Sarah Bernhardt, una mujer que pasó de no tener prácticamente nada a convertirse en la primera gran actriz de la historia
Hay ocasiones en las que parece que todo se planta en nuestra contra, y todo se puede llegar a ver tan negro que creemos que la salida no existe. Pero no es así. Gracias a lo que vamos aprendiendo con los años y a nuestros múltiples recursos, conseguimos encontrar la solución y continuar mirando hacia delante, dejando atrás las dificultades, no sin antes aprender de ellas. Eso es lo que hizo Sarah Bernhardt: sobreponerse a todos los obstáculos para acabar cumpliendo sus sueños más anhelados.
En Genial.guru queremos compartir contigo la historia de “La divina Sarah”, una mujer que se convirtió en leyenda por derribar todos los obstáculos y miedos con los que se encontró en su día.
Nacida bajo el nombre de Rosine Bernardt en una calle de París en 1844, llegó al mundo la que se convertiría en el futuro en un ejemplo de sueños y metas cumplidos y, sobre todo, en una muestra viviente de que no hay imposibles.
A pesar de tener una infancia algo compleja alejada de su madre, de no conocer nunca a su padre y de andar cambiando de colegio continuamente durante algunos años, a los 9 llegó a la institución en la que interpretó su primera obra de teatro.
En 1859, a los 15 años, Sarah se negó a continuar con los planes que su madre tenía para ella y, en cambio, siguiendo las recomendaciones del duque de Morny, decidió ingresar en el Conservatorio de Música y Declamación.
Un par de años más tarde ganó su primer premio por su talento en la actuación, y también consiguió ingresar en una de las más prestigiosas escuelas del rubro: la Comédie-Française. En este lugar no duró mucho tiempo, debido a disputas con sus compañeros, por lo que acabó formando parte del Teatro Gymnase e interpretando pequeños papeles.
La situación se tornó complicada para Bernhardt cuando en 1864, decidió dejar la compañía de teatro. No encontraba trabajo, y se enamoró de Charles-Joseph Lamoral (príncipe de Ligne).
A los pocos meses de iniciar su relación con él, Sarah quedó embarazada de su primer y único hijo, Maurice Bernhardt. Las cosas siguieron torciéndose, ya que su, hasta ese momento, gran amor, decidió poner fin a su relación al conocer su embarazo y también debido al rechazo por parte de su familia a sus sentimientos por una actriz de teatro.
En 1867, el Teatro del Odeón fue la sede de su gran regreso a los escenarios con una obra del gran autor francés Molière, y es que Sarah se negó a darse por vencida y a rendirse. “Para ser un buen actor es necesario tener el alma templada, no dejarse sorprender por nada, retomar cada minuto la laboriosa tarea que apenas acaba de terminar”.
Sacó fuerzas de flaqueza y, dejando a un lado las dificultades, siguió persiguiendo su pasión de convertirse en una aclamada y gran actriz. Le costó un par de años más lograrlo, pero la perseverancia y el trabajo trajeron consigo sus frutos, y consiguió hacer resonar su nombre al participar en la obra Le Passant.
Más tarde, Victor Hugo (famoso dramaturgo, poeta y novelista) no dudó en convertir a esta dedicada y talentosa mujer en su musa y protagonista de muchas de sus historias.
Tras cosechar grandes éxitos en su país, y a pesar de su confesado miedo escénico, la actriz se decidió a salir al resto del mundo para conquistar a la audiencia con su capacidad de convertirse y adentrarse en todos los personajes que interpretaba.
Sus interpretaciones conseguían llegar y conectar con el público, y es que se centraba en cada gesto y en cada entonación para lograr que sus actuaciones fuesen tan naturales como respirar. Los críticos quedaron encantados con su estilo, ya que evitaba toda exageración que pudiese alejar a sus personajes de cualquier persona común y corriente.
Según afirmó en una ocasión el escritor Mark Twain, “hay cinco clases de actrices: las malas, las regulares, las buenas, las grandes y Sarah Bernhardt”.
Dispuesta a seguir creciendo, y de forma increíble para la época, Sarah también aceptó papeles masculinos, como el de Hamlet en la popular obra homónima.
La joven que un día anduvo sin rumbo y que pasó por grandes complicaciones se convirtió en una actriz admirada, querida e independiente, que no solo interpretaba de forma magistral el papel que le dieran, sino que además se convirtió en productora de sus propias obras y de otras que realizaban en diferentes teatros de París. Estaba presente en su papel como madre y también se hizo cargo de una de sus hermanas menores.
Pero no paró ahí. Sarah quería continuar experimentando en el mundo de la actuación, de modo que cuando apareció el cine, dio el salto a esta gran plataforma sin decepcionar con sus interpretaciones en cintas como La dame aux Camélias.
Finalmente, en 1923, Bernhardt se fue de este mundo, pero lo hizo actuando hasta el último momento y sabiendo que, aunque en momentos pudo tener muchas cosas en contra, gracias a su empeño consiguió aquello que se propuso e incluso más. Ahora es considerada una de las mejores actrices de todos los tiempos, y se la recuerda con el apodo de “La divina Sarah”.
¿Qué historia recuerdas cada vez que necesitas aliento para continuar persiguiendo tus sueños? ¿Qué actor de otra época es tu favorito?