“Soy una mala mamá”, texto honesto sobre las cosas que las madres suelen callar
“¿Acaso soy una buena mamá?”, esta es una pregunta que de vez en cuando se hacen las mujeres después de tener un hijo. En ocasiones, alzamos la voz a nuestros hijos, no les prestamos suficiente atención, cometemos errores durante su crianza y, entonces, nos culpamos y comenzamos a dudar de si realmente tenemos éxito en la maternidad.
En Genial.guru, decidimos averiguar de dónde surge el sentimiento “soy una mala mamá” y cómo comprender si esta sensación es correcta.
En muchas de nosotras, la actitud “yo seré una buena mamá” aparece desde la infancia. Las niñas pequeñas asumen este rol mientras juegan con sus muñecas y suelen escuchar: “En un futuro, tú serás mamá”. Durante los conflictos con nuestros padres, pensamos: “Yo seré mejor y nunca me comportaré así”. Al desear ejercer el papel de mamá, por supuesto, nos imaginamos con una imagen perfecta. Pero incluso con la experiencia de vida que tenemos, no estamos preparadas para la gran cantidad de cosas que pueden salir mal.
A menudo, el primer motivo de culpa es la forma en que damos a luz. Desde los tiempos del Antiguo Egipto, las personas han buscado la posibilidad de hacer que un parto complicado sea seguro tanto para la madre como para el hijo, pero algunas mujeres consideran que la cesárea es un tipo de capricho.
La suegra de una conocida es una dama culta, pero cuando se enteró de que su nuera había tenido una cesárea, apretó sus labios y dijo: “Elena, ¿cómo puedes ser tan egoísta? ¿Qué tan difícil puede ser intentarlo por el bien del niño?”. Y el esposo, de inmediato, agregó: “De verdad, cariño, ¿qué te costaba?”. En ese momento, Elena se sintió una mala madre. Sin embargo, una cesárea es una operación que se realiza por motivos médicos y, cuya recuperación, con un bebe en brazos, es algo complicado.
La lactancia artificial es otra de las causas imaginarias para una neurosis. Los fervientes partidarios de la “lactancia natural” no suelen considerar siquiera alguna circunstancia subjetiva. Por todos lados, es posible encontrarse con la opinión de que quienes no han podido lactar de forma natural, como diría la suegra de Elena, “no se han esforzado lo suficiente”. Pero todas las situaciones son diferentes y debes guiarte por tu propio estado y las necesidades del bebé, y no por las conclusiones de terceros.
El colecho, el uso del chupón y de pañales en lugar de enseñarle a una temprana edad a ir al baño son temas controversiales que a algunas personas les gusta expresar incluso de forma muy brusca y agresiva. Algunos pueden juzgar a una madre joven por las acciones descritas anteriormente, y muchas de ellas se sentirán culpables por nada al intentar probar en sí mismas estas normas sociales.
Cada persona tiene una vida diferente. Y si una mamá exhausta que no tiene el apoyo de sus seres queridos le da un chupón a su bebé o duerme junto con él para que no llore, entonces no hay nada de malo. Pero si se deprime pensando que precisamente estas son las razones por las cuales no puede hacer frente al oficio de mamá, entonces no será bueno ni para ella ni para el bebé.
Los niños también se desarrollan de diferente manera. Yo le tenía un gran odio a la libreta que tenía mi suegra. Ella documentó minuciosamente la infancia de mi esposo: a qué edad comenzó a darse la vuelta, cuándo comenzó a gatear, cuándo se sentó y cuándo dio sus primeros pasos. Nuestro hijo no encajaba con estos parámetros y yo me estaba torturando. La certeza de que yo era la que hacía algo mal (es decir, era “una mala madre”) crecía día a día.
Una ortopedista de edad avanzada con la que llevé a mi hijo a revisión me puso en mi lugar. Ella me dijo: “¿Cómo puedes ser tan ingenua? Tienes un hijo sano y tanto tú como él estropean su estabilidad mental con esos pensamientos. ¿Se trata de tu suegra? ¿De su libreta? Dile que eche un vistazo en Internet y te deje en paz”. Al final, me di cuenta de que tenía razón y, en realidad, se trataba de una tonta competición que no merecía mi estabilidad mental.
Nuestras propias madres y abuelas nos cuentan con satisfacción cómo iban al trabajo, se formaban en largas filas, lavaban las telas para fajar el bebé a mano sin quejarse y lo criaban. Nosotras, a su vez, tenemos lavavajillas, lavadora, olla a presión y, aun así, no tenemos tiempo para nuestro hijo. De lo contrario, ¿por qué él aún no da recitales como el nieto de la vecina?
Las mamás jóvenes se culpan a sí mismas porque se sienten solas o tienen miedo, ya que el suelo está sucio o la cena no está lista para cuando llegue su esposo. A eso se le suman los cólicos del bebé y la falta de cuidado personal. Al fin, llegan a un agotamiento nervioso y todo porque la vida no encaja de forma perfecta en la imagen que les han impuesto desde afuera. La vida, en realidad, es impredecible, y mucho en ella no depende únicamente de nosotras. Por ejemplo, un esposo también podría encargarse de lavar el suelo. Y si él no tiene fuerzas, entonces, ¿por qué nosotras siempre debemos tenerlas?
¿Qué hay de los libros? Al intentar ser una mejor persona, estudiamos una gran cantidad de volúmenes sobre crianza, desarrollo y psicología infantil. Es una lectura útil, pero a menudo también resulta ser perjudicial. Leemos sobre los errores y sus consecuencias y, como resultado, detrás de cualquiera de nuestras acciones vemos un trauma psicológico para el niño. Las mamás se sienten excesivamente responsables por el futuro de sus hijos, ya que muchos psicólogos suelen atribuir el fracaso de los niños en la vida adulta a los errores parentales.
La escuela tampoco se queda de lado. En las reuniones de padres de familia nos llenan de complejos, estableciendo un margen según el cual una buena mamá debe encargarse de su hijo desde la mañana hasta la noche, y durante su tiempo libre, debe participar de forma activa en el comité de padres de familia. Los reclamos de los profesores pueden llegar desde el lado más inesperado.
“Su hijo llegó con jeans. Le pondremos una amonestación”, eso fue lo que una vez me dijo la profesora de mi hijo. Él se puso muy triste, al borde de las lágrimas. A su edad, un llamado de atención es casi el fin del mundo. Él se justificó diciéndome: “Pero, antes de salir, yo te escribí un mensaje diciéndote que se me había roto accidentalmente el uniforme de la escuela”. “Se debe tener dos pares”, exclamó la profesora. “El segundo par estaba en la lavadora”, le dije. Entonces, “se debe tener tres”. Mi hijo no tiene tres pares de pantalones para el uniforme escolar, por ende, soy una mala madre.
Salir de todas estas trampas neuróticas no es tan simple. A mí, por ejemplo, me ayudó a darme cuenta de que la mayoría de mis ansiedades no tiene nada que ver con mi hijo en sí, sino con la evaluación de mis acciones por parte de alguien más. Mi suegra, mi amiga, la maestra e incluso los comentarios en Internet. Para ellos, nunca me he esforzado lo suficiente.
Y bien, existe el término “madre suficientemente buena”. Este término fue inventado por el pediatra y psicólogo británico Donald Winnicott. Él incluso escribió un libro completo llamado Talking to Parents, en el cual habla de cómo no caer en la neurosis parental. La idea principal del doctor Winnicott consiste en que los niños no necesitan madres perfectas, sino mamás que se preocupen por ellos, que los escuchen y les den derecho a equivocarse; tanto ellas como los niños.
La realidad es que deberíamos admitir que una madre tranquila y segura de sí misma es mucho más útil para un niño que una madre estresada que aspira a la perfección. Creámosles a nuestros hijos cuando nos digan: “Eres la mejor mamá del mundo”.
Y tú, ¿qué haces cuando no todo funciona a la perfección en la maternidad?