Un sobreviviente del Titanic revela su historia sobre lo ocurrido

Curiosidades
hace 1 año

Conoce a Arthur John Priest. No, no es famoso por haber sido pintor ni por haber descubierto un tesoro perdido hace mucho tiempo. No inventó ningún dispositivo genial ni rompió ningún récord mundial. No, Arthur John Priest es famoso simplemente por ser “insumergible”. Demostrando que se puede tener suerte y mala suerte al mismo tiempo, Priest estuvo involucrado en varios eventos desafortunados en el mar y sobrevivió a ellos, incluido el fatídico viaje inaugural del Titanic. Priest no era un hombre rico e interesado en navegar por placer, formaba parte de la clase trabajadora. Había sido contratado como fogonero, lo que lo llevó a pasar horas y horas en las entrañas calientes de los grandes buques de vapor. Su trabajo era sucio y difícil: era responsable de mantener las calderas encendidas, alimentándolas con carbón y asegurando que se produjera suficiente vapor para que los motores funcionaran. Debía tener cuidado de no sobrecalentar el sistema ni incendiar el barco.

Era necesario vigilar las calderas con cuidado y alimentarlas constantemente. Priest se ocupaba de todo eso mientras luchaba con el sudor y la suciedad. A menudo se quitaba la camisa a causa del calor, y siempre estaba cubierto con el polvo negro de carbón. Cuando por fin tenía un descanso, su camarote compartido estaba cerca, en la misma parte del barco. Debía ser bueno en su trabajo, ya que no tenía problemas para conseguirlo. Pero, fuera a donde fuera, la mala suerte parecía seguirlo. El primer incidente fue leve. De joven, Priest trabajó en el RMS Asturias. El buque de pasajeros zarpó por primera vez en 1907 y viajó de Southampton (Reino Unido) a Buenos Aires (Argentina). En algún momento de su viaje inaugural, el barco sufrió una pequeña colisión. Los daños fueron lo suficientemente graves como para que el barco regresara para ser reparado. Afortunadamente, no hay informes de ningún herido de gravedad.

Sin inmutarse, Priest fue a trabajar a otro barco. Por desgracia, su mala suerte se pegó al Asturias. En 1914, se convirtió en un barco hospital que ayudaba a cuidar a hombres y mujeres enfermos en toda Europa mientras los llevaba a su hogar en Inglaterra. Pero en marzo de 1917, cerca de la medianoche, fue golpeado por un objeto extraño. El casco se rompió y la sala de máquinas se inundó. El capitán ordenó a todo el mundo que abandonara el barco y envió a la tripulación, los pacientes y el personal sanitario a los botes salvavidas. El barco seguía moviéndose e impulsándose a través del agua, dado que los controles principales, situados dentro de la sala de máquinas inundada, no podían apagarse. El capitán se negó a abandonar el barco, mientras los demás seguían intentando escapar. Logró dirigir el Asturias hacia Bolt Head, donde finalmente tocó tierra y evitó hundirse. Hicieron descender los botes salvavidas restantes, y los últimos sobrevivientes fueron rescatados.

Cuando más tarde estudiaron los daños del barco, el Asturias fue declarado irrecuperable. Sería difícil culpar a Priest de este desastre en particular; después de todo, ni siquiera estaba en el barco en ese momento. Pero parece que muchos de los barcos donde trabajó estaban destinados a tener problemas. Su mala suerte lo siguió a su siguiente trabajo en el RMS Olympic, un enorme transatlántico. El Olympic era grande. De hecho, había sido diseñado y construido como parte de la flota que incluía al Titanic. Pero el tamaño implicaba sacrificios. El Olympic era excelente a la hora de moverse en una dirección, pero muy difícil de manejar cuando debía girar. Era septiembre de 1911. El Olympic intentaba alterar su curso. El Hawke, un barco más pequeño que navegaba cerca, no le dio al buque más grande el espacio suficiente para maniobrar, y los dos chocaron. Como el Hawke estaba diseñado para hacer frente a posibles enfrentamientos en el mar, su proa reforzada atravesó al Olympic.

Aparecieron dos grandes cortes en el costado del transatlántico. El eje de la hélice estaba muy torcido. Y lo peor de todo: ¡el agua comenzó a entrar al barco! De alguna manera, el Olympic llegó a la orilla sin hundirse, y nadie resultó gravemente herido. Priest no tenía ni idea de que esto era solo una pequeña muestra de lo que le deparaba el futuro. Más tarde consiguió empleo en un barco nuevo, un barco mejor, una maravilla insumergible. Se decía que era el barco más grande jamás construido. ¡Sí, iba a trabajar en el Titanic! ¡Y qué trabajo! Se necesitaban 29 calderas, que requerían 850 toneladas de carbón al día, para producir suficiente vapor e impulsarlo. Priest era uno de los 150 fogoneros que trabajaban en las entrañas del barco y mantenían esos fuegos encendidos día y noche. Ganaba unos 30 dólares al mes. El 14 de abril de 1912, pasaría de un mundo de calor extremo a uno de frío intenso.

Cerca de las 11:35 p. m., la tripulación divisó un iceberg. El Titanic intentó evitarlo, pero la alarma sonó demasiado tarde. Cinco minutos después, hubo un choque. El iceberg atravesó el casco y los compartimientos que antes eran a prueba de agua se destrozaron. Al entrar el agua fría del Atlántico, el barco comenzó a hundirse. Enviaron señales de auxilio, pero el barco más cercano, el Carpathia, estaba a más de 3 horas de distancia. En la oscuridad de la noche y atrapados en medio de la nada, la tripulación y los pasajeros entraron en pánico. Los que pudieron se lanzaron a los botes salvavidas. Otros saltaron a las aguas heladas. En total, solo 706 personas sobrevivieron aquella terrible noche. En el momento de la colisión, Priest estaba en los camarotes inferiores del barco. Se encontraba descansando de un duro día de trabajo. A medida que el barco se hundía, también se hundían sus posibilidades de sobrevivir.

Él y sus compañeros se encontraban en la posición más peligrosa del barco. Tuvieron que abrirse paso a través de un laberinto de pasillos y escaleras, algunos de los cuales estaban inundados, en una terrible carrera hacia la cubierta. Y después se enfrentaron al agua helada; se vieron obligados a saltar y nadar desesperadamente hasta estar a salvo. El océano estaba tan frío que Priest sufrió una congelación antes de encontrar el camino hacia un bote salvavidas. Fue uno de los 44 fogoneros que sobrevivieron esa noche. Después de una experiencia como esa, la mayoría de nosotros no volvería a pisar un barco, pero Priest tenía que trabajar. Su siguiente trabajo también terminó en desastre. Le ofrecieron empleo en el HMS Alcantara. Se hundió en 1916, y una vez más, Priest fue uno de los pocos que logró salvarse, aunque resultó gravemente herido en el proceso.

Y sin embargo, siguió tentando a la suerte. Su siguiente trabajo como fogonero le resultó extrañamente familiar. Trabajaría en un barco construido por los mismos responsables del Olympic y el Titanic. Este barco, llamado Britannic, era el más grande de los tres. También se creía que era un buque superior, equipado con nuevas características de seguridad después del hundimiento del Titanic. Por ejemplo, tenía 48 botes salvavidas abiertos, 46 de los cuales eran los más grandes que se había utilizado en un barco hasta el momento. Dos de ellos estaban motorizados y equipados con dispositivos especiales de comunicación. La buena noticia: el Britannic sobrevivió a su primer viaje sin incidentes. Ya le había ido mejor que al Titanic. Sin embargo, el 21 de noviembre de 1916, fue sacudido por una fuerte explosión mientras viajaba por el canal de Kea, en el mar Egeo.

El casco estaba dañado, y algunos de los compartimentos comenzaron a llenarse de agua. Pero, a diferencia del Titanic, el Britannic había sido diseñado para emergencias de este tipo. Contaba con cinco mamparos sellados; de haber permanecido intactos, habrían ayudado a mantener el barco a salvo y a flote durante mucho más tiempo. Pero hubo un problema: en un acto de imprudencia, los ojos de buey de las cubiertas inferiores habían quedado abiertos. Cuando el barco se inclinó, los ojos de buey dejaron entrar agua que inundó el Britannic y aceleró su descenso al mar. Esto hizo que los mamparos herméticos fueran inútiles. El barco se hundía rápidamente; de hecho, mucho más rápido que el Titanic. 35 de los botes salvavidas fueron lanzados con éxito, por lo que la mayoría de las personas se salvaron. De los 1066 pasajeros y la tripulación, 1036 sobrevivieron. Priest, con su suerte intacta, fue uno de ellos. Y, sin embargo, su vida en el mar aún no había terminado.

Aceptó un puesto de fogonero en el Donegal. Se trataba de un transbordador de pasajeros más pequeño que había sido reconvertido para ser utilizado como barco hospital. En abril de 1917, fue golpeado por un objeto extraño mientras huía de una situación insegura. Y si bien sufrió una lesión en la cabeza, Priest volvió a ser uno de los sobrevivientes. Tuvo que vivir dos colisiones y cuatro hundimientos antes de sentirse finalmente listo para retirarse. De hecho, se dice que solo dejó su trabajo porque nadie quería navegar con él. ¿Quién podría culparlos? Pasó el resto de su vida en tierra firme, en Southampton (Inglaterra), con su esposa, Annie, y sus tres hijos. Pero Arthur John Priest siempre sería recordado como el fogonero insumergible.

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