocurrieron en mi cuerpo, también en mi estado de ánimo y mi bienestar general. Algunos cambios realmente me sorprendieron. Y ahora les contaré todo con más detalle:
No sufro de insomnio y, por lo general, me quedo dormida sin problemas alrededor de las once de la noche. Pero justo en los días 2-3 del experimento, empecé a sufrir de problemas con el sueño: de repente, me despertaba en plena noche y no podía dormir. Después de pasar 10-15 minutos mirando el teléfono, me quedaba dormida. Sin embargo, a medida que se acercaba el final del experimento, el sueño se fue normalizando y ya no aparecían problemas de este tipo. ¿Tal vez mi cuerpo pasó por una fase de adaptación?
Creo que el alcohol influyó en los ciclos de mi sueño: era fácil conciliarlo, pero esta ventaja fue compensada por los despertares nocturnos.
Traté de notar cualquier cambio que sucediese con respecto a mi salud y mi bienestar. Todos los días, me medía la presión arterial y puedo decir con total responsabilidad que el alcohol no afectó de ninguna manera los indicadores y presión se mantuvo normal. Tampoco noté que me faltase el aire u otro problema de índole respiratorio.
Pero algo se hizo evidente tras acabarse este experimento. Puede sonar incluso extraño, pero tan pronto como dejé de beber vino por las noches, periódicamente, empezó a invadirme una somnolencia y extraña debilidad: me resultaba difícil concentrarme en el trabajo. No sé si están o no relacionados, solo espero que estos síntomas, no muy agradables, desaparezcan pronto.
Nunca antes había notado algo así, pero durante este experimento con el vino percibí lo siguiente: comencé a despertarme por la noche teniendo sed. Tuve que adaptarme a la situación y dejar preparado un vaso con agua antes de irme a dormir.
Y además (especialmente en los primeros días), me sentí muy avergonzada, como si estuviera haciendo algo malo, incorrecto. Quizás, esto responda a que estaba acostumbrada a beber los fines de semana en compañía de amigos y nunca sola.
Por otro lado, no tenía que esperar un día especial: todos los días tenía mi propio “mini-viernes” con una cena deliciosa acompañada de un buen vino. Luego, poco a poco, me iba dando cuenta de que no debía sufrir ese remordimiento y que nadie me obligaba a beber mi copa hasta el final, y si quería, simplemente podía renunciar a ella si un día esta no me apetecía. Desde entonces, me calmé y comencé a disfrutar más de mis cenas.
Durante este tiempo, comenzaron a desaparecer por sí mismas las reuniones, cuyo fin principal era sentarse en algún lugar por el mero hecho de tomar una cerveza. En estos casos, optaba por pasar la noche en casa e invitaba allí a mis amigos. Resultó que solo quedaba con personas realmente interesantes y cercanas para mí, a las que estaba dispuesta a recibir con los brazos abiertos en mi hogar, no en vano, también acudía a eventos culturales. Además, debo decir que soy una persona introvertida y para mí se antojaba mucho más pasar el tiempo en casa en un ambiente familiar y acogedor.
Debo añadir que, a las reuniones tradicionales con mis amigos durante los fines de semana, no me negué, simplemente, en esos días prefería la cerveza al vino, aunque bebía poco.
Día 20 del experimento.
Tal vez debido al hecho de que comencé a salir con menos frecuencia de casa y a que disfrutaba de una cena más abundante, aumenté unos kilos. Por desgracia, el consumo diario de alcohol, incluso durante un período de tiempo tan corto, afecta la apariencia: debido a que mi sueño estaba alterado, aparecieron ojeras e inflamaciones en el rostro.
Inicialmente, planeé realizar el experimento durante un mes, pero al final decidí acabarlo al transcurrir las primeras 3 semanas. A pesar de que algunas cosas resultaron positivas, los cambios en mi salud y en mi apariencia comenzaron a inquietarme.